29 de mayo de 2024

El poder y la locura

 

Oswaldo Guayasamin


Una revolución si algo nos demuestra es que

los nuevos amos siempre serán más feroces que sus antecesores.

Lacan

 

El falo es el significante de lo que no se tiene y de lo que no se es. Representa la incompletud que somos y por lo que estamos constantemente deseando a otro ser humano que nos desee; deseando obtener privilegios, un lugar reconocido por otros, dinero, poder y un largo etcétera que podría extenderse sin que tenga fin. Somos máquinas de deseos y al cesar este motor existencial estamos muertos. Causa sufrimiento porque al creer que tenemos o somos lo que deseamos, nos damos cuenta que nunca es suficiente y la búsqueda continúa hasta el fin de los días. No podemos tropezar con la imagen del deseo y creer que lo hicimos realidad sin enfrentar lo pavoroso, lo siniestro; aquello que se nos devuelve como un monstruo destructor. El objeto conseguido que imaginativamente nos complementa y por lo tanto le quitamos vida propia, ese objeto se desvanece en su privilegio al quedar reducido a un apéndice de nuestro cuerpo, un pene que no puede escapar a las leyes de la biología y por lo tanto de la muerte. Es la locura, la incapacidad del discurso ordenador y de la inserción en la cultura.

 El falo no es el pene, pero el pene es el órgano que desde lo real emite señales (experiencias de goce) para la posibilidad de simbolizar la potencia en la búsqueda del deseo. Y ese símbolo primordial que representa a un órgano que irremediablemente falla, que recuerda que no somos sin carencias, es el falo. Pues bien, los seres que no se culturizan, que no domestican sus pulsiones, que no se resignan a posponer satisfacciones, que no internalizan que no todo está permitido, que se quedan apegados a la obviedad de la representación carnal de sus goces sexuales, que cargan sus penes y los exhiben de formas grotescas provocando escándalos en la cultura, son los seres que muestran una mayor impotencia. Impotencia para salir de la trampa más banal en la que puede caer un ser humano, mostrando, de esta forma, una fenomenología tan gastada y repetitiva sin ningún rasgo de creatividad. Grotesco porque carecen de lo sublime y hermoso del amor cultivado, porque la vida se les va esculpiendo pedazos de carne (partes del cuerpo) que no puede escapar a la corrupción y en una fanfarronería exhibicionista de lo que no tienen y no son. La adoración de una imagen.

Este fenómeno del culto fálico ha existido desde que se tiene conocimiento del hombre sobre la tierra, siendo uno de los mitos más ilustrativos el de Priapo. “En Trecia existía el culto a Priapo, hijo de Afrodita y de Dionisio; era representado como un hombrecito en actitud burlesca y provisto de un enorme pene, el cual pesa en una balanza. El otro plato de dicha balanza, contiene una bolsa repleta de monedas de oro, simbolizando no sólo el peso del pene, sino, además, su valor y estima. A él se le rendía culto, en cuyo honor se celebraban grandes orgías fálicas”. Las joyas, el dinero, el poder junto con esta actitud burlesca e irrespetuosa hacia otros seres humanos, son las constantes que se observan en algunos hombres y mujeres que ocupan puestos de poder (el cual siempre será transitorio) y por sus carencias espirituales, confunden un lugar temporal con lo que son o tienen. Estos seres que muestran una carencia fundamental de un discurso propio suelen caer víctimas de los monstruos creados por ellos mismos. Terminan robados, vengados, enfermos y traicionados. Despreciados e irrespetados por la cultura que organiza al mundo gramaticalmente, el que nombra para separarse de sí, el que se encuentra inserto en un lenguaje y construye desde su falta.

