27 de mayo de 2020

Con mi TV no te metas


Sebastián López Castro

Un mueble muy especial que siempre me ha acompañado desde que tengo uso de razón. Todos los demás muebles se acomodan de acuerdo a su ubicación, tamaño de la vivienda e idiosincrasia de los habitantes. Si la casa es grande, como solían ser en otras épocas, se asignaba un pequeño salón para su ubicación. En espacios reducidos, como se implementó con la propiedad horizontal, se volvió todo un debate de categorías en donde se ubicaría este absorbente aparato. En la sala principal con las butacas y sofá rindiéndole homenaje, si la concepción era compartir atracciones con amigos y familiares. O se ubicaba en las habitaciones para que cada quien disfrutara según sus gustos y a sus anchas. A la larga se multiplicó su presencia y se ubicaban en sala, cuartos, patios, zaguanes y cocina. Por donde fueras pasando te lo encontrabas, con su generosidad, presto a servirte de compañía o mostraste el distante mundo que siempre te esperaba.

Imágenes y sonidos, seres que hablan y te distraen por largos ratos. Ver a mis tías viejas interactuar con este aparato es uno de los recuerdos que atesoro con más ternura. Una de ellas les hablaba a los personajes de la novela que no se perdía. “Así no, te va a engañar” “No caigas en esa trampa” ¿Pero esa muchachita no tiene quien la aconseje? Para después reafirmarse con un “te lo dije” frente a la pantalla. Otra tía ya más viejita y con demencia creía que eran personas que llegaban a su fiesta,  les daba la bienvenida y buscaba pasapalos. Así tenía una fiesta todas las noches antes de dormir, vivió festejando hasta que murió. Se respetaba el derecho a fantasear, a vivir en mundos particulares, se respetaba la vejez y su inevitable soledad.

No se entiende el derecho que  tienen los seres humanos al esparcimiento, no se entiende que el estar confiscado en aislamiento por tiempos largos no es humano. Que ya en nuestro país y desde hace muchos años no se transita con libertad por las calles, los parques se convirtieron en espacios peligrosos por la falta de vigilancia y la alta tasa delincuencial. No se contempla la tragedia que significa tener a niños sin poder ir a las escuelas ni poder patear sus balones o montar en bicicleta. Por todas estas condiciones infrahumanas que padecemos es que la televisión adquirió aún más importancia para sostener la precaria salud metal que poseemos. Siempre tenemos obligaciones que atender aunque sea desde el hogar, pero se ha alargado el tiempo de ocio que en parte era invertido en ver excelentes programas de la oferta internacional.

Hoy prácticamente la programación televisiva desapareció en más de la mitad de los hogares venezolanos. ¿Se tiene idea de los estragos que esta medida causó? ¿De los efectos emocionales especialmente en viejos y niños? Ya veremos los resultados sin ninguna escapatoria, así será. Un nuevo e inesperado despojo que tenemos que sufrir mientras la indiferencia o discursos moralistas matan. Si oigan, una cablera que se había posesionado en el mercado nacional, líder de penetración en los hogares y que cumplía una labor social de importancia, tiene un compromiso ético nada despreciable ni banal que cumplir. Me escandaliza la indiferencia y la falta de comprensión con nuestra verdadera naturaleza. Esas posturas soberbias de los puros que se consideran superiores están haciendo estragos en el carácter humano que no debemos extraviar.

“Queremos ver lo que queramos, donde queramos, cuando queramos y tantas veces como queramos”. Por estas libertades y el derecho a defenderlas levantaré mi voz cada vez que sea necesario, esa es la esencia de la democracia que queremos rescatar. El esparcimiento y la diversión son tan importantes como el trabajo y la creación. No somos robots somos seres humanos que no se nos olvide jamás. El aparato lo tengo me falta su vida, su presencia, su cara y su voz. Durante el apagón en Nueva York la televisión se dio un descanso y tuvo sus consecuencias demográficas. Cuidado con lo que va a suceder ahora en nuestra país sin pañales, leches ni pediatras. Yo escojo por lo que me quiero dejar influenciar y por los momentos declaro que sin las novelas españolas la vida me despoja de entrañables personajes.



