Arpad Racz |
No sé si estamos ante el principio de un fin o si esto ya
está decidido y no lo sabemos. No sé lo que se cuece entre bambalinas, no sé si
los uniformados están divididos y hablando entre sí. No sé si al culto se le
acabó su ingenio para la maldad o si ya se burla de sí mismo. No sé qué hace el
usurpador y su terrorífica consorte. Ya no sabemos a ciencia cierta lo que pasa
entre los factores que juegan a la política en un tablero sin reglas y sin concierto.
Sé que se dan giros inesperados a cada
momento, sé que estamos pegados a las computadoras porque no queremos perdernos
de un solo instante, sé que en cualquier momento pueden surgir noticias
inesperadas y sé que hay largos y angustiantes momentos de un vacío
informativo. Pero lo que si se es que de la noche a la mañana cambiamos. No
somos los mismos seres sombríos y cabizbajos que deambulábamos arrastrando los
pies y sosteniendo una pesada carga existencial. ¿Quién nos dijo alguna vez que
los venezolanos éramos predecibles? ¿Quién nos metió en la cabeza que en este
país se puede andar con escuadras midiendo nuestras maneras?
Si alguna vez lo creímos fue cuando más separados estábamos
de nosotros mismos. Nuestros grandes defectos, esos mismos que nos impiden ser
serios con lo importante, esa misma irreverencia y rebeldía nos salvan por
nuestra falta de vocación a ser borregos, porque lo que no podemos aguantar es
que se nos prive de la alegría y liviandad como concebimos la vida. No se nos
introdujo en la concepción trágica de la vida, en la resignación instalada en
el sufrimiento. Esa misma incapacidad que nos resta profundidad nos impele a
colarnos por cualquier rendija con aires de sol y mar. Un mañana pienso en eso,
mientras disfruto de un día soleado ha sido nuestro diario caminar. “Como vaya
viniendo vamos viendo” ha sido una de las mejores formas como nos reconocimos y
concretamos. No es la sabiduría ni la solemnidad nuestro fuerte, de ello nos
burlamos, es la picaresca criolla el ícono identificatorio con el que nos
miramos.
No anidamos la tragedia en nuestras almas pero nos alcanzó
sin haberlo esperado. Como si no fuimos nosotros mismos quienes nos metimos en
el infierno caminando hacia las urnas electorales. Pudimos ver que la maldad
existía y que era bien mala y no pudimos creer que ella albergaba en nuestra
casa. Los malos siempre creímos que venía de otra parte, nosotros estábamos
revestidos de mitos bondadosos y hospitalarios. Y no es mentira, en el país se
respiraba cordialidad y simpatías, éramos amables y dicharacheros. Estas
características nunca dejaron de acompañarnos pero ya como muecas y como
recuerdos. Estábamos apesadumbrados y desconcertados. Tanto dolor colectivo no
era fácil de digerir en unos espíritus saltarines. Pero cuando más doblegados y
derrotados parecíamos estar surge todo un movimiento donde los grandes
protagonistas somos nosotros mismos. Es la población que reconoció el momento y
no dudó en aprovecharlo. Una de las más grandes manifestaciones de rebeldía por
la que debemos estar orgullosos. Le dimos la vuelta a la tortilla y agarramos
la sartén por el mango.
No hay nada más serio en nuestro país que un humorista. Solo
nos detuvo ante la risa nuestros muchachos muertos en manos de estos
criminales, los niños y ancianos pasando hambre y hurgando en basurero, la
indefensión por parte de un Estado ausente y represor. El dolor ya nos acompaña
y sin embargo no cesamos de sacar inmediatamente las vetas humorísticas que
arrancan carcajadas. No faltan los censores que alertan ante el momento
delicado pero es que no entienden que es inevitable, es la forma de
expresarnos, de burlarnos de quienes despreciamos, de reírnos de nosotros
mismos, lo que no deja de ser signo de inteligencia. No pudieron cambiarnos,
alguien comentó que este es el único país del mundo que tumbaba gobiernos a
punta de memes y algo de cierto tiene este agudo comentario. ¿Cómo nos van a
entender los demás si nosotros mismos nos sorprendemos? Quien trate de analizar
nuestra situación y nuestros caminos sin entender la emocionalidad de nuestra
gente, siempre se equivocará. Por ello la política es poco seria y canónica,
por ello se desesperan los analistas por las variaciones “antipolíticas”.
José Ignacio Cabrujas, quizás quien mejor nos describió por
ser el mismo tan venezolano, no dejaba de desesperarse ante nuestra manera de
vivir como si el país fuera un hotel, donde no se tienen responsabilidades
porque estamos siempre de paso. “Vivir, es decir, asumir la vida, pretender que
mis acciones se traducen en algo, moverme en un tiempo histórico hacia un
objetivo, es algo que choca con el reglamento de un hotel, puesto que cuando me
alojo en un hotel no pretendo transformar sus instalaciones, ni mejorarlas ni
adaptarlas a mis deseos. Simplemente las uso”. Si alguien toma en serio su
función, sus instituciones, su porvenir, siempre sale la chanza. “Está bien
ponte el uniforme y mete la barriga, pero déjate de vainas, porque tu
uniformado, protocolar, dándotelas de gran cosota sigues siendo el hijo de
Estelita con el chichero”. A mi me gusta nuestro modo, al fin y al cabo soy de
aquí y así fue mi familia, así me reconozco, pero sé que estas formas
irreverentes tiene sus costos. Nos metieron en este lio y de esto lio también
nos sacará. Perdimos nuestra libertad pero no la igualdad, nunca dejamos de ver
a los matones como los hijos de Estelita con el chichero.
El Estado no es un disimulo, tenemos que saber que queremos
como país. Tenemos que saber quiénes somos y como queremos vivir en nuestra
casa. ¿Cuál será nuestra casa? Esa que vamos a cuidar y hacerla acogedora para
poder vivir de ahora en adelante. Esa es ni más ni menos la tarea que nos
espera una vez que arranque el esperado vuelo.