26 de marzo de 2025

El reconocimiento humano

 

Armand Schonberger


Parece que en general se coincide con la visión de un mundo desorganizado y desalmado. Es como que se estuviera regresando a aquellas épocas anteriores al derecho internacional, como que no hubiésemos conocido la democracia. La vida ha perdido valor y los seres humanos se regodean en la impiedad. Esas emociones propias de los seres éticos ya no se sienten o se ocultan tras deseos menos nobles, como son la venganza, la competencia y las ambiciones personales. A lo que le otorgábamos valor ya es visto como debilidad. Hay quien opina que es un período de transición y puede que así sea, pero sin saber aún hacia donde transitamos. Cuando el mundo nos ofrece este panorama desolador es porque está habitado por seres humanos que decidieron vivir fuera de cualquier convicción del reconocimiento al otro.

El ser humano carece de un instinto gregario, pero al mismo tiempo es un ser desvalido que necesita de otros para su subsistencia. Para poder formar las comunidades que le son necesarias debe ser educado en un compromiso moral, sin una convicción de respeto nos mataríamos los unos a los otros para arrebatar lo que no es nuestro. Hemos venido, a través de la evolución, desarrollando organizaciones que facilitan la vida en comunidad, nuestra naturaleza egoísta y violenta necesariamente debe ser disciplinada. Cuando al fin logramos un sistema (perfectible) equilibrado para una convivencia en paz, decidimos no defenderlo y dejar que los seres amorales se dediquen a destruirlo. Están las democracias bajo un asedio cruel y desmedido, los seres inocentes y desprotegidos están siendo exterminados. Bien porque son asesinados o bien porque son inducidos a albergar sentimientos de venganza.

La vida ética del reconocimiento, único camino para conformar un Estado, la vía que construye sociedades a las que pertenecemos. Detrás de estas sensaciones de pertenencia hay un mar de emociones donde se hace posible el reconocimiento propio y el del otro. Estas emociones se conocen como las emociones éticas, entre la que destaca la piedad. Si no me duele la desgracia ajena, si expongo a los otros y a mi país como blanco de ataque por un simple razonamiento instrumental, entonces no estoy adscrita al pacto fundamental de defensa de lo nuestro y estoy vendiendo lo de todos, estoy vendiendo al país. Así es como se ha venido socavando la base fundamental de unión entre los humanos. No podemos aspirar a una libertad sin tener claro como se defiende, sin tener claro que debo comenzar por defender la libertad del que le fue arrebatada sin tener un delito comprobado.

Los valores no son abstractos ni lejanos, convivimos con ellos nos acompañan cuando razonamos y cuando estamos con otros. Afloran hasta herir cuando presenciamos una injusticia o cuando no nos reconocen en nuestros actos de bondad. Hiere la indignación, la vergüenza, la empatía, todas emociones éticas. Quien no las siente es el psicópata que sabe que el otro puede ser manipulado a través de ellas. Entendamos de una vez que el psicópata no hace sociedad, más bien la destruye. La nación se consolida a través del Estado como el proceso natural del sentir social dentro del marco de igualdad ante la ley y la libertad. El afán por la seguridad conduce a las personas a la necesidad de llegar a acuerdos que preceden a los sentimientos morales e implican la necesidad de reconocimiento, nos recordaba Hannah Arendt.

El arrogante hecho para no sentir miedo, el que sobresale en la manada de los soberbios actúa con la convicción que nadie se le asemeja, pero ni de cerca. No está dispuesto a obedecer leyes que lo limiten. Por ello, entre otras cosas, no mide las consecuencias de sus palabras ni de sus actos.

19 de marzo de 2025

La argumentación y la política

 

Caravaggio


La política al ser una actividad humana ingeniada para evitar conflictos y llegar a acuerdos es por esencia una actividad racional en general y argumentativa en la práctica. Está orientada por la lógica y limitada por la vía jurídica. No está ceñida a la actividad proselitista, a la militancia y a los debates ideológicos cerrados en dogmas y extremistas. Así que su práctica es contraria a la rigidez de posturas adoptadas. En el camino se van evaluando los escollos, las imposibilidades y se van adoptando estrategias que se ofrecen al debate. Sin deliberación y sin flexibilidad no hay política sino imposición y descalificación. Se trata de la difícil conformación de un gobierno, lo que en un Estado está permitido hacer, lo que los ciudadanos se pueden permitir como herramientas de vida dentro de la ley.

Todo lo que emane de un sistema de gobierno, sus acciones u omisiones, debe ser susceptible de ser compartido a través de razonamientos. Siempre es una obligación de los dirigentes rendir cuenta a sus seguidores y ser interpelados por estos para exigir razones de sus decisiones. Es característico que el líder encerrado en sus trincheras (por las razones que sean) y solo interpelados por los suyos cercanos, vaya perdiendo contacto con la realidad. No pueden, entonces, estar en capacidad de entender y actuar en concordancia con el momento. En nuestro caso que vivimos en una férrea dictadura no podemos dejar la conducción política de oposición en manos de una sola persona porque pasa lo que está pasando, quedó aislada y perdió el rumbo.

