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Eyvind Earle |
Hay un uso de la palabra que se realiza de forma automática sin reflexión y sin memoria como el que podemos observar en las máquinas. Tienen un lenguaje que el hombre ha programado para ser utilizado sin ningún esfuerzo interior. Memoria y palabras se encuentran programadas sin posibilidades de creación ni emoción. Es el modo de pensar técnico y rígido que puede ejercer control y dominio sobre nuestro mundo exterior pero nunca podrá modificarlo de acuerdo al discernimiento del valor de nuestras acciones. Es incapaz de penetrar más allá de lo obvio y tomar decisiones adecuadas al fin que se persigue. Pareciera estamos dominados por esa inteligencia poco creativa y reflexiva. De allí que solo sorprende lo plano de los argumentos y esto cuando los hay, porque tampoco son muy abundantes.
Este era unos de los temores de Platón quien veía a la escritura como una posible limitación. Al abandonar el intercambio verbal, el diálogo y la reflexión las ideas incorrectas se harían más difíciles de corregir dado que quedan escritas y son difundidas. Para ilustrar su temor, Platón, utiliza el mito de Theuth. El dios inventor de la escritura presenta su invención a Thamos, rey de Egipto, quien ve con preocupación la posible debilidad de la memoria debido a la confianza de la escritura. Platón no rechaza a la escritura, la utiliza en sus diálogos, sino que invita a no abandonar el diálogo y la discusión oral como medios más profundos para el desarrollo del pensamiento. El desarrollo de la tecnología, nuestra vía de comunicación más expedita y cotidiana es a través de máquinas y escritura, se nos ha ido alejando la posibilidad del intercambio, el diálogo y la trasmisión de la emoción que acompañan siempre a la palabra.
Tenemos descuidado la dimensión psíquica de nuestro interlocutor, sus padecimientos, sus dolores profundos hasta el punto de concebirlo como una máquina a quien podemos despreciar, insultar, injuriar con la mayor y más descarnada impunidad. Hay que hacer el esfuerzo reflexivo de que esas palabras que contesto vienen de un ser que, como yo, está sentado ante una máquina solo y quizás esté haciendo un esfuerzo por entender qué me llevó a mí a hacer y decir lo que digo o hago. Digo “quizás” porque también puede ser que este enfrentándome a una máquina programada solo para sacarme de quicio y desmoralizarme. Los llamados “Bots” (Robots) que son los monstruos cibernéticos. Estamos operando en un medio que posee experticias expresivas más refinadas que las mías pero que carece de la capacidad reflexiva.
A veces juego a imaginar que todo lo que me rodea está automatizado y programado. Nuestras organizaciones políticas totalmente previsibles, las instituciones del Estado, la maquinaria represora, las organizaciones de la oposición, nuestras opiniones, la propaganda, los debates diarios, el tema del día y con algo de sensación ominosa concluyo que todo me cuadra. Me sumerjo, entonces, plenamente en la locura de un experimento macabro. Me saca del horror, que tiene su encanto adormecedor, el humor que nunca falta. El humor inteligente que opera como un bisturí rompiendo una burbuja, el reír de nuestro absurdo tiene el efecto inteligente que me hace volver a sentir la calidez humana, de darle sentido a la vida. Nos saca de esa imagen de terror que nos envuelve con su rigidez cada día.
¿A dónde nos conducirá ahora la inevitable Inteligencia Artificial, a una explicación rígida y a imágenes frías que no asombran, sin misterio ni profundidad? No lo sé todavía, pero nada podrá sustituir la reflexión, la emoción y la creatividad humana. Nunca nos dará esa sacudida de conciencia que nos produce un “insight” (una visión interna) que empuja hacia una obligatoria decisión a partir de la cual no volveremos a ser los mismos. En palabras de Víctor Krebs “…una técnica desalmada, capaz de reproducir la apariencia de la naturaleza sin siquiera el más leve rastro de aquello que la anima; capaz de reproducirla perfectamente en su aspecto material, pero sorda al elemento vivo de la materia”. Unas máquinas se están apropiando de nuestra principal muestra de estar vivos, ahora más que nunca se hace necesaria la emoción de nuestras palabras, la contemplación, el goce de lo bello y el cuido amoroso del recuerdo.