10 de noviembre de 2015

Un llamado a la esperanza



En tiempos difíciles como el que vivimos hay fundamentalmente dos caminos para el individuo, dejarse arrebatar la vida por el miedo y el sinsentido o echarle mano a las herramientas internas de la acción y la esperanza. Con total seguridad podríamos afirmar que estamos más conscientes del miedo, la desprotección y la desesperación que padecemos que de ese extraño llamado a la esperanza. En tiempos revueltos parecería casi como un discurso que apela al comodín de una fe lejana, o no tan lejana, en un credo que nos invita a confiar en un padre protector o una madre protectora, que pase lo que pase no nos abandonará. Muy bien para el que tenga este tipo de ilusión, pero para el que no la tiene también es bueno recordarle que todo lo que suceda en su vida y sus elecciones va a depender en gran medida de sus actitudes y  sobre ellas queremos reflexionar. Jacqueline Goldberg hizo una pregunta referente a  la oferta de muchos cursos para afrontar la vida en el extranjero, pero no nos ofrecen cursos de cómo afrontar y sobrevivir en nuestro país para aquellos que no quieren irse. Pregunta, por supuesto, que tiene su picardía y que apuntala nuestra seria dificultad, no queremos irnos, queremos recuperar al país, pero mientras ello sucede tenemos que resistir con esperanzas.


La esperanza se acerca más a una actitud que a un valor, supone una manera de entender la vida y pararse frente a las vicisitudes; de por sí acarrea  en su significado la certeza de nuestra condición de indefensión  y transitoriedad porque si no ¿de qué esperanzas estamos hablando? La idea de que el paso siguiente será más firme y apuntará en una mejor dirección, dado que fundamentalmente confiamos en las herramientas propias del ser humano: la cultura, la inteligencia y las emociones que impulsan a las tareas cotidianas y transformadoras. Es un estado de ánimo y una fortaleza sin la cual la vida se transformaría en un arrastrar cadenas sin sentido y sin objetivos. Todo, sin excepción, lo que el ser humano ha logrado a lo largo de su historia fue hecho por aquellos seres que confiaron en su capacidad pero también en el progreso y la posibilidad de mejorar las condiciones de vida de las generaciones posteriores. Apostaron por la superación y no se quedaron lamentando por las grandes dificultades que supone enfrentarse con el retraso y la barbarie. Es por lo tanto, también una forma de exorcizar las tentaciones de la parálisis que impone el miedo.

Este temple fuerte porque está lleno de un futuro a construir es la esencia de todo el esfuerzo que invertimos en nuestro hacernos en la vida, no es una postura irreflexiva que ve todo color de rosa por una falta fundamental de reflexión. Por el contrario es saberse objeto de las circunstancias y la incertidumbre, de la tragedia propia de nuestro existir y tener una convicción interna irrefutable de que todo lo que hagamos fortalecerá nuestra identidad y la cultura en la que nos tocó vivir. Algo así como una voz interna que nos reafirma y nos recuerda incesantemente “no es ni será en vano”. No nos engañemos, esta manera de enfrentar la vida no depende de las circunstancias, que las hay buenas y muy malas, sino de una apuesta existencial. Quien no posea este ethos griego, le será muy costoso enfrentar situaciones difíciles en la vida, que siempre e inevitablemente las habrá. Más bien, debería aparecer un llamado a la posibilidad y la esperanza en los momentos en que la vida nos llevó por derroteros del fracaso y de la dificultad. Una voz que nos recuerde que la vida es una sola y que desperdiciarla en el lamento es sencillamente perderla.

Debemos admitir que hay circunstancias en la vida en que podemos y de hecho somos derrotados, a veces irreversiblemente y a veces sólo por temporadas. El esfuerzo para volver a recuperar el temple, entonces, es muy grande pero es el reto; cuando el golpe es muy fuerte y ya no es posible asirse de las ganas, entonces debemos admitir que la vida terminó, aunque no se haya aun tropezado con la terca muerte. Lo que si pareciera un desperdicio vital es no luchar por nuestras necesidades de vivir y vivir bien como nos fue encomendado por la ética griega; los griegos supieron vivir y mostraron todas las pasiones en sus máximas intensidades. Las tragedias y los caracteres indomables de sus héroes nos hablan de la determinación, de su sólida voluntad de vivir, no de cualquier manera pero con dignidad y esperanza. No en balde levantaron quizás la cultura de más proyección en la historia de la humanidad occidental, a ellos principalmente les debemos nuestros ideales de democracia y libertad. 

De la nada que somos debemos construir esperanza si el objetivo es vivir y con sentido. De esta conmovedora forma nos lo expresa Hugo Ochoa Disselköen, profesor titular de filosofía en Valparaíso “La esperanza es de suyo inclusiva, llama a todos sin excepción, porque la esperanza surge precisamente como correlato vital de la proximidad a la nada de toda criatura humana, proximidad que se hace consciente en la experiencia del dolor, de la incompletud, del error, del miedo, de lo cual nadie está exento. Sólo tiene esperanza quien también puede ser devorado por la angustia y el sinsentido”.

Es un llamado en estos momentos en donde la oscuridad nos arropa, si caemos en la desesperanza nada podrá hacerse para enderezar nuestro camino. Ser indiferentes o quedarse  viendo impasiblemente como el país se hunde lentamente es fallar en lo más fundamental de nuestro oficio humano. Una de las pérdidas más dolorosas que puede sufrir el ser humano es la pérdida del  país que lo vio nacer, con él se pierden las referencias y la identidad en gran medida, a donde vayamos no volveremos a ser lo mismo, cambiaremos para bien o para mal y si algún día intentamos regresar ya veremos con dolor que tampoco pertenecemos a la tierra que nos dio nacionalidad. La tragedia que reclama por la esperanza de encontrarnos nuevamente como habitantes de un espacio que grita por su reconstrucción. Difícil tarea y época nos tocó pero al mismo tiempo puede convertirse en un interesantísimo reto al que no podemos acudir temblando sino, más bien, con la convicción que supone ser ciudadanos y no simples habitantes espectadores y quejosos de nuestro desacierto actual. Ortega y Gasset señaló que a la esperanza hay que abrigarla y por supuesto ello tiene sentido en tiempos de dificultades porque cuando las cosas marchan bien no hay porque abrigar esperanzas.

Fernando Savater nos alerta sobre el papel acomodaticio que pueden tener la desesperanza, un decirse “como no hay nada que hacer, entonces no muevo un dedo”. Veamos en sus palabras como escoge su posición ante los males que azotan a España y específicamente a su región vascaPero también está comprobado que acogerse a la desesperación suele ser una coartada para no mover ni un dedo ante los males del mundo. Puestas así las cosas, soy decididamente de los que prefieren abrigar esperanzas..., aunque siempre tomando la precaución de no considerarlas una especie de piloto automático que nos transportará al paraíso sin esfuerzo alguno por nuestra parte. Es decir, creo que la esperanza puede ser un tónico para los rebeldes y un estupefaciente para los oportunistas y acomodaticios. De modo que esperanza de la buena es precisamente lo que hemos derrochado desde hace bastantes años todos quienes nos hemos enfrentado al terrorismo y al nacionalismo.”

Esperanza y esfuerzo equipaje para el camino que no podemos dejar olvidado.


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