7 de abril de 2015

Los Mitos




En un interesantísimo programa de Oppenheimer tuvimos la oportunidad de oír a Yuval Noah Harari, autor del libro “De animales a dioses. Breve historia de la humanidad”. Harari es profesor de historia en la Universidad Hebrea de Israel y doctorado en la Universidad de Oxford. En este libro nos presenta una muy interesante tesis la cual podemos resumir en la siguiente premisa “lo que diferencia al hombre del mono es que el hombre cree en mitos colectivos”. El ser humano tiene el privilegio de poder cooperar en funciones comunes en las que siempre lo que cohesiona es un mito, una ficción,  creencias que ayudan a evitar las guerras y a sentirnos partícipes de una colectividad. Entendamos entonces por “mito” todo constructo mental que no es natural de nuestra biología. De esta forma nuestras maneras de vivir y organizarnos como sociedad están basadas en mitos que han logrado la aceptación de un grupo humano concreto. Estos mitos compartidos nos permiten reconocernos y poseer claves de comprensión mutua en gran parte de nuestras conductas.

 Sin embargo, podríamos argumentar, las guerras que se libran actualmente en el Medio Oriente son provocadas por mitos religiosos fundamentalistas, así que también se tratan de mitos lo que nos lleva a guerras muy cruentas entre pueblos con creencias distintas.  Harari sostiene que dichas guerras son reacciones a cambios mundiales que se han dado en los campos económicos, sociales y tecnológicos y como consecuencia estos pueblos se han visto amenazados en sus vidas y costumbres arcaicas y reaccionan apegándose a sus religiones con un gran temor a lo desconocido. Como principales factores amenazantes señala a la tecnología y a la liberación femenina. No son sus creencias en sí las que los llevan a hacer la guerra, es el no querer precisamente que los mitos y ficciones con los que han vivido se encuentren cuestionados y de esta forma encontrarse como grupos escindidos. Perder el factor cohesionador que los identifica como pueblo es lo que los empuja a cometer todo tipo de atrocidades y por ello se acude a las creencias religiosas tradicionales. De esta forma los pocos focos en guerra que observamos en el mundo obedecen a un atraso en la tendencia general del avance histórico. Pequeños grupos con sus delirios que hacen mucho daño.

La cultura Occidental no presenta el peligro de una guerra porque en estas sociedades se comparte los mismos mitos en cuanto a cómo funciona la economía, en cuanto a cómo debe vivirse e interrelacionarse la gente. Vemos natural la forma que hemos inventado para relacionarnos hombres y mujeres, padres e hijos; sabemos que la mayor riqueza, que en el mundo actual podemos compartir, es la basada en las creaciones y adelantos científicos y tecnológicos producto de la inteligencia. Ya no nos peleamos por los territorios, ni por las minas o el petróleo como sucedía en las sociedades preindustriales. Así evoluciona la humanidad, los mitos van dando lugar a nuevos mitos y las sociedades que se resisten a cambiar según los avances científicos y tecnológicos y las nuevas visiones que sobre la realidad estos nos van arrojando, van quedando rezagadas a pelear sus mitos caducos en una guerra que de antemano está perdida. Decimos una guerra inútil porque la globalidad nos mantiene informados sobre el confort que nuestro momento histórico nos ofrece y en todas partes se permea la posibilidad de vivir con los mitos propios de un mundo basado en la tecnología, la ciencia y la igualdad entre los seres humanos. De allí que no nos extraña que sean las mujeres y su reciente alcanzada liberación las que comiencen a oírse de una manera estruendosa en los países que en estos momentos luchan por liberarse del yugo que imponen grupúsculos en el mundo musulmán. Las personas que escribieron la Biblia o el Corán no conocían internet, como bien señala Harari.

Lo interesante de este análisis que nos ofrece Harari es que rompe muchas de las creencias generalizadas con un profundo conocimiento de la historia de la Humanidad. Nos invita a observar que estamos viviendo el momento más pacífico de todas las eras. En el mundo actual mueren más personas producto del suicidio y del homicidio que producto de guerras lo cual nos llevaría a preguntarnos si somos, entonces, más felices, pero ya esto es tema de otro análisis importante que trataremos de indagar en próximas entregas. Ahora, todos los que actualmente vivimos en Venezuela podemos, y con toda razón, arrugar la nariz cuando escuchamos este tipo de argumento porque esta no es nuestra realidad. Argumentamos, y sin equivocarnos, que estamos viviendo el momento más sangriento, violento de nuestra historia reciente. Pero si seguimos la línea argumentativa podemos darnos cuenta que nuestro momento violento es consecuencia de la imposición de mitos ya obsoletos por un grupo de seres primitivos que se hicieron del poder y pretenden imponerlos por la fuerza. Convirtieron a nuestro país en un país minero y ellos solitos, bajo la perplejidad del mundo civilizado que nos rodea, libran una guerra por obviar las condiciones inexorables de un mundo en el que se vive en cooperación por mantener los mitos propios de occidente. Ahora que está de moda lo de la invasión, podemos afirmar con propiedad que sí fuimos invadidos por un grupo de personas extraídas de economías antiguas, de mitos medievales y nos mantienen secuestrados.

Batalla que muy bien podría ser propia de países del Medio Oriente pero que nosotros sufrimos anclados en el corazón de un mundo que está por decidir su futuro que en realidad ya está decidido, somos lo queramos o no, para bien o para mal, seres que compartimos los mitos del mundo occidental. No es posible mantenerse ajeno a  la historia de la humanidad, avanzamos, sin poder detenernos, hacia la innovación del ser humano hasta en sus rasgos biológicos. Este camino puede ser regulado en algunas de sus manifestaciones pero no detenido. Duele ver como se pierde el tiempo y como se destruye lo conseguido. Duele ver como se violenta a toda una población para imponer mitos que ya no cohesionan a nuestros grupos sociales, sino que más bien los atomiza. Se combate la libertad, la investigación científica, las Universidades, los libros, en fin la inteligencia y todo aquello que puede hacernos competitivos en un mundo integrado por la inteligencia y competitivo económicamente. Se pretende vivir de la minería en el siglo XXI, el petróleo, destruyendo toda iniciativa creativa de producción nacional. Batalla que está perdida porque no es posible bajarse del mundo, pero que obliga a una sociedad a pasar por momentos muy amargos. De la ignorancia y de la maldad se es culpable porque sus mitos provocan sufrimientos que son reales y en ese terreno no es posible eludir el compromiso ético.

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