Zdislaw Berksinski |
Dividimos el transcurrir de los acontecimientos en una
convención que hemos denominado tiempo.
Aunque no exista en la realidad tal cosa hemos acordado organizar los sucesos
en secuencias lo que nos permite proyectar hacia el futuro, entender y
organizar un presente y reflexionar sobre los sucesos de un pasado. Un comienzo
de año produce un efecto mágico en nuestro imaginario, en realidad ese efecto
en mayor o menor medida lo produce todo comienzo. Pero un nuevo año
especialmente impulsa a nuevos ímpetus, movimientos, esperanzas de lograr lo
anhelado. Cuando lo que se quiere es común a un colectivo comienzan a
alborotarse los escenarios públicos, se exaltan los discursos, se levanta la
voz, se dan abrazos inesperados. Momentos ideales para sacar a pasear y
adiestrar los carismas, levantar liderazgos un poco desinflamados y mantener un
entusiasmo sobre la posibilidad. ¿Es posible? Sí, es posible.
El factor carisma y su importancia en la política actual no
puede pasar por debajo de la mesa. Para ser líder, dirigir conglomerados, hay
que poseer algún tipo de carisma, a menos que alguien con mucho carisma, por
razones de fuerza mayor, haga heredero de su poder a un ser muy opaco y para
nada llamativo. Sobre esto no tenemos duda lo que hemos tenido la desdicha de
vivir tanto equívoco concentrado. ¿Que lo mantiene en el poder? Pregunta que
despachamos con una simple respuesta “las armas” sabiendo que es mucho más
compleja y difícil la comprensión de tan trágica realidad. Pertenecemos a un
mundo que se desorganiza y se nos hace cada vez más dificultoso entender ¿De
qué se trata tanta manifestación exaltada y violenta? Un líder carismático
ofrece respuesta a estas inquietudes y señala caminos para volver a la armonía
deseada. Se va revistiendo a este personaje de connotaciones cuasi religiosas,
sabe lo que hace, sabe hacia dónde vamos, conoce del futuro y puede realizar
milagros.
Max Weber resaltó la importancia de este factor en la conformación
de los líderes modernos. Su preocupación primordial fue la burocratización y su
entorpecimiento para los cambios sociales necesarios. Vio así en el carisma un
elemento “humanizador, revolucionario e irracional que podía, con su potencial,
transformar, renovar y mejorar las sociedades” como destaca Blanca Deusdad. El
mundo gira y gira, pasan los años y aparece un aparato, con imágenes en los
hogares, que nos viene a conducir nuestro imaginario y distorsiona la justa
dimensión del carisma. Allí, inmediatamente se aposentaron los líderes
políticos e hicieron de la imagen, del carisma basado en las poses, juventud y
apariencia su fuerte. Las ideas, el debate serio, la argumentación y la
creatividad quedaron prácticamente en el olvido. Fastidia pensar, estudiar, crear,
oír con atención, ya no se admira ni respeta estos oficios. ¿Desde cuándo no
vemos en los escenarios políticos a líderes como Winston Churchill o Franco
Delano cuyos carismas se fundamentaron en sus discursos y no en sus imágenes?
El catalizador de las ideas y emociones políticas no
verbalizadas, que destacaba Rousseau como función para el carisma, no es un
operador de nuestros días porque no hay ideas y si muchas emociones. Sin
embargo se les deja la tarea de pensar por nosotros y exaltar emociones con
finalidades turbias y orígenes ocultos.
Se pierde la noción de que ese poder que pareciera poseer el
líder del momento que entusiasma no es real, se le otorga. Creemos que posee
las características propias para el momento apropiado, creemos que está
revestido con dones especiales y se tiende a crear vínculos emocionales que
enceguecen. Al mismo tiempo ese personaje que disfruta de ser adorado por masas
está construyendo una nueva identidad que compensa la empobrecida que le otorgó
su realidad. Así tenemos la dupla perfecta, el niño que es llorón y la madre
que lo pellizca. Comenzamos el año y nada que sorprenda, se alborotan las
expresiones populistas y los despliegues histriónicos. Lo que no se logra oír
con claridad es el debate de ideas. Por supuesto y sin necesidad de muchas
explicaciones este estado de cosas es un enemigo mortal para las democracias.
La Democracia es precisamente la organización social de seres pensantes y
protagonistas de sus historias.
Por allí oímos una voz solitaria manifestar algunas
reflexiones sobre nuestra historia reciente pero no se han tomado con la
seriedad que ameritan para el debate de altura que deberíamos emprender sin
dilación. Pero en un mundo vacuo, sin ideas y solitarios el escenario propicio
es dejarle esta “fastidiosa” tarea al líder que los medios revistan con
carisma.