26 de julio de 2016

Un solo grito




Si uno verdaderamente pudiera quedarse sin ningún ruido distractor podría escuchar un solo grito, como aquel grito lejano sostenido y perturbador que se oyó en el terremoto del sesenta siete. Desgarrador, el momento de pura angustia y dolor al que aún no se le ha podido otorgar significación, producto de un acontecimiento terrible que acabó con la vida de cientos de personas, fuerza destructora que en esa ocasión provino de la naturaleza de nuestro mundo. El grito colectivo que hoy podríamos escuchar es provocado por la fuerza aún más destructora del humano que anida en su alma la sed de matar y que ha arrasado con miles de vidas, bien arrebatándoselas definitivamente o bien acabando con la alegría, esa fuerza que como expresa Savater, en su propio grito íntimo, da la fuerza para querer vivir. Porque una cosa es querer morir y otra es querer vivir lo cual se han empeñado en no dejar. Es peligrosa la alegría, es peligroso el deseo y su fuerza indetenible de búsquedas por su realización. Es peligrosa la ilusión y muy peligrosa la búsqueda incesante por entender y conocer qué es en realidad lo que nos pasa. Muerte a la pasión y a la razón, por ello gritamos.


La paradoja de nuestro tiempo es la realización del deseo destructor del padre muerto, el asesinato de una nación. Un padre que aun después de muerto se obstina en no permitir que sus hijos gocen de una vida, cada quien a su manera. Su férrea voluntad destructora no respeta pactos acordados, no hay leyes ni normas que le puedan poner límites a tal voracidad. Nos engullen, asfixian, nos arrebatan la vida para dejarnos solos actuando como autómatas sin querer vivir o entregando nuestro entusiasmo poco a poco en una marcha sin compas. Freud, que no fue optimista con el porvenir de la humanidad, distinguió y denunció con toda valentía, el vacío estructural de todo sujeto que lo mueve a obturarlo con diferentes y a veces muy macabros objetos. En esa búsqueda subjetiva hay seres, no todos, que se sacian solo con la muerte del otro (en acto) para de alguna forma velar la propia (esa dialéctica del tu o yo). Pero unos y otros, víctimas y victimarios,  permanecen en ese primer momento de un puro grito de la pérdida. En realidad todos perdemos porque el que se instala en un solo y puro goce tampoco vive, se mata poco a poco.

Como señala Eric Laurent identificados a un fantasma que nos envuelve hace ya un tiempo “el vacío de legitimidad en el cual hoy se toman casi todas las decisiones. Por un lado el vacío del Otro, expulsado de la plaza, encarnando el objeto malo, el kakon aquel que no debe estar allí”. Ya no reconocemos nuestros rasgos comunes, es más los rechazamos “a esto no me parezco” pero nos identificamos, hacemos lazo social, en este movimiento fantasmal del kakon (palabra griega que significa mal). La experimentación del dolor de vivir, la emergencia de la angustia, el presentimiento de un fatal desenlace. Este movimiento que es el de doblegarnos, quebrarnos es el que no han logrado a cabalidad, y estamos gritando es verdad, pero es un grito que busca ser significado y que no ha cesado de escribirse. Muchas voces se activan y podemos todavía darnos el bello lujo de ayudarnos en darle sentido a la tragedia que nos obligan a vivir. ¿Acaso había necesidad? Ahora desesperadamente buscamos nuevamente un espacio vital en el que podamos respirar libremente.

Un grito que rechaza la maldad seductora que engaña, revestidos de una bondad perversa que la realidad se ha encargado en desnudar. La maldad que significa el querer doblegarnos por una identificación a una única idea presentada como “verdad” o por un odio a todo el que se manifieste en contra. Pues bien ese empeño se devuelve a sus orígenes con toda y la misma fuerza destructora y ojalá no se manifieste en una violencia desenfrenada, porque estamos en el dintel. Nuestros síntomas como cuerpo social están determinados por un objeto de la maldad, el padre muerto. El goce interdicto de los hijos que se encuentran en un momento de puro grito. Se manifiesta la locura en esas identificaciones en la que los sujetos se comprometen por su verdad y su ser. Ese grupo que apostó por ser herederos del kakon ya están dando muestras de desintegración en ese mundo perdido de la insania. Nosotros, aunque estemos gritando, no perdamos el rumbo que tanto nos ha costado. Digámosle no a las drogas porque como señala J. Derrida “Cada organización fantasmática, individual o colectiva, es la invención de una droga”.

Toda desintoxicación acarrea dolor, gritos de un goce al que hay que renunciar, gritemos por  las esperanzas perdidas, por los espejitos que nos vendieron y reflejaban la nada, por habernos dejado engañar, por el peor error de nuestras vidas. Pero la vida se vive con valentía, gritemos pero no flejemos, hay que defender la idea de ciudadanía; una vez aceptado el pacto social al que acordaremos sin los depredadores, cada quien podrá ser como quiera (Fernando Savater) ese es el principio de la civilización y hacia allá deben estar encaminados nuestros pasos.

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