Mucho hablamos de la dignidad humana en términos discursivos,
pero tendemos a pasarla desapercibida cuando nos enfrentamos día a día a las
experiencias atropellantes que debemos sortear. La imagen que nos hacemos
cuando se nos dice que en un país se está violando la dignidad humana, es que
se está abusando del ciudadano, que no se le está garantizando su derecho a la
vida, a la salud, a la libertad. Nos imaginamos, entonces, a personas
desprotegidas por el abuso de autoridades que no respetan los derechos humanos
y creemos que esto es un asunto que solo compete al ámbito político y por lo
tanto dejamos que sean las personas con poder las que solucionen los atropellos
e injusticias. Mientras esto sucede, si es que sucede, pareciera que se vive
con una especie de resignación los vejámenes de que somos objeto todos los
días. La libertad y la igualdad ante la ley son conceptos que el ser humano conquistó
producto de sus luchas a lo largo de la historia; y sobre todo el gran impulsor
para esta conquista fueron las dos mortales heridas que nos dejaron las dos
guerras mundiales. A partir de allí y con la clara conciencia, por haberla
experimentado, supimos que puede haber otros seres humanos que se propongan
arrebatar los derechos de otros humanos.
Solo por el hecho de ser humanos debemos concebirnos libres
para pensar y proporcionarnos una vida digna de ser vivida. No importa el
lugar, etnia, credo religioso o preferencia sexual. Ninguna persona puede ni
otorgar ni quitar lo que por derecho tiene un ser humano desde el momento en el
que nace, su derecho a ser respetado y tratado con la deferencia del
reconocimiento a su dignidad. Así mismo como se debe tratar con respeto a un
niño y por respeto también educarlo para que tenga conciencia de su inalienable
importancia y de la igual inalienable importancia de los demás; así mismo, como
adultos, no deberíamos pasar por alto, no deberíamos dejarnos herir
constantemente con el bochornoso espectáculo de los maltratos inferidos a
través de sentencias truncadas, de atropellos xenofóbicos a destacados
comunicadores sociales, con la tortura y muerte a mansalva de los valientes
ciudadanos que ejercen a plenitud su dignidad. Cuando vemos a un hombre justo
tras las rejas o cuando una digna persona nos debe recordar que “la libertad es
una fiesta” es porque en nuestro país se nos están violando nuestros derechos
constantemente y se nos está negando una vida digna. No es posible ser
espectadores de un circo macabro sin salir de la experiencia mortalmente
heridos.
Lo que nos pasa es que no hay un reconocimiento práctico, una
conciencia plena de la conquista humana irreversible del lugar que ocupamos en
la vida; de los derechos individuales, intocables, indisolubles con los que
estamos dotados. No hay conciencia cuando maltratamos a un animal, no hay
conciencia cuando arruinamos al medio ambiente y de esa misma manera salvaje
como tratamos a nuestro entorno, de esa misma manera salvaje nos tratamos a
nosotros mismos. No ocupamos con dignidad la condición de la existencia y vamos
dejando en el camino las huellas del desprecio por la titánica tarea que
conquistaron nuestros antepasados. Nuestros derechos y el respeto por la
existencia es una conquista de todos los días, es tarea del diario vivir;
requiere levantar la voz cuando las circunstancias lo ameritan, requiere de la
manifestación de la indignación, requiere del reclamo por el despojo de nuestra
condición de humanos. Pero para ello antes teníamos que habernos conformados en
humanos y en esta importante tarea nos descuidamos. Esta facultad de reconocer
y respetar la esencia humana la posee el hombre por su condición de poseer un
lenguaje, pero así mismo puede desestimarla, como bien nos recordaba Sandra
Pinardi en su conferencia sobre los Derechos Humanos. Pueden quedar relegados a
un plano de la idealidad o bien solo escritos en tratados internacionales que
muy pocos leen.
Se trata de inscribirse en una ley ética y cultural que haga posible una convivencia armoniosa. Sin
estar sujetos a estos ordenadores morales no es posible la racionalidad ni el
ejercicio pleno de nuestras obligaciones y derechos. Ignorando o expulsando las
leyes fundamentales que demarcan y definen lo propiamente humano lo que podemos
esperar es el primitivismo y la locura. Ya vemos con qué facilidad se logra la barbarie
utilizando como medio operador ideologías que desconocen por completo al ser
humano en su esencia; lo cosifican y utilizan como herramientas para su
perpetuación dominadora. Mientras más atrasada se mantenga una población en
cuanto a la concientización de los derechos humanos, más fácil victima será de
los atropellos ejercidos por otros. De esta forma recuerda Sandra que la
concientización de nuestros derechos constituye un “micropoder”, capaz de
modificar estructuras, instituciones; de modificar un orden político. Mantener
un estilo de vida digno, a pesar de la insistencia por doblegarnos, es la mejor
manera de resistirse a un tirano; ejercer a plenitud y con verdadera
responsabilidad las tareas a la que cada quien se dedica y no ceder a
imposiciones ni vejaciones en cualquier lugar que estas aparezcan. Ejemplos de
dignidad no nos han faltado y conmueven hasta las lágrimas. Reconforta oír en
una peluquería, en un restaurant, en las humillantes colas por comida, como la
gente comenta emocionada el valiente y emotivo discurso de un hombre que no
vende su dignidad por nada. Esas acciones son las que hacen patria.
Heridas profunda dejó a la humanidad el nazismo y el
comunismo, pero estamos ahora presenciando otras profundas heridas que se le
infringe a la humanidad en nombre de fundamentalismos y populismos que
recrudecen en todo el planeta. Personas que tienen que abandonar su país porque no se les ofrecen condiciones
adecuadas para poder desarrollar sus vidas de formas dignas. Allí a donde vayan
se llevan consigo lo que nadie les puede arrebatar, su derecho a tener
derechos. Y esa es la gran batalla que se libra hoy en el mundo y en nuestro
país en particular. Digámosle pues NO a este atropello constante.