19 de mayo de 2020

Los abismos se profundizan


Ryan Hewett

El gran vacío en el que se convirtió nuestro país tiene que repercutir, de alguna manera, en un daño estructural del piso que nos sostiene. Uno camina con una sensación de que se abren los abismos en cada paso que damos y ante nuestra mirada atónita se van derrumbando los paisajes familiares. No va quedando nada sino vacíos que alguna vez fueron contenidos de espacios estéticamente concebidos para los encuentros humanos. Vamos sorteando huecos con cierta destreza desarrollada pero de repente nos podemos tropezar con una merma importante en nuestras fuerzas. Invade la terrible certeza de no poder más. Ese peligro lo tenemos en la puerta de la casa y hay que prestarle atención.

Las circunstancias nos obligan a detenernos una vez más y dar una mirada rasante para constatar que se esfumaron los contornos falsos, que se disolvieron los espejismos, que se desdibujaron los personajes y que nuevamente nos dejaron con un vacío al que debemos dar forma humanamente grata. Para convertir esta nada en un símbolo necesariamente debemos intentar interpretar a cual vacío nos enfrentamos. Sin saber quiénes somos y qué queremos es muy difícil desplegar un discurso que nos represente y nos permita avanzar en terrenos no minados, sin trampas ni zancadillas, ni falsas coartadas.

No es necesario que esa mirada en retroceso perdure mucho tiempo, que demos demasiadas explicaciones. No es necesario quedarse lamentando por tanto esfuerzo perdido, con tanto corazón desgarrado. Algo irremediablemente quedó perdido y las pocas fuerzas vitales que restan deben ser invertidas para evitar a toda costa quedar atrapados en un vacío existencial. Hemos caminado con dificultad por pasillos oscuros y estrechos, mientras nos iban arrebatando, a fuerza de corrupción y clientelismo político, todas las ilusiones de adornar cada existencia con las creaciones que el trabajo, pensamiento y sensibilidad nos permitieran. Dificultaron todo esfuerzo personal, arrebataron las pertenencias y devolvieron vacíos, destrozos y ruinas. Cada día se hace más evidente la inhospitalidad en nuestra propia casa. Estamos percibiendo con toda la capacidad que permite el sufrimiento lo que Martin Heidegger denominó “anonadamiento” esa posibilidad de sentir la nada y de percibir lo inhóspito en que se puede tornar el mundo.

Una frustración continua, un desengaño constante, una caída de los esfuerzos invertidos en pro de un logro, la imposibilidad de la creatividad, del estudio y de la reflexión irremediablemente conducen a un vacío existencial difícil de llenar de contenidos edificantes. Se llena, generalmente con odio, resentimiento y rabia. Deseos de muerte y venganza más que de justicia. Ya debemos pasar la página de nuestro último fracaso, si no queremos terminar mayoritariamente vencidos en nuestros propios abismos. No tenemos política, no tenemos gobierno, no tenemos instituciones ni líderes, no hay conducción, no hay cuidado y preocupación por la ciudadanía. Eso es el vacío exterior que se afinca en horadar nuestra alma que es lo que no debemos dejar tocar.

Es precisamente lo que quieren, mantenernos vencidos porque todo lo demás es más simple de arrebatar. Quieren apoderarse de las ganas de vivir que aún nos quedan pero que se desgasta. Temo que este bien por excelencia desaparezca del rostro de mi gente, de la sonrisa de nuestros niños. Son las únicas armas con las que contamos, el entusiasmo, sagacidad y sabiduría que encaminen nuestros pasos para sustituirlos en el poder que nunca debimos otorgarles. Hasta ahora no se observan reflexiones o esbozos de estrategias adecuadas para quitarnos de encima este tormento incapacitante. Ese vacío de preguntas pertinentes desespera. Este nivel también es político, el estado de las personas en una sociedad determinada, su comprensión y conocimiento profundo debe ser guía del discurso que se despliega a nivel empírico. El político no le debe hablar a una nada sino a las personas que esperan una buena conducción de sus intereses comunes. Todo eso que no tenemos ya en nuestro país, donde nadie se ocupa; los políticos le están hablando al vacío, ya son ignorados u objetos de burla e insultos. Mientras los abismos se profundizan.

