Todos tenemos conciencia de que estamos en una profunda
“crisis”. Cuando decimos que todo está en crisis ¿a qué nos estamos refiriendo?
Para contestar a esta pregunta sólo basta ver que nos evoca en nuestra
cotidianidad la palabrita, que no tiene nada de simpática. Lo primero que
aparece como representación es que todo está al revés de como consideramos deben
estar las cosas en nuestro reducido mundo. Nada funciona adecuadamente, mucho
de lo que valorábamos perdió su valor y aquello que reconocíamos y nos
reconocía simplemente se esfumó. Entonces nuestra crisis actúa en dos
vertientes, es la sociedad en la que vivimos la que está en crisis y somos cada
uno de nosotros, que como consecuencia, también estamos en crisis. No tenemos
nada firme y controlado, no sabemos cuáles serían las mejores decisiones, las
opciones están ausentes y nos movemos como en un laberinto, desconcertados y
dando bandazos. No son momentos confortables ya que no estamos diseñados para
vivir sin un mínimo de confianza y certidumbre.
Ahora deberíamos pensar que es lo que realmente se nos movió
de lugar, se desenfocó. Perdimos en primer lugar eso que podríamos denominar la
normalidad, aquello en lo que vivíamos sin prestarle mucha atención, digamos ir
a una farmacia y encontrar las medicinas, ir al automercado y encontrarlo
abastecido con numerosas ofertas, salir a la calle y estar protegidos por los
órganos de seguridad del estado, abrir el grifo y que salga el agua, prender la
luz y que el bombillo se active e ilumine el ambiente; cosas sencillas que
deberían formar parte de la cotidianidad, del hábito, de la costumbre. Es
decir, actos que realizamos de forma rutinaria y automáticamente y de las
cuales no hacemos conciencia sino cuando este estado de cosas se rompe y todo
comienza a funcionar mal. Ya nuestras conductas no pensadas se vuelven un
problema porque las herramientas con las que contábamos ya no funcionan.
Digamos estas cosas enumeradas son las más sencillas, que molestan y mucho,
pero no son las más importantes. Se puso patas arriba, también, la autoridad,
el respeto, la guía política necesaria, la probidad, el honor, la justicia y la
sensatez. Larga cartilla que podríamos definir como la civilidad, quedan
cenizas, restos deformes de lo que alguna vez sentimos como “la normalidad”.
Valga decir entonces que si no entramos en crisis no hacemos
reflexión de lo que es justo y saludable para vivir dentro de unas coordenadas
razonables de armonía. Toda crisis augura un cambio, es verdad, pero lo que
nunca podemos predecir es si este cambio va a ser para bien o por el contrario
nos va a sumergir cada vez más en un estado de caos sin fin. Por esta antesala
a un cambio que predice una crisis es por lo que a algunos terapeutas de la
salud mental les gusta cuando sus pacientes entran en una crisis. Pero cuidado,
en una situación terapéutica esta crisis debe ser controlada y pulsada por el
terapeuta, no se puede pasar de un límite no tolerable porque el paciente
podría estallar y producir un resquebrajamiento de su psique sumamente
peligroso, que lejos de ser beneficioso puede conducir simplemente a la locura.
Así mismo podemos hablar de los procesos sociales, no se
puede ahondar sin fin en una crisis porque las sociedades estallan. Cuando todo
es un desorden, cuando ya no podemos ni siquiera razonar porque todo nos suena
a un tremendo disparate, cuando se va ensayando improvisadamente una y otra
salida a este gran laberinto, entonces la situación se hace insostenible y se
produce el estallido. En esas puertas estamos y los ciudadanos vivimos con una
sensación de catástrofe. Depositamos por un tiempo nuestra confianza en
políticos con trayectoria porque suponíamos que debían haber acumulado una
mayor experiencia en estas lides críticas. Pero se vieron también perdidos y la
confianza desapareció. Así que sin timón
y sin capitán navegamos por los mares embravecidos, aun sin vislumbrar tierra
en el horizonte. Los tripulantes comienzan a lanzarse por la borda.
Llego el momento de organizarnos seriamente, con el agravante
que no tenemos sindicatos, gremios, o cualquier otra organización de base que
pueda tomar el relevo de la dirigencia política. Por ello vemos como estallan
en distintos lugares, urbanizaciones, barrios, o en diferentes sectores como
trabajadores de la salud, profesores universitarios, protestas diarias sin
mucha fuerza. Mientras el tiempo pasa y la gente se va del país. Las
organizaciones políticas hablan de un trabajo “puerta por puerta” me pregunto
¿habrá tiempo? La angustia peor del momento crítico que atravesamos es la
sensación de no estar haciendo nada mientras morimos de inanición. El estar en
crisis produce mucho sufrimiento pero alivia cuando sabemos que tenemos
herramientas para salir de ella y volvernos a construir. Lo que enloquece es
sentirnos en un hueco, asediados, maltratados sin que se avizore una cuerda,
una escalera por la cual poder escalar.
Esta semana se anuncian varias huelgas indefinidas, como
todas las semanas estaremos a la expectativa, como todas las semanas tendremos
decepciones, como todas las semanas seguiremos con nuestra gran batalla por el
día a día. Pero estoy segura que llegará una semana en que esa rutina estalle
en mil pedazos, porque toda esa rebeldía y rabia se desbordará sin ningún cauce
como ya estamos presenciando los síntomas.