El abuso se ejerce de múltiples formas, pero lo que no tiene
variación es que se trata de una relación entre el abusador y el abusado; entre
los abusadores y los abusados. Es imprescindible el vínculo que se establece y
lo que varía es la dinámica que explicaría que este fenómeno se entronice como
una variante destacada en una relación. Hablamos de abuso cuando un integrante
de la relación se encuentra disminuido en sus derechos elementales, cuando es vejado,
maltratado física o moralmente, cuando su libertad se encuentra disminuida por
la imposición de otros, cuando es forzado o violentado, cuando sus
características físicas están en desventajas en relación al que se impone.
También se ejerce el abuso contra uno mismo, porque con uno mismo también se
tiene una relación, cuando se abusa del goce, como acertadamente llamó Lacan a
esa predisposición de encontrar una satisfacción corporal y querer por esta vía
sustituir una imposibilidad o insatisfacción de índole psíquica. Abusamos de
esta forma de nuestro cuerpo y taponamos la búsqueda de lo que deseamos.
La película Whiplash del joven director Damien Chazelle nos
muestra de una forma magistral una de las formas en que se presenta el abuso y
nos ofrece una visión de cómo el abusado se somete porque con ello obtiene la
satisfacción de su única y obsesiva meta. Andrew Neiman, interpretado por Miles
Teiller, es un alumno que quiere ser el mejor baterista en el elitesco
Conservatorio de Música (Shaffer) de la Costa Este de los Estados Unidos, en el
que estudia. Proviene de una familia en la que se destacan dos incidentes que
al él lo marcan, el fracaso del padre como literato y el divorcio y la ausencia
de la madre. Es un joven tímido al que le cuesta relacionarse con jóvenes de su
edad pero que no duda en maltratar a otros que se le presentan como rivales.
Una voluntad férrea e inamovible de triunfar lo que tiene un gran significado
de deuda con su padre al que considera un fracasado.
Fletcher interpretado por J.K. Simons es un exigente profesor
que no escatima en sus métodos hirientes para someter a sus alumnos a lo que él
denomina su “tempo” nada lo va a poner en duda en cuanto a su excelencia como
director de una banda de jazz. Para ello y para mantener su autoridad y
disciplina recurre a métodos de vejaciones, golpes, llegando incluso a utilizar
datos personales del alumno para maltratarlo en lo más débil. Fletcher quiere
también destacar como el director que llevó a uno de sus músicos a ser el mejor
del mundo y precisamente es lo que quiere Neiman. De esta forma lo expresa
Fletcher: “La verdad es que no creo que la gente haya entendido lo
que yo estaba haciendo en Shaffer. No estaba ahí
para dirigir. Cualquier idiota puede mover los brazos y mantener un tempo.
Estaba ahí para empujar a la gente más allá de lo esperado. Pienso que es una
necesidad absoluta. Si no, le estamos negando al mundo el siguiente Louis
Armstrong, el siguiente Charlie Parker.”
Tenemos de esta forma la dupla perfecta. El profesor que no
escatima ningún método para lograr lo que quiere y el alumno que se sirve de él
sabiendo que es el escalón perfecto para
saldar las deudas con su padre. Ambos obsesivos con sus grandes componentes
sado-masoquistas. Andrew incluso se maltrata a sí mismo en su intento de ser el
mejor y complacer al maestro. Mientras más se ensaña Fletcher contra él más se
siente el elegido.
En esta relación mortífera se sedimenta la relación basada en
el abuso, se trata de acabar con todo aquello que impida el lograr a toda costa
y sin ningún límite ético lo que se quiere. Dupla en la que se participa
(cuando se calla) por igual y en la que se observa los componentes
sadomasoquistas en cada uno de los participantes. En la película podemos
observar la relación despectiva de Neiman con su padre y la posición sumisa y
complaciente de un padre que se siente culpable y que no es capaz de poner
límites al goce del hijo. La relación establecida entre profesor y alumno que
roza con el límite, podríamos decir es una relación neurótica perfecta, ambos
se necesitan. Podemos ver en este tipo de intercambio humano claramente una
psicopatía, no se contempla en absoluto el daño que se le está causando al
otro, no hay ni por asomo la virtud de “ponerse en los zapatos del otro”, no se
escatima el conflicto, se guarda silencio hasta el final porque lo importante
es el provecho que cada uno está sacando del otro. Pero callar ante las
vejaciones y el maltrato aumenta el odio y se puede llegar a cualquier acto
delictivo, que por una muy delgada línea, en el film, la situación se resuelve
de otro modo.
Freud nos reveló las dos grandes fuerzas que mueven al ser
humano, Thanatos que se manifiesta en la agresividad, la competitividad, la
rivalidad, el abuso. Una guerra a muerte que marca un “tempo” acelerado y angustioso
vital, el cual es representado por
Neiman con gestos desesperados, provocando un sonido sostenido y agresivo con
el cual termina lesionándose las manos, sangrando. La otra gran fuerza humana
con igualdad de importancia y preponderancia pero que requiere decidirse por la
cultura del bien es Eros, el sentido del amor, el deseo y la identificación con
nuestros semejantes que nos conduciría a la colaboración. Esta última fuerza es
la única posible en la subsistencia de la civilización. Son las pulsiones de
muerte las que conducen a los seres humanos a relaciones destructoras.
Vivimos en este momento ese “tempo” de una batería acelerada
y repetitiva en sus golpeteos que se parecen más a los golpes desaforados de
una angustia sin límites, un ritmo vertiginoso que nos esta lesionando. Se
estableció la dupla perfecta entre el abusador y los que supuestamente
representan a los abusados, callamos el abuso y es el momento de hablar, quizás
ya de gritar, porque el odio se sigue acumulando. En este terreno Linda Loaiza
nos da lecciones, nada la detiene en su empeño de buscar justicia ante el abuso
salvaje al que fue sometida. De igual forma toda una colectividad está siendo
sometida a un abuso salvaje con la complicidad de los que tienen satisfacciones
sustitutivas en juego.