Geza Faragó |
Vayamos al teatro. Actualmente hay en cartelera una reducida
variedad pero muy interesante. Héctor Manrique y Javier Vidal incansable
luchadores por no dejar morir la cultura en el país, permanecen produciendo
espacios para la reflexión y contacto con nuestras emociones. Buen teatro que a
través de sus imágenes, sonidos y diálogos hacen estremecer profundamente
nuestro ser en lo más íntimo. Un buen teatro sobrecoge u obliga a una
conversación de intercambio de sensibilidad, sensualidad e ingenio. Buena conversación
con seres afines renueva nuestro mobiliario interno y nos conecta con lo
importante. Nuestra idiosincrasia, nuestras oscuridades y también y sobre todo
nuestras luminosidad. Un buen teatro transforma.
Mucho se ha hablado de que estamos habitando un mundo del
espectáculo desde que en 1967 Debord escribe su ensayo “La sociedad del
espectáculo”. Su tesis gira alrededor del reinado de la economía del mercado
que empuja a la gente a vivir de acuerdo a las representaciones. Nuestro
aspecto y las adquisiciones de bienes como fuente de prestigio y estatus. Por
supuesto que desde esa época a nuestros días aparece la revuelta de la
informática y tecnológica que brinda el escenario ideal para montar nuestras
obras teatrales, así toda la actividad
humana queda expuesta y representada. La diferencia con un buen teatro es que
no hay guiones, ni buenos directores, cada quien ofrece su espectáculo en una
suerte de competencia salvaje a ver quién gana más espectadores. Como tenemos
un público ávido de fuertes emociones los espectadores irán a la escena que les
haga gritar, desmayarse, rasgarse las camisas y largar las prendas íntimas.
Pero si ese actor comienza a serenarse el público se aburre y se va a ver al
exaltado de turno. Sus minutos de gloria pasaron y a otra cosa mariposa.
Nada parce salvarse de esta puesta en escena globalizada.
Salvo el arte y su exposición abierta. La reflexión en la calle y la emoción
sosegada, la lágrima disimulada, el silencio y lo sagrado. Lo logran nuestros
poetas y seres del mundo de la literatura a quienes se le limitan sus espacios
porque solo ellos logran verdaderas e importantes revueltas. No solo la emoción
es su terreno, son las imágenes de sitios posibles, de tratos distintos, de
encuentros singulares e inolvidables, de sueños posibles que nos hacen concebir
distintas sociedades y formas de vivir. Nos sumergen en una estética perdida en
nuestro entorno. Es poco el público ganado para el mundo cultural y mucho el
sumergido en el mundo de la voracidad adormecedora.
Los espectáculos que nos están ofreciendo los políticos
locales están contribuyendo a la masificación y uniformidad de la población.
Todos a pensar lo mismo y todos a experimentar las mismas emociones, hoy tienes
que estar feliz, mañana arrastrados por el suelo como gusanos. Hoy te levantas,
mañana te doy la espalda y te abandono en el desconcierto. No hay que explicar,
porque en realidad no hay nada que explicar sino lo que allí se expuso, una
pésima actuación y un mal guión. La política se ha reducido a un espectáculo, no
solo aquí sino en el mundo occidental. Un buen traje, un buen maquillaje y
corte de pelo bastan para que cualquier personaje desenvuelto aparezca en
pantalla y conquiste los votos. No son necesarias las ideas, diga lo que la
gente quiere oír y ponga mucha emoción en su relato. Así tendrá un éxito
asegurado, si el público quiere emoción, emoción tiene. El público no quiere
pensar, bien no moleste.
A solo dos semanas del último show ya se comienza a ver un
desplome de la ilusión. Otra más al pote de la basura y las consecuencias de lo
que produce los derrumbes del pequeño agujero por el que veíamos el fin de una
tragedia. Depresiones, desesperación, intranquilidad, angustia y odio
descontrolado. Embestir al primero que se cruce en el camino, agredir física o
verbalmente al más cercano o al que tenga el atrevimiento de reclamar su
privacidad y refugiarse en sus cavilaciones, lecturas y elaboraciones como único
medio para cuidar un equilibrio precario y frágil. No veo otra forma, en estos
tiempos tan tormentosos, que encontrar algo de paz en ese refugio que nos
ofrece el mundo cultural. Mundo que persiste a pesar de ser perseguido y
limitado. Vayan al teatro, vayan a ver buen cine, piérdanse en una buena
novela, oigan la sabiduría de los poetas. Cultiven sus jardines. Lo que
Habermas identifica como el “mundo de la vida”.
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