Pawel Kuczynski |
Ante la falta de sensibilidad y horror que debió despertar el accidente del sumergible, tuvimos dos reacciones desconcertantes y repugnantes. Hubo burlas y desprecio por lo que fue catalogado de millonarios ociosos buscando su tragedia y hubo un regodeo imaginando y describiendo los detalles de una muerte que sabemos fue espantosa. ¿A qué se debe un mundo tan insensible e inclinado a la maldad? Esa es la pregunta y una respuesta, no digo que toda, es habernos acostumbrado a ver nuestro mundo como un espectáculo trágico. También hubo un gran número de personas que quedamos sobrecogidas con el deseo de que fueran rescatados con vida. Ya conocemos el triste final.
En nuestras sociedades occidentales, principalmente cristianas, estábamos acostumbrados a que se nos diera una respuesta marcada por contenidos provenientes de la teodicea, pero poco a poco fue quedando vacío, ya el mundo actual no se conforma con pensar estos acontecimientos terribles contengan un mensaje proveniente de la providencia. Se exigen respuestas laicas, científicas que nos expliquen porque falló la nave que los conducía en su exploración. Se nos suministró y callaron los bufones. Las tragedias en su gran mayoría son errores cometidos por los humanos, menos los telúricos. Tenemos muchas responsabilidades y somos muy ligeros y arriesgados cuando otros ponen su vida en nuestras manos. Eso también es violencia, un mundo dominado por la violencia tal como lo describió Levi-Strauss.
El mal y el sufrimiento no tienen justificación. “No hay mal que por bien no venga” es uno de esos dichos para consolar al que no tiene consuelo inmediato. La mayoría de los dolores los va aminorando la distancia del recuerdo, pero solo aminorando porque allí queda una cicatriz y una herida que de vez en cuando vuelve a abrirse. Esta es nuestra tragedia, la conciencia que tenemos de nuestra historia. Vemos mucho sufrimiento que no ha debido producirse, que ha sido producto de la maldad sin sentido. La muerte de Dios no es el fin del sentido de nuestro mundo ni el advenimiento del nihilismo extremo, solo implica una nueva búsqueda del sentido, el fin de la teodicea (Bernstein). Pero lo que si no debe acabar son los límites que necesariamente tenemos que observar para no hacerle mal a otros. Ahora mas que nunca somos responsables de los males que puedan generar nuestras conductas.
Es el hombre ordinario el que está más expuesto al sufrimiento porque está abandonado a su suerte. No son los héroes que tanto les gustaba a los historiadores de antaño exaltar, es el que se encuentra por azar con lo inesperado que maltrata. Es el azar de la vida que repentinamente nos toca. El mal que vivimos son hombres que se lo infringen a otros hombres, no se trata de un absoluto mas allá de ellos. “El mal radical” del que nos habla Bernstein no se refiere a su intensidad cuantitativa sino a su progresiva proyección cualitativa, que puede abarcar desde actos pequeños hasta actos muy crueles e inhumanos. Así que el burlarse de cinco seres humanos atrapados en una capsula en el fondo del mar, tiene un carácter de mal radical. Expresa la agresividad, rabia y soberbia que va a terminar exterminando al ser humano. Requerimos actuar de una forma inteligente y creativa, activando la sensibilidad y que comience a arrojar luces sobre seres insensibles en un mundo muy oscuro.