14 de abril de 2015

Las comunidades del mal

La creencia de que un estado poderoso y legislador podía garantizar las buenas costumbres de sus ciudadanos se ha hecho pedazos en la realidad actual mundial. Todo lo contrario, mientras observamos que los gobernantes se erigen en tiranos y comienzan a legislar y reglamentar los más mínimos actos de las personas, la tendencia generalizada es la falta absoluta de compromiso por un comportamiento solidario y con visión de comunidad. La socialización es sustituida por imposiciones a obedecer normas que los individuos se empeñan en violar, surgen más bien lo que vamos a dominar “las comunidades del mal”. Grupos de personas que se unen para juntos ingeniarse en romper todo pacto social sin importarle en lo más mínimo el daño que pueden causar, se entregan, y con gran creatividad, a saquear todo lo posible para su propio, único y absoluto provecho. Expresan en su forma de concebir la vida de forma contundente el fracaso de la moralidad, de la pasión por los principios, de los sentimientos éticos. Pervierten lo más fundamental del ser humano, su lenguaje y con ellos el logos. No hay palabra con valor, no hay entendimientos razonables entre grupos que solo se encuentran cohesionados por la maldad.
La ilusión de cierta comodidad y garantía que los Estados-nación protectores despertaron en las comunidades de la Modernidad trajeron como efecto, no esperado o si, la sustitución de la responsabilidad moral por la obediencia. Para saber cómo hay que comportarse no hizo falta apelar a los principios sino obedecer reglas normativas y sobre todo, claro está, cuando se tiene a un agente del orden institucionalizado en el rango visible. Seres humanos vigilados para garantizar el buen comportamiento y como la liebre siempre saltó, nunca se pudo obtener una total y absoluta sumisión a los preceptos, la creatividad del mal se las fue ingeniando para hacer cada vez más férreo al Estado y de esta forma someter al “inmoral”. En realidad inmorales sometiendo y acabando con toda posibilidad del surgimiento de una “comunidad estética” es decir seres que decidan vivir unidos solo bajo leyes de la virtud, como ya lo postulaba Kant. Transitando por este camino construimos estos fenómenos bárbaros como son los regímenes comunistas y fascistas que, como sabemos en carne propia, fomentan las “comunidades del mal” aquellos seres que se unen para hacer todo tipo de fechorías. Lo único que da cierto fresquito interior es que estas comunidades terminan suicidándose o matándose entre ellos. La maldad en realidad no une, sino más bien cada integrante de estas orgías es un enemigo peligroso potencial.
Este proyecto de la Modernidad basado en un gran orgullo por la razón y descuidando la sensualidad, los sentimientos y los gustos individuales sumergió a la humanidad en una melancolía, en un aburrimiento al quedar tapizados bajo toneladas de códigos regidores y no tener los espacios adecuados, ni la tranquilidad de espíritu para poder pasar parte de la existencia compartiendo con los seres queridos el ocio necesario. Se destapó en el mundo una ansiedad desmedida por correr y posesionarse en un buen lugar político-mercantil, es en este terreno donde se puede vivir la verdadera pasión y donde se libran los juegos de la supervivencia. Ruletas rusas en las que más de uno pierde la vida. De qué nos extrañamos, entonces, al observar las patologías psicopáticas tan generalizadas. Un mundo que se encaminó por desconocer la moral lo que podíamos esperar es la proliferación de las “comunidades del mal” y la total infelicidad del ser humano. Bauman nos lo pone de manifiesto de esta forma:
“Los poderes coercitivos del Estado moderno, combinados con la movilización espiritual centrada en el Estado, resultaba una mezcla venenosa: el poder opresor y el potencial criminal que develaron en la práctica los regímenes comunistas y fascistas. Más que cualquier otra forma del Estado moderno, estos regímenes lograron hacer un cortocircuito entre estructura y contraestructura, socialización y sociabilidad. El resultado fue una subordinación prácticamente total de la moralidad a la política. La “conciencia colectiva”, esa única fuente y garantía de sentimientos morales y conducta guiada por la moralidad –según Durkheim- se condensó, institucionalizó y fusionó con los poderes legales del Estado político. La capacidad moral quedó casi expropiada y cualquier cosa que se opusiera a la estatización se perseguía con todo el peso de la ley”.
No terminamos de dejar atrás los proyectos que centran al Estado como regidores de nuestras conductas para dar cabida a la responsabilidad individual, con la convicción de que vivir en comunidad es nuestro inexorable destino y para ello la disposición convertida en necesidad de ser “para el otro” es el único camino para el alcance de una verdadera libertad. Mientras no se eduque a la ciudadanía en esta dirección, la moral se encontrará en un estado agonizante y no resolveremos la constante amenaza del autoritarismo. Vemos como por un lado los ciudadanos protestan por el malestar que causan las camisas de fuerzas impuestas desde el poder y por otro lado, y de forma muy contradictoria, se mantienen rogando por dádivas que engañosamente el tirano lanza al esclavo para alardear de magnanimidad.  La contradicción radica en despreciar a la mano que limita pero al mismo tiempo querer que sea esa mano que tire algo aunque sea fallo. Las imágenes patéticas que observamos en los automercados, golpeando a los otros por un pollo, es la misma imagen que ofrecemos lloriqueando por un “cupo”. Mientras estemos conscientes o inconscientemente en manos de pillos y esperando migajas de bienestar, somos presas fáciles de arbitrariedades. Ese del que se espera que otorgue ese mismo quitará cuando las cuentas saqueadas fallen. De quien esperamos que nos ofrezca  la emoción por la vida de ese mismo también debemos esperar nos la quite.
La tarea que se impone es muy difícil, pero no imposible. El material con el que debemos contar se manifiesta todos los días cuando observamos la bondad. Un niño que enternece o un anciano que es auxiliado, personas que se ayudan de forma espontánea. Cuando el país se estremece indignado por el homicidio de un ser inocente perpetrado por manos de los integrantes de las comunidades del mal. Los sentimientos éticos están ahí, no han desaparecido, solo tenemos que lograr que sean estas señales las que predominen sobre la barbarie. Comunidades estéticas como las soñaba Kant que si bien fueron catalogadas como utopías, no por ello son imposible de alcanzar, al contrario una vez introducida como idea en la humanidad se posibilita su realización.

3 comentarios:

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  2. Ortega y Gasset decía, al principio del siglo XX, que nuestra época tendría que empezar a explorar, ya no la razón que lo había ocupado y que lo habría llevado a donde estaba durante los dos mil quinientos años desde Sócrates, sino el sentimiento y la espontaneidad. Aprender como quien retoma sus recuerdos infantiles, sus emociones y afectos, sus deseos y sus pasiones, para trabajarlos y llevarlos al mismo nivel de madurez y discernimiento que alcanzó en su intelecto.

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    1. Es nuestro gran reto en este siglo XXI y para ello tu estas contribuyendo y eso me encanta. Y por lo que veo no fue el blog el que se tragó el primer comentario, sino su autor que lo eliminó.

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