12 de julio de 2016

El enemigo




En la reafirmación de la subjetividad -quién soy y cómo quiero vivir- siempre hay una figura de otro que sirve de referencia. Ese otro es un rival, un enemigo. Es un malentendido estructural del ser humano observable desde los primeros pasos del bebé. El hermanito que viene a irrumpir en la grata cotidianidad de una intimidad sin rivales, aparece como un intruso, como alguien a quien se desea eliminar y al mismo tiempo conservar porque forma parte de lo que se está gestando, la diferencia. Es la figura imprescindible que se va a adversar para marcar las diferencias y para conferir sentido a la vida, el contraste reafirma el ser. Esta figura es lo que denominamos el enemigo necesario. El que cohesiona grupos, el que apunta a una finalidad,  el que otorga sentido, el que reafirma razones. La figura ex-íntima por excelencia, que se hace necesaria en toda vida tanto individual como colectiva. ¡Así como esos no quiero ser y punto!


Hay grupos grandes de seres humanos que no logran conferirle sentido a sus vidas, una tragedia que si no termina en suicidio produce ese fenómeno que podemos denominar la esclavitud voluntaria. Se le entrega la vida a un Otro que marque las pautas de cómo se debe vivir y para qué. Mientras el mundo se vuelve más complicado y con menos compromisos sólidos  entre los humanos, estos grupos van creciendo y se van haciendo sentir con mayor odio sobre los escogidos como enemigos absolutos. A estos enemigos, que ellos escogen, tienen que exterminarlos sin contemplaciones porque esa es la razón de ser de los esclavos voluntarios. Para eso viven, no sabrían hacerlo de otra forma. Como Héctor Gallo (psicoanalista lacaniano) lo explica de una manera jocosa, porque estos fenómenos vistos de lejos pueden causar mucha risa. Dice Gallo, un guerrillero colombiano está para tirar bombas, eso es lo que quiere hacer, es su emoción. Quítenle eso y lo verán perdidos en una ciudad sin tener idea como cortejar a una muchacha. Una vida civilizada les es tremendamente aburrida y sin sentido.

Los enemigos de la civilización son, sin duda, estos seres comandados por un Otro exterminador, porque aquí ya se trata de conservar las condiciones de vida que voluntariamente -y con nuestro enemigo necesario en el imaginario- hemos escogido. Pero ¿cuál es la vía?  Si los convertimos en enemigos absolutos quedaríamos esclavizados por un único sentido, nos dedicamos a exterminarlos en una guerra sin fin porque las bombas irían de un lado a otro, hasta que solo quede un nuevo Adán con una banderita blanca pidiendo nuevamente a su Eva que lo acompañe, para comenzar su rivalidad íntima. No es fácil porque el mundo se achicó, los seres humanos perdieron el sentido en una vida monótona y aburrida. Se fue inventando todo tipo de emoción que han perdido sus sabores y por ello se empuja a aventuras de alta peligrosidad. Se busca un goce extremo que distraiga hasta que seamos aplastados por la misma bola de nieve que un día arrojamos por la pendiente, porque inevitablemente se nos devolverá.

El enemigo es inevitable, siempre los habrá, además son necesarios. Para poder vivir con ese fastidio que significa el otro que quiere arrebatar lo mío, se han inventado muchas estrategias, ninguna perfecta pero allí radica lo interesante del juego. Siempre habrá una tensión y siempre el hombre, porque habla, estará perdido en sus contradicciones, siempre será un exterminador, siempre conformará la principal amenaza para los otros hombres. Bien, si se trata de grupos humanos, es la política la vía, esa maraña de acuerdos, negociaciones, organismos internacionales que se estructuran en una pirámide de controles siempre incompletos. No hay, tampoco, control absoluto. Si se trata de lidiar con un enemigo personal, también hay estrategias en último caso apartarlo de la propia vida (para salir en búsqueda de otro enemigo)  Hoy es más fácil, como las interacciones son principalmente por las redes sociales de comunicación, pues simplemente bloqueamos o apagamos el aparato.

La negociación es lo que se nos enseñan si queremos actuar de forma responsable, pero también falla si se trata de enemigos radicalizados, fanáticos. Estos seres harán lo indecible para no perder su razón de vida. Mover un dedo, dar una orden y observar desde sus butacas como vuela en pedazos una ciudad, no tiene precio. Tampoco lo tiene estar por encima de todo control ciudadano, poseer avionetas y andar por el mundo repartiendo sustancias prohibidas; amasar fortunas y vivir con la ilusión de ser esclavos sin límites de cualquier bien de consumo. Al fin y al cabo ¿dueños de qué? dueños de la ilusión de ser seres superiores que terminarán como muchos enterrados y con su epitafio “aquí yace un enemigo absoluto”.  Somos seres que transitamos en la búsqueda de una razón de vida, la cual perfectamente podría ser la virtud, la educación, el compromiso y la solidaridad, pero estas razones han sido devaluadas en nuestro mundo líquido (Bauman). Actualmente poseen un mercado reducido.

Enemigos de sí mismos, presas de una constante angustia van por el mundo restándole humanidad a los otros para así poderlos eliminar con mayor facilidad. Por ello son tan proclives a insultar con figuras de animales que no sean tan difíciles de aplastar “cucarachas” “gusanos”. Son seres controlados por sus objetos, esclavos de una mala apuesta, son seres identificados a un muerto, al padre que mataron. Ante una amenaza como la que estos seres representan hay pocas alternativas, pero las hay. O nos conformamos en seres parecidos con ansias de exterminio o apelamos a las estrategias que nos ofrece la política para sacarlos del camino y poder retomar la ruta que nunca debimos dejar. Con la clara conciencia que en democracia también necesitaremos de enemigos, de esa figura amenazante que nos reafirme en el estilo. El enemigo necesario para no ser enemigos de nosotros mismos. Para no terminar esclavizados por un Otro exterminador tenemos que ser recibidos en un orden simbólico que nos otorgue lugar, donde encontremos emoción y sentido.


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