El poder a pesar de su precariedad posee la tentación de tener acceso a cualquier goce. Se supone que a través de él se tiene potencia para adquirir riquezas, mujeres, objetos de prestigio: vehículos costosos, relojes, viajes ostentosos y también crea la ilusión de poder preservar estos objetos de goce de los otros que envidian esas pertenencias. Crea la ilusión que los súbditos reconocen la superioridad de estos autocondecorados con medallas etéreas; cuando en realidad van gestando odio, resentimiento y las luchas antropológicas por destituir a los falsos propietarios de lo que supuestamente debe ser para todos. Los tiranos se van rodeando de estos seres tan poco cultivados y primitivos como lo son ellos mismos, dedicándose a la tarea de arrebatar todo lo que pueden. Arrebatan fincas, empresas, propiedades y niñas de sus hogares. Caminan observando quien será su próxima víctima con desparpajo porque al creerse falos andantes nada les puede ser prohibido. No hay que repetirlo sabemos cómo terminan; suficientes ejemplos tenemos en la historia. Basta leer “La fiesta del Chivo” de Vargas Llosa.

Seres enfermos de narcisismo que los compele a gastar todas sus energías psíquicas a no cotejarse con otros, se tienen que mantener en posiciones superiores desde las cuales resguardar sus ídolos de barros y sus fechorías. Abrirse al juego de las diferencias y el respeto es rebajarse a la consideración del otro como igual; exponerse a las angustias de sus carencias y a las tensiones propias que implica toda relación con los iguales. De allí que se aferren al poder y a querer ser representantes del falo como las únicas tablas de salvación para no descender al terreno de los humanos, sujetos a la ley del despliegue de significantes. Es sin duda una apuesta suicida y una renuncia a la libertad al ser impotentes para cultivar su propio relato.

22 de mayo de 2024

Promesas incumplidas

 

Arpad Racz


A veces una lectura te trae la respuesta que sin darte mucha cuenta estabas buscando. En esta ocasión fue el artículo de Sandra Borda que puso a circular Fernando Mires en su blog. Afirma Sandra que las promesas incumplidas que acarreó la globalización es parte de la razón por la que la democracia se encuentre en vías de extinción. Mucho se habla del peligro que enfrenta occidente y su sistema político democrático que cada vez tiene menos aliados. Enemigos internos como externos hacen fuerza para extinguir un Estado que aparece como uno de los protagonistas del desengaño. Al hablar de Estado estamos hablando de las normas e instituciones que velan por el cumplimiento de la dinámica democrática.

Occidente es un mundo roto, desengañado y frágil que se encuentra en una constante revisión de sus creencias y en la búsqueda apresurada de promesas nuevas. He aquí su “Tendón de Aquiles”, el deseo de vivir constantemente de la ilusión de un paraíso, oportunidades para todos, igualdad de los ciudadanos, aceptación, solo felicidad y armonía sería lo que se viviría una vez alcanzadas las metas. Esas metas inalcanzables no se alcanzaron nunca, por supuesto, entonces raudo y veloces llegaron los disfrazados de redentores con nuevas promesas y proyecto de dominación muy bien planeado. Primera tarea acabar con las instituciones y vender la idea de que “el estado soy yo”. Los líderes políticos se mimetizaron con el proyecto de personalismo y ahora se repite desde cualquier trinchera. No salimos del esquema y todo deriva en un espejismo.

Estados debilitados y ciudadanos desilusionados y narcotizados con placeres basados en la imagen y juventud. Es lo que ofrece un candidato montado en una tarima cantando y bailando hasta que la prótesis se les cae y la vergüenza de la burla los abruma por un ratico. No hay nada que se quiera ocultar mas como el pasar de los años. Se nos vende con facilidad estas ilusiones, pero no se hace énfasis en lo necesario que es revitalizar el Estado y las instituciones. Se siguen haciendo promesas y presentándose como figuras redentoras que la multitud adora y eleva al altar de figuras milagrosas. Es el populismo que vende ilusiones, el conocimiento profundo del Estado y el manejo apropiado de los asuntos públicos no importan o ello se aprende en la práctica. De esta forma no importa si el candidato tiene experiencia en estos asuntos o por lo menos estudios. No es el conocimiento lo que gana votos, son las promesas de un salvador impoluto. En palabras de Sandra Borda “Un líder carismático que desprecia la construcción de consensos y el respeto a los procedimientos propios de la institucionalidad democrática”.

