Clara Jiménez |
Estamos viviendo una tragedia, pero la forma nuestra de relatarla es desde el humor. Lo que no significa que estemos alegres ni que vivamos disimulando nuestro dolor, sufrimos, pero no conocemos otra forma que la burla lacerante. También es que estamos invadidos por bufones que enseguida causan un impulso irremediable a explayar nuestro mejor repertorio irónico. Tenemos como costumbre muy arraigada el fracaso, ensayar los errores hasta hacerlos obras maestras de exposición. Antes ellos volteamos para cerciorarnos que no hubo testigos y en ese caso respirar aliviados y salir airosos con ese clásico “yo no fui”. Ese talante trágico que llevan en procesión nuestros ancestros hispanos logramos disimularlo con gran experticia, sonreímos, bailamos, bebemos para despedir a nuestros seres queridos. Así mismo despedimos al país.
Somos divertidos, así nos conocemos y nos queremos. Así también nos quiere ese visitante que al principio se muestra extrañado pero que al poco tiempo une sus carcajadas al coro entonado de una alegría contagiosa. Se necesita mucho talento para ser siempre ingeniosos y no caer en la bufonada vergonzante. No es fácil lo que surge en estas tierras sin mucho esfuerzo. Hay que admitir que también surgen las ridiculeces menos predecibles con una facilidad pasmosa. Basta observar estos personajes siempre disimulando su propia mediocridad para que nos brote, sin poder remediarlo, las ocurrencias mas divertidas. La trascendencia, la intensidad, la reverencia o la solemnidad no son espontáneas, requiere de mucho ensayo para poder representar o vivir lo sagrado.
Es muy difícil un venezolano creyéndose a cabalidad el rol que representa. No hay institución que sea vista con seriedad, no hay desempeño que no nos cause esa sensación de “un como si” un calvo, un cojo, un borracho, un presidente, un diputado pueden ser valorados y tomarse a sí mismos como una forma cualquiera de impostura y disfraz. De todos podemos obtener su más mundana naturaleza. Unifórmate y comienza a impartir órdenes tintineando las medallas, pero vaya que nos conocemos, y sabemos medir peso y talla con gran facilidad. Es por esto mismo que las barrigas se exhiben no se fajan, ni se calculan. Por allí andan dándose barrigazos sin voltear para atrás, ni pedir disculpas. Esa imagen de un bulto grueso sentado en un pupitre nada menos que en la Universidad más querida del país, no podía pasar desapercibida al ingenio venezolano. Mas cuando ha exhibido su ignorancia con orgullo y desparpajo.
Lo que sí es extraño son la cantidad de personas censurando estas ocurrencias tan autóctonas. Como si estuvieran pisando terreno extraño. Creo que se debe a malas interpretaciones; el humor es serio, en ningún momento se desconoce o se minorisa el sufrimiento. Las denuncias más serias y lacerantes se las he oído a los humoristas en este país, maravillosos personajes que se han destacado durante todas nuestras horas difíciles. Jugadores de dardos dignos de olimpíadas, no fallan el blanco sobre todo cuando se dirigen al poder. Mucho nos han cambiado, pero no han destruido nuestro humor, aunque se encuentre disminuido, censurado y castigado, y por lo tanto, contenido.