25 de junio de 2019

Son escasas las ideas

Georgy Kurasov


Desde cada balcón pareciera escucharse los gritos desesperados. Empezamos a tener las reacciones esperables de las personas sometidas a largos años de maltrato. Nada de lo que hacemos tiene los efectos deseados, solo se observan acciones desesperadas, es que ya no se sabe cómo actuar. Desaliento, pérdida de confianza de uno con otros y sobre todo con uno mismo, todo hiere más de la cuenta y cada quien expresa su desespero con características particulares produciendo irritación a los demás. Ser demasiado uno mismo es molesto hasta para quien carga con tan pesado bulto sin envolturas ni adornos. Una vez más perdimos el control y nos transformamos en seres desconfiados e intolerantes. Juzgamos rápidamente así como somos acusados por todo. Las culpas se expulsan y las responsabilidades no se asumen. Cada quien en su lugar y sus funciones específicas ya es un orden diluido, no existe. Ante los terribles errores cometidos no se oye sino un “entonces hazlo tú” No es así, no se puede actuar desde cualquier lugar. Ahora bien tenemos que saber que solo actuando lograremos lo esperado.

Somos víctimas de abusos constantes y despiadados. Por ello cuando nos visitan comenzamos con desespero a hacer peticiones de cualquier índole que pueden causar hilaridad sino proveyeran de voces desgarradas. Cada quien con su dolor y todos con un duelo imposible de tramitar. Unos con mucho odio intentando poner un límite a la crueldad del déspota, mecanismo que no funciona, el odio queda dominando a un sujeto pulverizado. Se generaliza y se acrecienta en la medida que cada evento muestra su fracaso. Cuando el verdugo no reconoce su crueldad ésta recae sobre un sujeto que se maltrata. Capturados sin voluntad propia a un sacrificio en una secta diabólica a la que no pedimos pertenecer. Tiempos de oscuridad que nos señalaba Hannah Arendt cada vez menos raros en el mundo que suponíamos civilizado. Gobiernos despóticos y totalitarios.

Un desorden generalizado, un desorden hecho cultura y es precisamente cuando el pensamiento no puede permanecer marginal o desaparecido. Vaya aprendizaje que nos tocó en mala hora experimentar, pero si nos mantenemos inactivos y sin procesar las experiencias y sus resultados estaremos vencidos. La imaginación puede ser una gran aliada, nos permite perspectiva. Sería, creo yo, demasiado pedir tomar distancia a lo que permanecemos sufriendo las calamidades diarias. Pero tienen que hacerlo los políticos de vanguardia esa es su función y ese su lugar escogido. Responsabilidad y alturas en sus cargos es una muy válida demanda, dejen de balbucear lugares comunes y dejen la llantina y ambigüedades propias del que anda perdido.

Actuar y mantener un discurso coherente y sostenido es lo que proporciona un modo de ser y un carácter, la vía para establecer vínculos entre los seres humanos. La acción, actividad que Hannah Arendt privilegió en la vida pública “Mediante la acción y el discurso, los hombres muestran quiénes son, revelan su única y personal identidad y hacen su aparición en el mundo humano” Es la forma de sostener la capacidad de escucha, de llegar a concesos. Sin esa tenacidad de los argumentos y claros caminos de acción no es posible ser exitoso en una empresa común. Y eso falta en nuestro país de allí nuestro fracaso. La tenacidad y persistencia en las convicciones revelan lo que es un hombre. No hay amoríos ni actos de fe para creer en un líder, no hay seres milagrosos y no es el voluntarismo de un “porque yo lo digo”. Solo contamos con la razón, los argumentos, la estrategia y determinación. Hay que hacerse cargo del tiempo que vivimos, para Lefort en ello radica la comprensión. Y estos rasgos escasean en el país. Tenemos muy limitadas nuestra capacidad narrativa para cimentar un movimiento colectivo coherente y persistente. Ya hemos aprendido que esto no es cuestión de euforias trimestrales para saltar improvisadamente a otros escenarios lejanos. Ya la población, con razón, perdió una inocencia más y transita descreída e indignada. Muchas herramientas esenciales escasean en nuestro entorno. Siempre es posible iniciar algo nuevo si nos guía la razón y el buen sentido.

