8 de junio de 2022

Absorbido por una pasión

Jorge Grosz


El ser humano fácilmente es tomado por factores externos y manejado por convicciones fanáticas. La mayoría de los grandes crímenes masivos que han sufrido los pueblos y las personas inocentes han sido liderados por hombres tomados por una pasión enceguecedora. Locos condenados por una idea revestida de intenciones idealistas. A ese perturbado no le interesa más nada sino destruir la sociedad, la ley y sus normas. Su gran pasión es someter al otro, esclavizar. Es un hombre condenado sin vida propia pero capaz de hacer mucho daño sin arrepentimiento ni vergüenza porque no tiene sentimiento. Al final no tienen nada y se hacen de un nombre ligado al horror. El último en pantalla que observamos es a Putin como gran ejecutor de una masacre, pero también abundan los de menor relieve. Todos estos autoritarios que parecen reproducirse en América Latina constituyen fanáticos ávidos de dominio.

En la Edad Atómica el hombre conserva una mentalidad dependiente, propia de un niño díscolo. Son niños, que han crecido sin conducción y tienen a su alcance medios de exterminio para eliminar a todo aquel que se le oponga o interfiera en su arbitraria voluntad. Desde niños arrastramos la idea de que lo importante es las individualidades y la real voluntad propia. Se desestima todo lo colectivo y la importancia de los otros en nuestras vidas. Esos pequeños tiranos, reyezuelos alabados sin restricciones de ningún tipo, no admiten frustraciones ni se someten a ninguna norma. Al comienzo de sus vidas es el colegio a los que dirigen su cólera, pero más tarde serán las ciudades con sus múltiples expresiones culturales que demandan disciplina y comportamiento. Así vemos a los museos siendo blanco de vandalismo. Toda institución llamada a establecer las reglas de juego de la convivencia será objeto de una crueldad extrema por parte del fanatismo. Mientras más altruista se presenten los políticos más radicales y crueles serán bajo el alegato de luchar por los ideales de una doctrina.

Los fanatismos por los que somos fácilmente atraídos generalmente requieren de un líder que los convoque. Líderes que poseen como rasgo de personalidad la seducción, la facilidad de palabra y una postura personal superior, disfrazada de experticia. Ellos saben y por lo tanto el resto obedece, para ello el ciudadano con deberes y derechos debe ser reducido a un rebaño conducido y controlado por los perros del régimen. Verdugos y asesinos prestos y ansiosos por ver sangre y sufrimiento. Son las personas más sometidas y sin vida propia, pero con el poder que confiere la impunidad. Ya Sigmund Freud se había referido al fanatismo como un mecanismo de defensa ante la infelicidad y la inseguridad emocional. Observar estos seres crueles, figuras públicas exhibidas en las redes, puede ser todo un ejercicio para refinar la percepción ante el peligro. Sus gestos, miradas, formas de caminar y gesticular a veces hablan más que sus cuatros frases hechas que repiten como letanías.

Dejar de ser borregos y hacer conciencia de la intensión de masificación no es por la vía del fanatismo. Al fin y al cabo, son manifestaciones del mismo problema. Fundamentalismo, dogmatismo, sectarismo expresan una radical intolerancia frente a cualquier asomo de cambios y defensa de ideas que se consideran eternas. No hay salida complaciente para ser un verdadero sujeto responsable de la propia vida y de la comunidad escogida. Hay que trabajar para ello y en esta época se hace una medida de emergencia. Las democracias se extinguen y solo seres conscientes y responsables podrán rescatarlas. Tenemos la palabra, no esperemos que nos la otorguen los directores de debates que se han mostrado perdidos.

 

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