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Amadeo Clemente Modigliani |
En 1927 Sigmund Freud escribe su gran obra “El porvenir de una ilusión” está enfocada a contestar la pregunta por la importante función de la religión en la economía psíquica. Destaca el consuelo que proporciona ante las grandes ansiedades de la vida como la que produce la certeza de la muerte. Se cree en un Dios todopoderoso que no abandona y salva porque todo lo puede. Estas creencias se extrapolan a un padre idealizado o a cualquier otra persona que haga promesas de seguridad y control. Es una etapa infantil porque estas creencias suponen un extrañamiento de la realidad, deben ser superadas por una educación orientada a la realidad para el progreso hacia etapas nuevas.
La renuncia a una ilusión debido a su inefectividad produce frustración y rabia por no poder alcanzar los nuevos horizontes que se fantasearon. El ser humano puede producir fenómenos psíquicos inusitados, desde creerse ser el personaje que la ilusión exige hasta erigir a otro a un lugar destacado con poderes divinos y concederles el don de omnipotencia. En ambos casos se hace necesario defender apasionadamente la creencia para evitar, a toda costa, la sensación de fracaso, de soledad y vulnerabilidad. Evitar sentir la emoción de la frustración sin la cual no sería posible la civilización. Si no renunciamos por imposible o inalcanzable, si no tenemos prohibiciones y limitaciones no sería posible la convivencia humana.
En “El malestar en la cultura” y en “Moisés y la religión monoteísta” Freud nos explica la tendencia de los individuos a la maldad, la agresión y la crueldad provocadas por las restricciones que necesariamente tiene que imponer la cultura, restricciones que producen frustraciones pero que son indispensables para la civilización. El haberse creído que todo está permitido y “el prohibido prohibir” nos condujo a matarnos entre nosotros, a las guerras, como se está resolviendo hoy en día los conflictos. No se reconoce la ley y se implora por la ilusión de un nuevo mesías, un nuevo caricaturesco libertador. Esas personas justicieras, sacrificadas y hasta santas en quienes depositamos la posibilidad de alcanzar la realidad que soñamos con la ilusión.
Nunca alcanzamos plenamente la madurez, se arrastran siempre complejos infantiles y contradicciones, pero en la medida que vayan predominando en el colectivo la tendencia por venerar al padre mitológico más lejos estaremos de un progreso real.
Estos estudios de Freud nos dan cierta perspectiva de la violencia histórica que ha exhibido la sociedad en todas las épocas, somos sujetos neuróticos, producto de una represión orgánica, solos en las búsquedas particulares de vida y renuentes hasta la locura para acordar caminos posibles como sociedad. Condenados a vivir en comunidad y odiando nuestra condena porque el otro frustra. En la medida que más libertad alcanzamos la elección es matarnos entre nosotros o elegir a quien nos quite esa libertad. Dar voces de alarma para que el otro vea una realidad se entiende como infringir una frustración deliberada al apego emocional a lo que esa ilusión representa, incluyendo la pérdida de un futuro imaginado. Se tiene que sufrir un duelo por las expectativas que alberga un ser con una vinculación obsesiva a su proyecto. Este proceso genera sufrimiento y necesidad, en muchos casos, de redefinir la propia identidad. Para avanzar toca darse cuenta que un camino no es viable y reorientar esfuerzos hacia nuevas posibilidades.
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