18 de junio de 2019

A lo mejor

Keith Henderson


Solo cuando somos niños nos gusta oír un mismo y exacto cuento. Cuando uno le cambia algún evento al cuento ya contado el niño insiste “no, así no era” y puede repetirlo casi con las mismas palabras. No quiere que nada cambie, teme a las ausencias y juega para tranquilizarse con el regreso de esa cara y esa voz tranquilizadora. El niño quiere un ambiente seguro y protegido, el juego del Fort-Da del nieto de Freud. Los adultos siguen queriendo constancia en sus circunstancias cuando estas son confortables y justas, pero cuando el mundo se torna hostil pide a gritos por un cambio. No desea seguir con el mismo cuento, desea que de cualquier manera se le dé un giro a ese guión. Es ese precisamente “de cualquier manera” lo que pareciera que nos conmina a permanecer en esta eterna repetición. Un globo petrificado con agua en su interior. Nadamos en mares tempestuosos y al tratar de salir a la superficie para poder respirar nos topamos con muros de piedras. Una pared infranqueable.

Repetir sin reflexión tiene sus graves consecuencias, produce cansancio y rendición. Suponemos que el ser humano porque tiene capacidad de reflexión, de extraer consecuencias y arribar a conclusiones podría cambiar de alguna forma su proceder cuando se tienen claras las metas. ¿Será que suponemos mal? Puede ser que esas herramientas que poseemos no las estemos utilizando, las metimos en un cajón y allí las resguardamos sin uso mientras nos dedicamos con ahínco a  la acuosidad de nuestro mundo que se ve arrastrado por la corriente. Mientras la mayoría nos encontramos en situación de sobrevivencia, hay otros que hábiles para obtener beneficios del desorden, se especializan y con destreza en el arte de  la zancadilla, la mentira, y la avidez por el poder. Y uno se pregunta con perplejidad ¿es que es tan apetecible ser presidente de estas ruinas? A juzgar por los empujones que se observan en esa competencia pareciera que sí, que si lo es.

Entonces vamos a contarnos un cuento. Era una vez un país lejano que fue invadido por huestes extrañas provenientes de otras latitudes. Fueron invitadas por un grupo de los habitantes de ese país que tenían planes ocultos ignorados por el resto. Querían robarse los tesoros, riquezas y el bienestar de sus habitantes. Entraron como invaden las plagas y acabaron con todo lo que vieron a su paso. Nada quedó en pie, todo les fue cruelmente arrebatado, sus casas, comidas, colegios, universidades, hospitales, trabajos. Los servicios básicos colapsaron  y en medio de la oscuridad, de la plaga, la enfermedad y el desconcierto asaltaron sus negocios y violaron a sus mujeres. La población se defendió como pudo, batalló con valentía y convicción pero fueron respondidos con balas y traición. Muchos murieron defendiendo lo suyo y otros fueron encerrados en tenebrosos calabozos, asesinados y torturados.

Gran parte de la población desapareció, unos salieron a otras latitudes y otros murieron. Las calles comenzaron a verse vacías, las luces apagadas, la alegría se tornó extravagancia y ese bullicio de niños saltarines en los parques o sentados en bellos jardines oyendo al cuentacuentos desapareció del cotidiano paisaje. Mientras los que permanecieron como conductores del rescate del espacio arrebatado se dedicaron a contar cuentos y querer que los sobrevivientes se sentaran a escucharlos. Dicen los que quedaron de esta debacle que esos cuentos fueron escuchados durante un tiempo pero después se cansaron, siempre terminaban en un doloroso fracaso con las consecuencias de un mortal vacío en la audiencia. También comenzaron a desaparecer los espectadores, ya no se quería ni siquiera escuchar, total para qué un mismo y aburrido cuento. Esta historia no ha terminado, quizás y por esos efectos inesperados se comiencen a oír otros relatos. Quien sabe y a lo mejor.

A lo mejor comiencen algún día a entender, a lo mejor extraigan consecuencias de los actos, a lo mejor cesan las mentiras, las zancadillas, a lo mejor algún día se reconozcan los errores, a lo mejor se comience a reflexionar, a pensar. A lo mejor, a lo mejor, no sé si será demasiado pedir a la vida y sus destinos. No sé si será demasiada confianza en la capacidad de rectificación que deberían tener los humanos. Mucho se nos ha inculcado que lo que distingue al ser humano de otros seres vivientes es precisamente la posibilidad de cambio, de deshacer los errores, es decir de pensar. A lo mejor es otro mito y el ser humano esté condenado a una misma y sórdida repetición. No lo sabemos, veremos.

