23 de abril de 2019

Viajar en tiempos de oscuridad

Paul Klee


Por fin consigo pasaje en Santa Bárbara, no es ni de lejos de mi confianza, pero en estas circunstancias no se trata de escoger sino de aceptar lo que te den. Salgo vía al aeropuerto con la intranquilidad que siempre se tiene antes de viajar y sobre todo cuando la salida es por Maiquetía. Piensas en la inseguridad de la vía, piensas en la inseguridad y hostilidad del aeropuerto, por más que pienses y adelantes acontecimientos estos siempre quedarán pálidos ante lo que realmente te va a suceder. Lo que les voy a contar es realidad aunque pareciera producto de una imaginación proclive al desastre y a la exageración. Es que nuestra realidad superó a la ficción hace mucho tiempo, por eso hay que contarla, para que no se pierda la noción de lo que es vivir en el desastre, para que nuevas generaciones la conozcan aunque no lo puedan creer.

Al llegar al aeropuerto todo fluyó con normalidad, entregué maletas y me dieron mi tarjeta de embarque. De repente el personal se retiró de los mostradores para nunca más regresar y al rato se escuchó una voz que anunció que el vuelo que me debía llevar a Tenerife estaba suspendido hasta nuevo aviso. Ninguna información adicional, ninguna persona que pudiera calmar la angustia y contestar las preguntas de los pasajeros. Nada, solo una voz por un altoparlante que anunciaba que regresáramos a las respectivas casas y nos comunicáramos al día siguiente con la aerolínea. La certeza que tenemos de que nadie es responsable, de que nadie está para dar la cara, de que a nadie le importa los apuros de los otros, en fin el abandono. Un remolino se formó, la gente indignada protestaba y se preguntaban entre sí qué hacer, todos desconcertados y tratando de resolver como iban a solucionar tremendo contratiempo. Unos decidieron quedarse a dormir en hoteles cercanos, otros más jóvenes con sus morrales a cuesta dijeron que dormirían en el piso del aeropuerto. Todos furiosos pero abandonados a su suerte. Yo regresé a mi casa en Caracas.

Pasé una noche muy intranquila y al día siguiente nadie atendía el teléfono de la aerolínea, resultado estaba sola y sin información. Al mediodía, ya a punto de sufrir un colapso nervioso me dirigí nuevamente al aeropuerto, únicamente para asegurar que el vuelo no despegara sin mí y después nadie respondiera por mi pasaje y mis maletas, de que son capaces, lo son. Es el mundo de la no responsabilidad. Al llegar me dirijo al mostrador de Santa Bárbara y me consigo algunas caras conocidas del día anterior y una empleada de la línea informando que aún no se sabía cuándo saldría el vuelo y ofreciendo esta vez hospedaje con varias alternativas. Escojo irme para el Meliá Caracas a donde ellos me trasladarían. Me monto en su camionetica cuando veo una avalancha de ecuatorianos, rascados y muy pero muy gritones y ordinarios que se dirigían a Madrid en mi mismo vuelo. No dejaron de gritar y escupir en el suelo hasta que llegamos al Hotel. Apenas se medio paró la camioneta brinqué de primera ya asfixiada con los alientos. Una habitación muy confortable que en realidad no disfruté.

Descansé un momento pero al ver que no podía conciliar el sueño bajé a dar un recorrido por el hotel. No me gustó, ese tipo de ambiente que sacrifica la elegancia por la ostentación. Demasiado despliegue de un lujo artificial que hacía contraste vergonzoso con el entorno. No sé cómo serán sus condiciones en este momento. Ya cercana la noche me acerqué a cenar, no había comido nada desde el desayuno y el hambre me lo recordó. Para los pasajeros de Santa Bárbara nos ofrecían un ligero  brunch de comida fría, un self service en una terracita acogedora. Al llegar me dijeron que me tenía que sentar en una mesa con los ecuatorianos que seguían gritando y bebiendo encaletado. Me negué y después de cierto forcejeo me permitieron sentarme sola en una pequeña mesa que escogí en el otro extremo. Algo comí, en realidad no era apetitosa la oferta y me quedé leyendo un rato. Entonces un tipo que estaba en la mesa de al lado comenzó a fastidiarme buscando conversación, no se veía tampoco apetitoso.

Más bien desagradable, no tenía buen aspecto. Lo saludé por cortesía y seguí leyendo hasta que se puso algo violento al ver que no le hacía caso. Me paré asustada y le dije al mesonero que me dirigía a mi habitación, que se fijara que el tipo no me siguiera y si no llamara a seguridad. No volteé para atrás pues he aprendido que no se puede mostrar miedo. Me encerré en el cuarto pendiente de cualquier ruido extraño. Resultado, otra noche de insomnio que remedié en la mañana con un buen baño. Después de comer algo de desayuno, esta vez con los ecuatorianos enratonados y silenciosos, me senté en el lobby con una hermana que fue a acompañarme y me tomé un whisky. Al medio día nos avisaron que abordáramos el autobús que nos llevaría a Maiquetía.  Allí nos advirtieron que el avión no aterrizaría en Tenerife, se dirigiría directo a Madrid. Ya no quise saber más nada, no hice preguntas recosté la cabeza y cerré los ojos. No podía a esas alturas sino entregarme a lo que viniera, estaba muy cansada.

Recordé a un tío que me aconsejaba que cuando tuviera demasiados inconvenientes en lograr algo, desistiera porque eran avisos. No podía desistir, la cita era con el nacimiento de mi primer nieto, Sebastián, que ayer cumplió once años. Vive en Suiza, habla francés y suspira por Caracas mientras yo suspiro por él. Allí estuve cuando el mundo escuchó su primer berrinche y recordé tanto a mis padres que llegaban de primeros, cómodamente en su carro, cuando nacieron mis hijos. Cómo nos cambió la vida!!!



No hay comentarios:

Publicar un comentario