20 de octubre de 2015

Sobrevivir o vivir


Cuando decimos que estamos sobreviviendo a ¿qué realmente nos referimos? La descripción sería más o menos ésta: perdimos nuestras costumbres, perdimos nuestras diversiones, perdimos la seguridad que nos arropaba, perdimos el contacto con nuestros seres queridos, perdimos… y sin embargo seguimos de alguna forma funcionando. Funcionando quiere decir que cubrimos lo esencial: nos bañamos cuando hay agua, comemos lo que encontramos y no le hacemos mucho caso a los gustos y las ganas; nos reunimos muy de vez en cuando con lo mínimo que podemos contribuir; transitamos cerca de casa y con todos los sentidos muy bien puestos porque el peligro acecha y tenemos miedo. Pareciera que lo único que ya importa es no perder la vida porque allí si es verdad que todo termina; como dijo una necia “es para toda la vida”. 

Fenomenológicamente eso es sobrevivir y no vivir; pero eso que estamos haciendo no es inocuo y acarrea grandes costos de todo tipo a un ser que por sus méritos propios y por el soporte que les brindó, en su oportunidad, su familia y sociedad se convirtió en un ser humano.  No le queda otra opción que agarrarse de sus recursos internos o bien de sus coartadas psicológicas a las que quedó atado en su “novela familiar”. No es fácil de este modo la convivencia, porque las neurosis no hacen fácil el encuentro sano entre los seres humanos. Porque carecemos de las gratificaciones y el carácter se nos va agriando, porque nos enfermamos, porque dejamos de razonar adecuadamente y por lo tanto de poder evaluar, con propiedad, la realidad. Expulsamos al exterior todo aquello que no podemos reconocer como nuestro, y abonamos el terreno de la agresión y la hostilidad. 


De allí que estemos viendo, en su forma más descarnada, a las personas asumiendo sus posiciones vitales de una manera defendida y, quizás, un tanto rígidas. El que tiene tendencia por la tragedia, ahora está más trágico; el que se inclina por la ironía y el humor, ahora está más gracioso y ocurrente; el que naturalmente ha percibido al mundo como hostil, ahora está más violento y agresivo; el que se siente culpable por esta tragedia, ahora está pidiendo disculpas de una forma muy particular con el “yo no sabía” ; el que no puede vivir sin el reconocimiento de las multitudes, ahora anda haciendo piruetas para volver a encontrar los aplausos que se extinguieron por muchos años. Estas expresiones que lamentablemente lucen caricaturescas, entre otras cosas porque hemos perdido la inocencia, adornan feamente nuestras vidas ya sin adornos. ¿Qué es lo que provoca realmente?, salir corriendo y escapar por cualquier puerta que se nos abra de este espectáculo bufo y a la vez macabro. Muchos, muchísimos ya lo hicieron y otros estamos resistiendo, sobreviviendo lo que ya se nos tornó invivible.


¿Qué hacemos? Digamos podemos hacer un esfuerzo por asumir una convicción realmente opositora que no dependa de organizaciones ni de líderes políticos que marquen pauta. Pero ¿Cómo? Encontremos un lugar propio como sujetos desde el cual actuar y que no sea negociable ni doblegable. Tomemos nuestras propias decisiones y terminemos de entender que no es por voluntad propia que las cosas se remedian; se cambia en sociedad cuando la mayoría de sus integrantes sean personas que decidan ser sujetos de su propia historia y se hagan responsables de sus actos. Seres íntegros que no transigen son pocos y destacan en una población mayoritariamente muy básica en sus intereses vitales. La invitación es a la reafirmación del yo creador; Freud, que no vivió una vida fácil y que tampoco auguró para la humanidad felicidad plena, invita a el humor como una de las maneras de triunfar sobre el dolor y la destrucción personal “El humor no es resignado, es opositor; no solo significa el triunfo del yo, sino también el del principio del placer, capaz de afirmarse aquí a pesar de los desfavorable de las circunstancias reales” Hay que tener humor y buen sentido del vivir bien para, a pesar de esta calamidad sin límites, seguir produciendo culturalmente. Testimonios de ese tesón no las dan esos seres, insignes venezolanos, merecedores de premios internacionales que nos llenan de orgullo y fuerza.  Esta es la verdadera forma de oponerse a la barbarie.


Las sociedades y los seres humanos siempre hemos atravesados por crisis, eso nos lo debe recordar la memoria histórica. Supone la ruptura de un orden simbólico a través del cual ordenábamos nuestro mundo particular; al producirse esta falla sentimos un vacío y lo llenamos con síntomas, que son los que estamos observando con perplejidad; una comunidad enferma en la cual se producen crímenes que revelan un sadismo sin límites. Falló precisamente el ideal de sociedad que soñábamos y la pulsión desbordada arrancó a actuar. Sin desconocer la descomposición colectiva que es una realidad, la salida momentánea para más o menos vivir sin enloquecer es particular, porque estando bien (o lo mejor posible) podremos contribuir, en mejor forma, a la construcción y cambio que necesariamente debe producirse en el país. Ocupar el lugar del deseo de cada quien y desde allí actuar en pos del mejoramiento de este estado de cosas. No podemos evitar sufrir pero el actuar creativo con el dolor es la invitación para oponernos a lo perverso; conseguir nuestras propias respuestas porque ellas no provienen del exterior. De allí que la historia también nos muestra lo que han logrado personas geniales en épocas terribles por las que tuvieron que pasar. El horror no debe pasar desapercibido, escondido; el deber es revelar esta verdad.


Svetlana Alexievich, premio nobel de literatura 2015, vivió unas de las peores heridas que la humanidad se ha infringido;  gracias a ella y a otros seres valientes testigos de ese horror hoy podemos conocer cómo es posible vivir en una guerra. En una conferencia dictada en México en el 2003 nos regaló esta advertencia “Sin el testimonio humano, sin los esfuerzos de cada uno de nosotros para comprender algo en este mundo, sin los informes individuales de cada uno de nosotros, nuestras dudas, testimonio de los acontecimientos, etc., el cuadro del mundo estaría incompleto. Así que cuando en un libro se integra cien o doscientas voces emerge cierta imagen del acontecimiento en la que ya confías. No tienes ya la sensación de que te están mintiendo, aunque más o menos todos mentimos un poco”


Todo ser que actúa desde su deseo es un artista y se aparta de la banalidad en la que vivimos. Solo desde ese lugar se puede desplegar el propio discurso y se puede legar a la humanidad una verdad.

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