En la modernidad se ha escindido el ser humano entre lo público y lo privado. En lo privado es el ámbito en el que se espera que se observen las virtudes éticas. En lo público se requiere comportarse como políticos no se espera un comportamiento moral. En ese quehacer el ser humano es ambicioso y la exigencia es negociar y luchar contra el opuesto, bien sea con argumentos o con las armas. Los esfuerzos que se han realizado para lograr un lugar coherente han sido infructuosos. El hombre político va a delinquir si no existen medios de protección. Si no hay instituciones ni sanciones, si no existe una oposición fuerte, en esa medida la corrupción será enorme.
E. Tugendhat, -quien falleció hace algunos días-, lo expresó con claridad. Es la perspectiva kantiana que se refiere a normas intersubjetivas, al contrario de la ética griega que se interrogaba por lo “qué debo hacer bueno para vivir bien”, la kantiana se interroga “por lo que es bueno para el otro”. Si me comporto de forma irregular, es “por tu bien”. Por esta escisión es que resulta perfectamente posible observar al político delinquiendo, robando, matando, ordenando torturar y ser con sus familiares y allegados extremadamente pulcros. Hoy las reformulaciones éticas tienen una perspectiva kantiana, son éticas del deber. Los actos pueden ser censurados en un momento dado pero la interrogante no se dirige al agente y a su condición moral. Si un agente en el ámbito público hace un acto inmoral en provecho de los ciudadanos, entonces su acto será virtuoso.
Estas contradicciones de la vida moderna nos han conducido a acciones realmente perversas. Una unidad en nuestra integridad como humanos solo la encontramos en los deseos religiosos ideales. Pero también sabemos que en estos relatos hay mucho engaño y confusión. No me gusta nada y cada vez menos esos políticos metidos en las iglesias dándose golpes de pecho. Siempre me pregunto ¿a quién engañan? Tapan con santurrería muchas tendencias perversas. Las virtudes éticas solo se sostienen cuando se tiene claro qué se quiere arraigados en claras tradiciones. Un pueblo sin tradición anda perdido y desorientado. Por eso no es inocuo esa tendencia de irnos cambiando todos los símbolos y tratando de borrarnos la memoria. Sin saber lo qué somos y qué queremos es imposible el acuerdo unitario. Lo bueno para nosotros como comunidad no se alcanza rezando, sino luchando.
MacIntyre lo expresó con claridad, la vida buena para el hombre es la que es libre de buscar su vida buena. Las virtudes son las cualidades humanas que nos sostienen y ayudan en esta búsqueda al darnos un contexto con significado, inteligible. Las tradiciones nos indican cual es el camino al que debemos apuntar. Se busca a partir de algo que ya hay en uno, decía Sócrates. Es decir, desde pequeños sabemos lo que es bueno para el otro porque fue bueno para mí. Mas tarde debemos encauzar nuestras tendencias por la razón. Pero es esencial este sentimiento moral de base, quien no lo posea pasa a engrosar la categoría de la psicopatía y no será propiamente humano. Hoy se hizo tan amplia esta categoría que obliga a cuestionarnos en qué fallamos. La ambición y la codicia le ganó a la vida buena y comenzamos a vivir muy mal. Llevados por la pasión no hay cabida para el razonamiento. Con solo las pulsiones marcando el camino errado y despreciando lo nuestro, era de esperarse que termináramos estrellados.