Pasar esa página pesada, inmensa, dolorosa y comenzar de nuevo es la tarea que nos espera cuando dejemos de poner toda nuestra atención en no enfermar. No queremos morir pero tampoco vivir de cualquier manera. No nos da la gana de que sigan jugando con nuestros sueños y necesidades. Por cada persona que se da por vencida se abre una herida incurable en la ya moribunda sociedad que tenemos. Enloquecemos lentamente mientras contemplamos una sociedad mortalmente herida.

15 de mayo de 2020

Destrozando ídolos


Justina Kopania

La debilidad de una creencia es al mismo tiempo su fortaleza. Por creer crecimos protegidos en un hogar, por creer soñamos con mundos fantásticos y con una vida en el más allá. Tenemos amigos, familia y conocidos en los que nos apoyamos y descansamos. Creemos en su buena voluntad, en su afecto, en su palabra sincera. Esto de la palabra es esencial, porque lo que tenemos del otro es lo que nos dice y su conducta que también habla. No tenemos mucho más. Es una constante comprobación que se corrobora cada día cuando la vida nos es benévola. La hecatombe proviene cuando la realidad desmiente esa creencia. Se producen los derrumbes, se confirman las separaciones, la duda y la desconfianza se apoderan de una certeza de abandono y soledad. No hay vuelta atrás, se tiene que volver a construir un mundo pero ya con el gusanito de la sospecha.

El hombre se las arregla de múltiples formas para salir lo menos herido de una incredulidad. El desmentido es una vía, ante la contundencia de los hechos se da la vuelta y trata de explicar y justificar lo inaceptable confiriendo al hecho una lógica si no aceptable al menos comprensible al perdón o al olvido. Se deja pasar porque lo que se podría perder es más doloroso que la afrenta recibida. Se finge que se olvida porque el fatal desmentido está allí aguardando en espera del próximo zarpazo. Se vive con una sospecha, se trata de la pérdida de una ingenuidad, de la caída de un adorno con el que habíamos revestido la vida. No son estéticos los pedazos que se nos entregan para volver a armar el rompecabezas de la existencia. Esto se nos ha repetido una y otra vez a lo largo de veinte años de duros tropiezos con la realidad y de ingenuidades difíciles de erradicar.

En lugar de abandonar creencias, de renunciar a ellas por falaces y equívocas pareciera que se aferran a ellas, se construye un fetiche. Se coloca un objeto revestido con los atributos al que se tuvo que renunciar porque simplemente no existía. Con el grave inconveniente que el fetiche tampoco es real, solo cumple la función de no dejar caer al sujeto de su deseo irrenunciable, vital. Póngale el nombre que quieran y construyan sus dioses de barro, todo menos aceptar que estamos solos, que nos abandonaron los que no se cansan de jugar con la aventura mientras una población desaparece por olvido e indiferencia. Bailen enmascarados una y otra vez que la credibilidad es difícil de tumbar aunque se tambalee. Una población puede ser engañada innumerable veces, se desmiente el dicho popular “el que se engaña una vez no puede ser engañado dos veces”, puede ser engañado siempre.

Que nos vienen a rescatar de otras latitudes y probablemente del norte es una ilusión que podríamos afirmar casi religiosa. Nada más difícil para un católico que introducir una duda en sus creencias, una ilusión grupal que protege de las heridas. No se controla el momento en el que alguien sufre un cuestionamiento radical de la certeza en la que creía sostenerse y aparece una renuncia que va más allá de la duda. Se comienza entonces a abrir todo un mundo distinto y obvio. Paso muy difícil que pocas personas dan; se trata de un vuelco subjetivo que no se sabe si sostendrá un deseo, si sostendrá el vacío de la existencia. Duele y asusta.  Cuando este revés les sucede a muchas personas se comienza a observar un cambio en la tendencia grupal. “Una masa –dice Freud- es una multitud de individuos que han puesto un objeto, uno y el mismo, en el lugar de su ideal del yo, en consecuencia de lo cual se han identificado entre si y su yo” nos recuerda Manoni.