11 de junio de 2019

Como nos miran, miramos


Carol Weight

La mirada es un potente comunicador. Con solo una mirada podemos intuir o imaginar que quiere el otro de mí. La mirada del otro nos pone en emergencia, nos puede descolocar como sujetos y desata fenómenos como la vergüenza, el pudor, el prestigio o el miedo nos dice Sartre en el Ser y la Nada. Podemos trasmitir odio, alegría, duda y pánico con la forma como miramos. Si bien el lenguaje la puede acompañar o no ella por si sola habla. A veces nos gusta que nos miren, a veces no, queremos pasar desapercibidos. Según los juegos que establecemos si queremos atraer miradas hacemos señas, nos movemos, nos exhibimos, hacemos bulla despertamos intrigas, comenzamos un juego de seducción con el toma y encoje. Hablamos, suponemos que decimos cosas interesantes o nos oponemos a todo, hacemos berrinches, pegamos gritos, molestamos. El otro estará pendiente para regañarnos o para devolvernos una mirada irritante. Basta ya, es suficiente, comiencen a comportarse.

Una mirada puede cambiar las perspectivas de mi mundo, puede reordenarlo, si me gusta lo que el otro ve y yo quiero ser visto de esa manera, mi conexión con ese ser se hace vínculo permanente, quiero siempre ser visto de esa manera. Puedo perder a ese otro, puede ser que su presencia continúe en su ausencia, puede ser que siempre quede en mi recuerdo esa mirada y la fascinación causada. Es el escenario del amor que comienza con una mirada y un rasgo físico que cautivó. Siempre estamos en la búsqueda de un objeto privilegiado perdido, queremos reencontrarlo, nos acercamos y nos asustamos. Nunca estamos realmente solos, una presencia imaginada que mira nos acompaña, nos calma o nos persigue molestando, alegrando o entristeciendo. Escojamos ese amigo imaginario con precaución porque será esencial en nuestra relación con los otros, con nuestra mirada. Si ese fantasmita anda molestando, seremos ariscos y desconfiados con nuestro entorno. Como nos miran, miramos.

Así como los espejos, la mirada no nos es indiferente, nos sobresalta. Hay seres que tapizan sus casas de espejos, quieren ser vistos en todo instante y quieren verse para rectificarse constantemente. No siempre los espejos nos devuelven una mirada grata, no distorsionan nuestra imagen tal como la idealizamos, o nos están constantemente recordando que el reloj anda apurado. Podemos horrorizarnos, asustan los espejos y persiguen con la frialdad del cristal. Podremos tener el deseo de querer al otro como espejo, querer que constantemente este allí para que su mirada me devuelva esa figura que recreo en mis sueños. Mi fascinación consiste en que me vea, solo allí reside el encanto. Eso sí que me vea como yo quiero ser visto, el resto entrará en el terreno del conflicto. Después de todo no es tan complicado el mundo reducido a un juego de espejos.

Como andamos haciendo tanto ruido, pues el mundo nos ve y habla. Que fastidio cuando  hablan porque se desatan los demonios y nos lanzamos a defendernos de inmediato. ¡Bueno y qué, qué tiene de raro! O ese ¡ven, se los dije no somos lo que creemos, es todo una farsa! Hacemos ruido pero no queremos ser observados como espectáculos. Hacemos escándalos porque lo que vivimos es escandaloso, queremos que esas miradas sean más sensibles, que capten el dolor, la tragedia, la desgracia. No queremos la mirada fría de la ciencia queremos y hace falta la mirada del poeta. Una mirada que nos reconozca, aunque solo sea eso, una mirada. Manden postales, manden una foto que tenga el arte y la sabiduría del “evento que no podrá repetirse” como expresó Rolan Barthes en su bello ensayo sobre la fotografía. Tengamos un encuentro que nos devuelva una mirada de reconocimiento. Solo eso, una mirada.

“Hoy, al cabo de tanto perplejos años de errar bajo la varia luna, me pregunto qué azar de la fortuna hizo que yo temiera tanto a los espejos…Nos acecha el cristal. Si entre las cuatro paredes de la alcoba hay un espejo, ya no estoy solo. Hay otro. Hay el reflejo que arma en el alba un sigiloso teatro”. Borges, con esa mirada que mira más allá de lo aparente y su generosidad de dejarnos sus insuperables letras. El mundo necesita más miradas como las de Borges y menos de encumbrados mirones fríos que diseccionan, que nos reducen a muestras de laboratorios.


