31 de enero de 2019

¿Cuál será nuestra casa?


Arpad Racz


No sé si estamos ante el principio de un fin o si esto ya está decidido y no lo sabemos. No sé lo que se cuece entre bambalinas, no sé si los uniformados están divididos y hablando entre sí. No sé si al culto se le acabó su ingenio para la maldad o si ya se burla de sí mismo. No sé qué hace el usurpador y su terrorífica consorte. Ya no sabemos a ciencia cierta lo que pasa entre los factores que juegan a la política en un tablero sin reglas y sin concierto.  Sé que se dan giros inesperados a cada momento, sé que estamos pegados a las computadoras porque no queremos perdernos de un solo instante, sé que en cualquier momento pueden surgir noticias inesperadas y sé que hay largos y angustiantes momentos de un vacío informativo. Pero lo que si se es que de la noche a la mañana cambiamos. No somos los mismos seres sombríos y cabizbajos que deambulábamos arrastrando los pies y sosteniendo una pesada carga existencial. ¿Quién nos dijo alguna vez que los venezolanos éramos predecibles? ¿Quién nos metió en la cabeza que en este país se puede andar con escuadras midiendo nuestras maneras?

Si alguna vez lo creímos fue cuando más separados estábamos de nosotros mismos. Nuestros grandes defectos, esos mismos que nos impiden ser serios con lo importante, esa misma irreverencia y rebeldía nos salvan por nuestra falta de vocación a ser borregos, porque lo que no podemos aguantar es que se nos prive de la alegría y liviandad como concebimos la vida. No se nos introdujo en la concepción trágica de la vida, en la resignación instalada en el sufrimiento. Esa misma incapacidad que nos resta profundidad nos impele a colarnos por cualquier rendija con aires de sol y mar. Un mañana pienso en eso, mientras disfruto de un día soleado ha sido nuestro diario caminar. “Como vaya viniendo vamos viendo” ha sido una de las mejores formas como nos reconocimos y concretamos. No es la sabiduría ni la solemnidad nuestro fuerte, de ello nos burlamos, es la picaresca criolla el ícono identificatorio con el que nos miramos.

No anidamos la tragedia en nuestras almas pero nos alcanzó sin haberlo esperado. Como si no fuimos nosotros mismos quienes nos metimos en el infierno caminando hacia las urnas electorales. Pudimos ver que la maldad existía y que era bien mala y no pudimos creer que ella albergaba en nuestra casa. Los malos siempre creímos que venía de otra parte, nosotros estábamos revestidos de mitos bondadosos y hospitalarios. Y no es mentira, en el país se respiraba cordialidad y simpatías, éramos amables y dicharacheros. Estas características nunca dejaron de acompañarnos pero ya como muecas y como recuerdos. Estábamos apesadumbrados y desconcertados. Tanto dolor colectivo no era fácil de digerir en unos espíritus saltarines. Pero cuando más doblegados y derrotados parecíamos estar surge todo un movimiento donde los grandes protagonistas somos nosotros mismos. Es la población que reconoció el momento y no dudó en aprovecharlo. Una de las más grandes manifestaciones de rebeldía por la que debemos estar orgullosos. Le dimos la vuelta a la tortilla y agarramos la sartén por el mango.

No hay nada más serio en nuestro país que un humorista. Solo nos detuvo ante la risa nuestros muchachos muertos en manos de estos criminales, los niños y ancianos pasando hambre y hurgando en basurero, la indefensión por parte de un Estado ausente y represor. El dolor ya nos acompaña y sin embargo no cesamos de sacar inmediatamente las vetas humorísticas que arrancan carcajadas. No faltan los censores que alertan ante el momento delicado pero es que no entienden que es inevitable, es la forma de expresarnos, de burlarnos de quienes despreciamos, de reírnos de nosotros mismos, lo que no deja de ser signo de inteligencia. No pudieron cambiarnos, alguien comentó que este es el único país del mundo que tumbaba gobiernos a punta de memes y algo de cierto tiene este agudo comentario. ¿Cómo nos van a entender los demás si nosotros mismos nos sorprendemos? Quien trate de analizar nuestra situación y nuestros caminos sin entender la emocionalidad de nuestra gente, siempre se equivocará. Por ello la política es poco seria y canónica, por ello se desesperan los analistas por las variaciones “antipolíticas”.

José Ignacio Cabrujas, quizás quien mejor nos describió por ser el mismo tan venezolano, no dejaba de desesperarse ante nuestra manera de vivir como si el país fuera un hotel, donde no se tienen responsabilidades porque estamos siempre de paso. “Vivir, es decir, asumir la vida, pretender que mis acciones se traducen en algo, moverme en un tiempo histórico hacia un objetivo, es algo que choca con el reglamento de un hotel, puesto que cuando me alojo en un hotel no pretendo transformar sus instalaciones, ni mejorarlas ni adaptarlas a mis deseos. Simplemente las uso”. Si alguien toma en serio su función, sus instituciones, su porvenir, siempre sale la chanza. “Está bien ponte el uniforme y mete la barriga, pero déjate de vainas, porque tu uniformado, protocolar, dándotelas de gran cosota sigues siendo el hijo de Estelita con el chichero”. A mi me gusta nuestro modo, al fin y al cabo soy de aquí y así fue mi familia, así me reconozco, pero sé que estas formas irreverentes tiene sus costos. Nos metieron en este lio y de esto lio también nos sacará. Perdimos nuestra libertad pero no la igualdad, nunca dejamos de ver a los matones como los hijos de Estelita con el chichero.

El Estado no es un disimulo, tenemos que saber que queremos como país. Tenemos que saber quiénes somos y como queremos vivir en nuestra casa. ¿Cuál será nuestra casa? Esa que vamos a cuidar y hacerla acogedora para poder vivir de ahora en adelante. Esa es ni más ni menos la tarea que nos espera una vez que arranque el esperado vuelo.

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