Vivimos en una eterna despedida. Nos despedimos de los hijos
que viven con nosotros hasta que crecen y buscan su propio destino. Es un duelo
que elaboramos durante todo el trayecto de su crecimiento. Desde que los
dejamos en el colegio, llorando y nos vamos llorando también, pero sin que nos
vean, hasta que agarran su mochila y emprenden su camino. Nos quedamos con un
desasosiego y angustia en casa pero con la satisfacción de un deber cumplido. Lo
llaman el síndrome del nido vacío. Si tenemos suerte y se quedan en la misma
ciudad, los podemos ver cuando nos visitan o vamos a sus casas, para observar
con admiración como van adquiriendo, cada vez más, sus características propias
que les otorga la libertad de elegir.
Mas tarde ellos son los padres y podemos admirar las diferencias en como
educan a sus hijos. Son diferentes los hijos y aprendieron de nuestros errores,
por supuesto ellos también comentarán los suyos y serán corregidos por sus
propios hijos. Y así transcurre la vida cuando se vive en normalidad.
Después es un deleite contar con los nietos, verlos crecer
con esa alegría e ingenuidad de la infancia. Contestar a sus preguntas. Aún
recuerdo la cara de asombro de mi nieto cuando se enteró que yo era la mamá de
su papá. Encontró en mí una aliada para neutralizar las órdenes paternas o para
conseguir una respuesta que el papá no quería darle. Picaba su ojito y asomaba
su sonrisa pícara. Mi nieta, toda una dama desde que nació, dando indicaciones
en donde quería le pusiera una piscina o bailando coquetamente por toda la
casa. La alegría se desbordaba por las ventanas con solo sus presencias aunque
al final parecía que por casa había pasado un huracán. Rompen rutinas, llenan
de asombro y ternura, logran conectar con lo mejor de la existencia, son amores
incuestionables y para siempre. Si, son huracanes de vitalidad los hijos y más
tarde los nietos. Así transcurre la vida en un país normal. Así son las
despedidas en cualquier vida que transcurra en sociedades justas, se van los
hijos y los nietos pero pronto volverán con sus caritas inquietas.
Se fueron los hijos y los nietos, ya no están cerca. Se
fueron como es natural a buscar nuevas oportunidades, a buscar una vida donde
se pueda ir a los parques, donde se pueda ir de excursión y hacer deportes.
Donde haya teatro, museos, cine, libros y posibilidades de una buena educación.
Aprenden idiomas, se llenan de vida y de experiencias distintas, aprenden a
convivir con sociedades diferentes y entender la manera ordenada y justa de
respetar a los otros. Salieron de un basurero en que se transformó su país; ya
la muerte no los acecha cuando salen a caminar por las calles, ni cuando van al
colegio. Poco a poco se irán haciendo más extraños a su cultura de origen. No
sabemos si regresarán, no sabemos incluso si van a querer regresar. Se fueron
sin pasaje de retorno. Es esto lo que duele sin consuelo, que se fueron
empujados por la inhospitalidad. Porque lo natural es, como dice Serrat:
“Cargan con nuestros dioses y nuestro idioma, nuestros rencores
y nuestro porvenir. Por eso nos parece que son de goma y que les bastan
nuestros cuentos para dormir. Nos empeñamos en dirigir sus vidas sin saber del
oficio y sin vocación. Les vamos transmitiendo nuestras frustraciones con la
leche templada y en cada canción. (…) Nada ni nadie puede impedir que sufran,
que las agujas avancen en el reloj, que decidan por ellos, que se equivoquen,
que crezcan y que un día nos digan adiós”.
Los que nos quedamos aquí estuvimos muy ocupados tratando de
recuperar al país, marchas, trancazos. Votamos contra viento y marea, con las
ganas de poner orden en este desastre, con las ganas de adornar la casa para
cuando regresen. Si, quizás regresan, nos dijimos. Pero nada nos alcanzó el fin
de año divididos, peleando entre nosotros. Con las instituciones rescatadas
destruidas, inoperantes. Nos dimos cuenta que seguimos repitiendo los vicios de
siempre, una manera de hacer política deshonesta, tramposa. Salieron a la luz
muchas maniobras ocultas e interesadas. Se incumplió con la palabra dada y como
era de esperar la oposición se dividió. Por los momentos no avizoro una salida
hacia nuestra libertad, el horizonte se tornó aún más oscuro, y también tuvimos
que despedirnos del deseo por excelencia de las mentes liberales. Como dijo Herman
Hesse “Para que un mundo nazca. Otro ha de morir” Y ese mundo que nos llevó a
esta tragedia está gozando de buena salud. Trampas, vivos de pueblo, ausencia
de virtud y desprecio por la ética. No hay educación para conformar ciudadanos
comprometidos con su patria y los dirigentes no poseen la entereza personal,
táctica y política para la enorme tarea que les toca encarar. Es otra despedida
dura y muy dura.
Así que como Alfredo en Cinema Paradiso le dice a Totó “No
regreses, no pienses en nosotros, no te dejes vencer por la nostalgia. Vete y
no mires atrás. Y si no resistes, si vuelves, no te abriré la puerta” En la
nostalgia podemos quedar atrapados incapaces de trazarnos otros horizontes. Hay
que escapar de la posibilidad de quedar atrapados y por los momentos esta es la
sensación de los que ocupamos este territorio. Es una despedida de las fiestas,
de las comidas típicas de Navidad, de los regalos y de la familia. El país se
nos apagó, no se ve nada con claridad. Perdón por la tristeza.
También me despido hasta Enero donde retomaré lo que sé
hacer, pensar y ordenarme por escrito. A todos les deseos lo mejor posible con
un fuerte abrazo de reconocimiento en nuestro dolor.