4 de junio de 2019

Lo verdaderamente inmoral

Eneko


Cuando era estudiante de psicología teníamos que cumplir unas pasantías en el Hospital Militar de Caracas. Allí había una Unidad de Psiquiatría que en aquel entonces gozaba de una excelente atención con Fernando Risquez en la dirección, allí se formaron excelentes profesionales de la Psiquiatría. A mí me asignaron, sin embargo, a una paciente de Maternidad cuyo drama consistía en que su vida peligraba como causa de su embarazo. Una mujer muy joven que clamaba para que no la dejaran morir y deseaba que los médicos le practicaran un aborto. No se permitió, las leyes, en ese entonces, prohibían bajo cualquier circunstancia esta práctica. Murieron ella y su bebé de pocas semanas de gestación. Esa experiencia me hizo, en ese entonces, una abanderada de la lucha por la flexibilidad de esta ley y me comenzó a preparar en lo duro de las experiencias de cualquier profesional de la salud. El Dr. Risquez me ayudó en este difícil trance que me sumergió en todo un revuelo emocional y en una rebeldía que debía ser encauzada.

Algunos años después me fui con mi familia a hacer un postgrado en Inglaterra. Al poco tiempo llegó una hermana con su marido y su bebé. Estando recién llegada y con todos los inconvenientes que significan acomodarse a una cultura distinta y encontrar un sitio, descubre que está embarazada. La acompaño a su primera cita y la pregunta de inicio del galeno fue ¿Ud. quiere continuar con el embarazo? Sorprendidas nos vimos y ella inmediatamente contestó con un rotundo “si”. Al salir comentamos esta experiencia para nosotros absolutamente inesperada. Leonor me dijo “me gustó oírme en voz alta que quiero este hijo”. Sin duda, la posibilidad cierta por su deseo del hijo que llegaba en circunstancias no ideales. Dos experiencias, dos sociedades distintas regidas por normativas que revelan diferentes concepciones sobre la sexualidad, la mujer y la vida.

Hablar de un tema como el aborto siempre ha suscitado polémica y es compresible que así sea. Pero siempre y cuando el tema sea tratado con argumentos válidos y bien fundamentados y no partan de los prejuicios provenientes de los dogmas religiosos que prevalecen en una sociedad. Hay que distinguir tres fuentes desde donde se normatizan las conductas humanas: Las provenientes del Estado, las religiosas y las éticas más personales y privadas que hemos asumido y por la cual nos regimos. No son ordenes provenientes de seres superiores, allí la fe no es argumento válido. Nuestras sociedades que suponemos laicas nunca se han desprendido de otorgar al creyente religioso una superioridad moral y nunca falta la Iglesia normatizando  la vida del ciudadano, sobre todo en las sociedades latinoamericanas. Estas normativas distintas se confunden y provocan un vaciamiento en el contenido de estos temas delicados y en la argumentación utilizada. No todos los ciudadanos profesan la misma religión ni todos son creyentes. Así que, y con razón no tienen que someterse a normativas que provengan de ningún credo. Las normas que acordamos cumplir en una sociedad determinada deberían ser producto de nuestra aceptación como ciudadanos.

En una sociedad democrática la validez de las leyes la otorga la legitimidad que proviene del acuerdo entre los autores de las leyes y sus destinatarios, y como afirma Adela Cortina “que plasme en la vida política la idea kantiana de libertad "yo no puedo obedecer más leyes que aquellas a las que estaría dispuesto a dar mi consentimiento". No es saludable en una sociedad promulgar leyes contra las convicciones de la mayoría en una población. Sobre todo cuando la vida humana queda afectada, cuando se trata de proveer una vida que se considere digna. Es lo que sucede precisamente en los regímenes autoritarios como el que padecemos. Las leyes son promulgadas para controlar, doblegar y hasta eliminar a los ciudadanos no para asegurar normas de convivencias. Se están muriendo los niños por desidia del Estado, los bebés son abandonados en cajas de cartón, abundan los niños de la calle luchando salvajemente por su sobrevivencia y a nosotros se nos ocurre discutir laxamente e irresponsablemente sobre el aborto. Temas que son convenientes para distraernos de las verdaderas urgencias.

Si nos procuramos un ambiente grato para la vida, si fomentamos una verdadera política del control de la natalidad. Si el Estado garantiza a la población sus derechos al trabajo, la educación y la salud, tendremos cada vez más mujeres que serán felices con su maternidad. De lo contrario solo tendremos esta tragedia que presenciamos día a día. Aumento de las tasas de mortalidad materna e infantil. Urge en nuestro país una educación para lograr formar ciudadanos con capacidad argumentativa, interlocutores válidos y no exhibicionistas de prejuicios. Lo verdaderamente inmoral es que existan seres humanos que puedan someter a otros a una tortura como la que padecemos. Lo verdaderamente inmoral es que haya seres humanos que se crean superiores por la profesión de una fe. Lo verdaderamente inmoral es no sentir el dolor ajeno. Lo verdaderamente inmoral es creer que una vida se respeta solo con traer a una criatura al mundo.