La democracia no se alcanzará hasta que no se fortalezcan las instituciones y los ciudadanos sean capaces de salir de sus sueños idílicos y ponerse a trabajar con la responsabilidad de vigilar la concentración de poder y las decisiones de Estado. La participación ciudadana es fundamental, no hay otra vigilancia más eficaz. Es necesario que las instituciones permanezcan atentas a los intereses de los ciudadanos. Como vemos el llamado no es solo a un cambio de régimen sino a una manera diferente de hacer política que es lo que aún no aparece en nuestro país. Queremos con mucha pasión salir de este agobio con líderes políticos populistas. ¿Las exigencias ciudadanas quedarán relegadas, nuevamente? Noah Harari subraya que “las libertades individuales se socavan desde dentro y en la que, de hecho, los conceptos “libertad e “individual” ya no tiene mucho sentido”.

15 de mayo de 2024

Mas aca de la santidad

 

Oleg Shuplyak


Sabemos lo que es un enemigo cuando hemos sido maltratados, sometidos y abusados. Es cotidiano tener adversarios y crecimos con ellos discutiendo y argumentando, podíamos incluso hacernos amigos con diferencias. Esto vivido en los últimos veinte y cinco años no lo habíamos experimentado y hasta ese momento no sabíamos, colectivamente, lo que era un enemigo. No sabíamos lo que era odiar a quien te mata un hijo o a quien obliga a perder a la familia que emigra. No sabíamos lo que era ver a niños y personas mayores hurgar en la basura para evitar morir de hambre. No sabíamos de amigos secuestrados, encarcelados y torturados. No habíamos visto la maldad y la locura actuar contra ciudadanos indefensos.

Ahora es que lo sabemos y   un volcán de emociones nos impulsa a organizarnos para acabar esta oscuridad que nos doblegó vergonzosamente. Ahora que lo sabemos, comienza a aparecer el discurso del perdón y la reconciliación. Como táctica política no lo vamos a rebatir pero no se nos puede pedir que borremos de la memoria y de nuestra alma las profundas heridas que aún sangran y no se cierran ni hacen costra. La política es la vía para llegar acuerdos entre personas que mantienen ideologías distintas y por lo tanto visiones diferentes de como deben estar organizadas las sociedades. Todos entienden que cuando se trata de asuntos públicos es primordial acatar leyes, normas y respetar al adversario. No es el caso del abusador y el asesino que se hace del poder para llevar a cabo sus fechorías.

Carl Schmitt concibió el eje de la política por la tensión antagónica entre amigo/enemigo. Esta dimensión ontológica queda cuestionada a partir de Mouffe cuya línea argumentativa parte de concebir al Estado como la unidad política de un pueblo el cual requiere un sustrato común. Este sustrato en democracia es producto de una elección que queda plasmada en la Carta Magna. Todo aquel que trasgreda las bases de ese acuerdo, comente un delito y se sitúa fuera de la ley, por lo tanto, será juzgado con derecho a la defensa y le serán respetados sus derechos humanos. Ningún ciudadano podrá ser maltratado mucho menos asesinado. El bárbaro capaz de cometer esas barbaridades será considerado un enemigo.

Mouffe distingue un adversario de un enemigo. Es por ello que nos habla de antagonismo y agonismo. Dos conceptos que señalan diferentes contiendas, el antagonismo representa una lucha entre enemigos y el agonismo entre adversarios. Dentro de una política democrática tendremos adversarios no así cuando se trata de vencer con una herramienta democrática a un enemigo autocrático. Estamos, a mi manera de ver, tratando de recuperar la libertad y la justicia y al mismo tiempo estamos librando una difícil batalla contra un grupo cada vez más solitario, pero con mucho poder para exterminarnos. En esto soy muy freudiana y poco cristiana, si quieren jugar a la santidad que empiecen ellos primero. Si quieren una confrontación entre adversarios que respeten. Que reconozcan la existencia del otro como condición esencial del pluralismo. No confundamos la política con la moralidad.

Como lo dejó claro Wittgenstein, diferentes “formas de vida” requieren diferentes “juegos de lenguajes” son diferentes realidades con sus respectivos sentidos. Lejos de un sentido único, de objetivos únicos, a lo que se puede arribar es a una unidad política por consenso de ideas y seguir manteniendo diferentes formas de vida y diferentes formas de pensar. No existe según Mouffe una única definición de “bien común”.

Un exceso de bondad fingida resuena como otra imposición de sectores que pretenden ser monolíticos. Nos podemos unir, pero somos diferentes.