Oleg Shuplyak |
Sabemos lo que es un enemigo cuando hemos sido maltratados, sometidos y abusados. Es cotidiano tener adversarios y crecimos con ellos discutiendo y argumentando, podíamos incluso hacernos amigos con diferencias. Esto vivido en los últimos veinte y cinco años no lo habíamos experimentado y hasta ese momento no sabíamos, colectivamente, lo que era un enemigo. No sabíamos lo que era odiar a quien te mata un hijo o a quien obliga a perder a la familia que emigra. No sabíamos lo que era ver a niños y personas mayores hurgar en la basura para evitar morir de hambre. No sabíamos de amigos secuestrados, encarcelados y torturados. No habíamos visto la maldad y la locura actuar contra ciudadanos indefensos.
Ahora es que lo sabemos y un volcán de emociones nos impulsa a organizarnos para acabar esta oscuridad que nos doblegó vergonzosamente. Ahora que lo sabemos, comienza a aparecer el discurso del perdón y la reconciliación. Como táctica política no lo vamos a rebatir pero no se nos puede pedir que borremos de la memoria y de nuestra alma las profundas heridas que aún sangran y no se cierran ni hacen costra. La política es la vía para llegar acuerdos entre personas que mantienen ideologías distintas y por lo tanto visiones diferentes de como deben estar organizadas las sociedades. Todos entienden que cuando se trata de asuntos públicos es primordial acatar leyes, normas y respetar al adversario. No es el caso del abusador y el asesino que se hace del poder para llevar a cabo sus fechorías.
Carl Schmitt concibió el eje de la política por la tensión antagónica entre amigo/enemigo. Esta dimensión ontológica queda cuestionada a partir de Mouffe cuya línea argumentativa parte de concebir al Estado como la unidad política de un pueblo el cual requiere un sustrato común. Este sustrato en democracia es producto de una elección que queda plasmada en la Carta Magna. Todo aquel que trasgreda las bases de ese acuerdo, comente un delito y se sitúa fuera de la ley, por lo tanto, será juzgado con derecho a la defensa y le serán respetados sus derechos humanos. Ningún ciudadano podrá ser maltratado mucho menos asesinado. El bárbaro capaz de cometer esas barbaridades será considerado un enemigo.
Mouffe distingue un adversario de un enemigo. Es por ello que nos habla de antagonismo y agonismo. Dos conceptos que señalan diferentes contiendas, el antagonismo representa una lucha entre enemigos y el agonismo entre adversarios. Dentro de una política democrática tendremos adversarios no así cuando se trata de vencer con una herramienta democrática a un enemigo autocrático. Estamos, a mi manera de ver, tratando de recuperar la libertad y la justicia y al mismo tiempo estamos librando una difícil batalla contra un grupo cada vez más solitario, pero con mucho poder para exterminarnos. En esto soy muy freudiana y poco cristiana, si quieren jugar a la santidad que empiecen ellos primero. Si quieren una confrontación entre adversarios que respeten. Que reconozcan la existencia del otro como condición esencial del pluralismo. No confundamos la política con la moralidad.
Como lo dejó claro Wittgenstein, diferentes “formas de vida” requieren diferentes “juegos de lenguajes” son diferentes realidades con sus respectivos sentidos. Lejos de un sentido único, de objetivos únicos, a lo que se puede arribar es a una unidad política por consenso de ideas y seguir manteniendo diferentes formas de vida y diferentes formas de pensar. No existe según Mouffe una única definición de “bien común”.
Un exceso de bondad fingida resuena como otra imposición de sectores que pretenden ser monolíticos. Nos podemos unir, pero somos diferentes.
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