Así que nuestro desconcierto y sensación de fracaso viene de desviaciones duales. De parte del tirano y la anarquía voluntariosa de una líder que dejó de razonar para imponer. Ambos están defendiendo sus bastiones y justificando sus “verdades” pero desconociendo el estado de cosas por las que se sigue hundiendo al país, se desconoce el sufrimiento de una población cada vez más paupérrima y desposeída de los servicios elementales, agua, electricidad, salud y educación. Sabemos que la tiranía no va a flexibilizar sus posturas, al contrario, cada vez las endurece más. Pero aun esperamos que la dirigencia opositora flexibilice su estrategia y la adapte a las circunstancias actuales. No nos encontramos en la misma realidad en la que estábamos cuando acudimos a votar. Toda acción humana debe ser flexible.

Argumentar apelando a una autoridad del carácter que sea (política, religiosa, mágica) es no argumentar. Las más conocidos en nuestro medio son las autoridades extraídas de la religión o apelando a que “así lo quiso la mayoría”. La democracia exige cambios constantes y está siempre en un conflicto porque su naturaleza es deliberativa. La mayoría también se puede equivocar y es parte de la función de liderazgo indicar con razones por que se equivocó.

Para poner orden en nuestro mundo necesitamos razones que le den sentido a lo que sería un caos ininteligible de lo contrario. Cuando expresamos el “aquí no se entiende nada” es porque tenemos un cuarto de siglo viviendo en un caos, es imposible entender que cuando todo ha demostrado ser un fracaso se siga insistiendo en permanecer implementando las mismas políticas. Es imposible entender que en 25 años la oposición siga cometiendo los mismos errores y vaya de fracaso en fracaso, sin tener la capacidad de debatir con sus homólogos. En un mundo que cada vez se aleja más del diálogo y de la argumentación, que cada vez se acerca más al conflicto bélico para dirimir sus diferencias, es un mundo que cada vez se aleja más de ser humano. Es el mundo que Trump, Putin y Maduro quieren.

12 de marzo de 2025

Regresar

 

Leonora Carringtton


Hemos estado recordando con horror esos tiempos pasados en los que vivimos con muchas penurias. Tiempos de escasez de producto alimenticios y de medicinas. Tiempos de controles excesivos y prohibiciones absurdas que le costaron la vida a muchas personas. Venimos recordando los días del mega apagón nacional que paralizó al país por más de una semana. Recordamos porque estamos en peligro de volver a repetir esa dolorosa e insoportable historia. La electricidad viene fallando o sometida a racionamiento en muchas regiones. En los automercados se comienza a ver la escasez de productos y el aumento de precio desproporcionado de los mismos. Vienen épocas nuevamente difíciles para los venezolanos que permanecemos en el país y el gobierno se esconderá tras las sanciones.

Sentimos miedo al pensar en ese regreso. No hemos salido de un sufrimiento sostenido por muchos años y al parecer estamos esperando se acentúe, o al menos lo estamos temiendo.  No podemos integrar esa sensación sin terminar de perder el sentido. Ya el tener miedo de esta nueva avalancha que se anuncia con mucho ruido es sufrimiento y desconcierto, en el mayor desamparo nos vemos arrojados a dificultades invivibles y todavía más invivibles porque ya tenemos las huellas del dolor marcadas en la memoria. Ante estas imágenes ominosas quedamos paralizados, se pierde todo sentido de acción quedamos en automático sorteando emergencias. Pero siempre hay una brecha entre lo que veíamos venir y lo que realmente sucede. Falta nos hace saber la verdad de lo que se planifica, pero eso no sucede, se guarda silencio o se engaña. Sumergidos en el mayor silencio oímos rugidos de los presentimientos.

El tiempo parece detenido, los acontecimientos de nuestro diario transitar suceden monótonamente, no se agrega nada a nuestro cavilar cotidiano, nada sorprende, todo sigue en un desorden que ya es previsible sin mucho esfuerzo de razonamiento. Las conversaciones se han vuelto repetitivas al igual que los encuentros, no es posible innovar porque la realidad nos mantiene prisioneros y asustados. Las noticias son las mismas muy duras, durísimas, pero repetitivas. Vivimos en una suerte de neblina espesa provocada por un humo que huele a esperanzas y a futuro chamuscado.

Ya Steiner lo describía a la perfección “La adormecida prodigalidad de nuestra convivencia con el horror es una radical derrota humana”. Mucho tiempo, demasiado, hemos permanecidos sumergidos en un horror, que lejos de ir siendo derrotado, pareciera que cada día se profundiza más sin que nada le ponga límites. Las mismas explicaciones, los mismos discursos, la misma modorra, la misma impotencia para desarticular la aplanadora inmoral y destructora que avanza sin obstáculo alguno. El aburrimiento es vivir desapasionados, lo que produce un padecimiento grave porque nos aparta de cualquier mundo posible, es un vacío de sentido, un desgaste del lenguaje, un desapego a nuestra propia ley, a los límites que no debemos perder, a la vergüenza que nos debe causar renunciar a las responsabilidades.

Quizás ya estemos sin recurso, sin fuerzas, sin ganas, sin creencias, pero aquí falta un firme “NO” antes que regresar pasivamente a esos tiempos de mayor tormento. Este abominable mandamás suele, como todo cobarde, achantarse cuando se le habla con firmeza, que no es lo mismo que bravuconadas.