14 de enero de 2020

Inconcebible

Kaitlyn Dever como Marie Adler



Indispensable creer en lo que el otro dice para hacer lazo social. Pero cada vez nos sumergimos más en un mundo descreído, no es gratuito, se debe a una razón o a muchas razones.  Poca importancia se da a la palabra dada, se miente con descaro para inducir al otro a creencias o conductas interesadas. Se deja a los demás esperando, no se cumple con horarios acordados ni compromisos adquiridos. Es como si el otro no tuviera ninguna importancia, como si no lo necesitáramos, como que solo está allí, ante mí como objeto a ser utilizado. En este escenario que nos convierte en parias solitarios surgen movimientos colectivos reclamando credibilidad y justicia ante atropellos inconcebibles, como son las violaciones, los acosos o maltratos a seres indefensos o sometidos. En este escenario se desarrolla la serie “Inconcebible”.

En agosto de 2008, Marie Adler (Kaitlyn Dever) tenía 18 años y dormía en su pieza cuando un hombre con pasamontaña entró, amenazándola con un cuchillo: la amarró, la violó y luego le sacó fotos. Tuvo que repetir a la policía cuatro veces lo que le había sucedido, pero su familia de acogida –había tenido varias- y luego los policías pensaron que estaba mintiendo y la acusaron de levantar falso testimonio. Sintiéndose abrumada, optó por retractarse de lo que había contado. Tres años después, dos mujeres policías que seguían las pistas de un violador serial, demostraron que la chica decía la verdad. En este transcurso Marie fue rechazada por sus seres más cercanos y acusada de un delito como es mentirle a la autoridad. Multada y acosada estuvo a punto de quitarse la vida.

La serie muestra los estragos que causa no ser creída en una situación tan delicada para una joven que recién comienza su vida adulta. Es que se trata no solo de la autoridad local sino de los seres que la acogieron en su infancia, que la conocían, que la educaron, que se supone la querían. Su padre adoptivo se niega a recibirla en su casa por miedo a ser acusado de violador. Marie pasa a ser una persona despreciada y apartada por su entorno. Una tragedia desencadenada en un mundo masculino de autoridades con muy poca intuición para investigar verdades. Falta fundamentalmente empatía, humanidad, contacto afectivo con una niña asustada. Una historia contada con sobriedad y dureza.

Dos mujeres detectives tres años más tarde descubren la verdad y logran que Marie sea reivindicada por el daño que se le causó. ¿Tenían estos seres noción del daño que causa una violación? Pareciera que no se pasearon jamás por el escenario de emociones encontradas, vergüenza y vulnerabilidad en la que queda sumergida una joven que ha sido violada. Muchas veces el daño causado es irreversible y la víctima queda marcada de por vida con limitaciones sexuales o miedos infundados. No se sale impune de una violación y en ningún caso es fácil la denuncia por miedo a no ser creída. Se necesita mucho contacto con las emociones que se manifiestan más allá de las palabras. Lo importante para los policías que investigaban el caso era que le habían hecho perder el tiempo y el costo que esto había causado. Para quedar paralizados por el horror que les causó saber que se habían equivocado e inducido a Marie a declarar que había mentido. Balbucientes y avergonzados pidieron un tímido perdón.

Dos detectives mujeres llevan a cabo la investigación encarnando las figuras de Grace Rasmussen (Tony Collette) y Karen Duvall (Meritt Wever) que con sus rivalidades, celos competitivos logran hacer una dupla plena en reconocimientos y apoyos logísticos. Todo un tratado de la psicología femenina y un ejemplo de sororidad. Para ellas fue un honor demostrar que Marie estaba diciendo la verdad y poder ofrecerle compensaciones y fortalezas para volver a rehacer su vida. En ningún momento de la serie se cae en lugares comunes y vulgaridades sentimentaloides o expresiones feministas tan de moda en este mundo perdido. Se muestra seriamente los estragos que puede causar no ser creída y el apoyo que otras mujeres pueden prestar por su identificación femenina y determinación. Diría que es una muestra de feminismo adecuado y sobrio.

Además la serie tiene la virtud de ser mostrada en momentos del controversial movimiento del Me-too que como todo espectáculo ha llevado a posturas y exageraciones que rayan con lo ridículo. En Suecia, por ejemplo, se presentó un proyecto de ley que exige el consentimiento explícito antes de cualquier relación sexual. Se ha prohibido la exhibición de obras de personajes públicos, películas, cuadros, esculturas, conciertos y libros por haber sido acusados de acosadores sexuales sin que se hayan probado tales actos satisfactoriamente. Muchas mujeres se apresuraron a declarar haber sido víctimas de algún delito sexual años después de que supuestamente sucediera. Se alborotó los movimientos feministas con un despliegue histriónico faltándose el respeto ellas mismas. No se observa seriedad en lo que podría ser acusaciones sumamente serias, todo se diluye en escándalos de baja calidad.

El problema pierde foco en el énfasis por la victimización. Importancia tiene el no creer en el otro porque pertenecemos a un mundo que se ha tornado mentiroso. Ahora todos somos culpables hasta que demostremos lo contrario. Hombres y mujeres por igual sufren la soledad de no tener oídos que escuchen con respeto la demanda por justicia y reivindicación. El acoso sexual es una manifestación de poder por parte de un depredador sexual, no es un seductor. La seducción es un juego entre dos iguales pero suelen confundirse los escenarios provocando un cúmulo de confusiones en el juicio que se levanta en el delicado abordaje erótico entre hombres y mujeres.

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