Mientras tanto vivimos en un mundo muy inestable, sin credibilidad y sin confianza. Políticos que deberían conducir a través de su autoridad moral, exhiben una conducta lamentable y errática. Una población cansada y desesperada “cree en no importa qué” como afirmaba Umberto Eco. Haremos como Cioran “destrozaremos los ídolos para consagrarnos a analizar sus restos”.

5 de mayo de 2020

El orgullo de la ignorancia

Vasilij Kaudinskij


Me asalta la duda si nosotros nos hemos venido haciendo las preguntas adecuadas sobre “la noche oscura del alma”, para expresar lo que es un abismo en palabras de San Juan de La Cruz. A nosotros nos invadió un ejército de ocupación, seres totalmente desconocidos, que no nos pueden ver como seres dotados de atributos humanos. Nosotros tampoco a ellos pero hemos errado en entender quiénes son y qué quieren. Sandor Maray en su libro “Tierra, tierra” se aproxima en explicar, 25 años después, como vivió y se interrogó cuando el ejército ruso invadió Hungría su país natal. Se hace una pregunta crucial en su perplejidad ante lo que observaba y padecía, ¿Qué quieren de mí? estos soldados rusos. A Sandor no le bastaron respuestas obvia como “quieren mis pertenencias, mis mujeres y mis hijos como mano de obra barata”. No solo quieren eso, también “quieren mi alma, es decir mi personalidad”, se responde y allí se abre todo un mundo de comprensión sobre esta perversidad que se repite sin cesar en la historia de la humanidad.

Erramos al quedarnos en lo obvio del trastorno cultural que padecemos. Es la izquierda que infectó nuestros centros de estudio y adoctrinó a los jóvenes. El comunismo, la ideología, los malos, el mundo simple y dividido entre capitalismo y socialismo. Todas respuestas inmediatas y sin mucho sustento porque la verdad es que sobre marxismo sabrán cinco estudiosos de la materia, los demás repiten automáticamente el discurso oficial. Respuestas producto de preguntas erradas. Lo difícil es hacerse una buena pregunta y después investigar y buscar posibles respuestas que otorguen sentido a ese caos enloquecedor contra el que inútilmente hemos batallado. ¿Quiénes son? Y ¿Qué quieren de mí? Preguntas que abren toda una gama de búsquedas, posibles lucecitas en una tristeza espesa y turbia.

Sé que son seres muy diferentes a los que había conocido y que no dejan de producirme una extrañeza insondable. No respetan los conocimientos, no reconocen especialistas, se inscribieron en la “sociedad de la ignorancia” y se vanaglorian de banalidad y ligereza. Desprecian el conocimiento, maltratan profesores. Se burlan de la investigación y la experiencia. Como los soldados rusos que nos relata Sandor Maray, admiran a un “escritor” pero en su vida han agarrado un libro por placer o interés en su lectura, escasamente han leído lo que por obligación les han impuestos sus dueños. Soldados de un ejército que deben actuar por órdenes que reciben. No son personas con las que se pueda dialogar, no son dueños de su lenguaje. Las preguntas y respuestas le son prohibidas y hacérselas por descuido es equivalente a saltar ante un abismo. Ese integrante del ejército de ocupación es solo “material disponible”.

Es toda una cultura que me es ajena, que me interroga y que hago esfuerzos por encontrar respuestas. No las encontraré en su total amplitud por lo que quedará un restante que estará constantemente interrogando. Declaró Jürgen Habermas recientemente que “nunca hemos sabido tanto sobre lo que no sabemos” o por lo menos es esa la sensación que se tiene por las redes sociales y el desparpajo de los extraños ocupantes. Ahora somos todos unos expertos en cualquier campo y por supuesto en virus; pocos dirigentes como Merkel que tuvo el tino de consultar con los verdaderos expertos. Un acto sencillo y lógico que sin embargo hoy en día marca una diferencia crucial. Reconoce Merkel que hay expertos, valora el conocimiento, la ciencia, el saber. El resto,  los consultores de Google, pueden discutir y despreciar a estudioso científicos y expertos en virología. Dejarse asesorar es un acto que solo observa un verdadero demócrata. Los demás pertenecen a una cultura por explorar, distinta, extraña, trágica que está dominando al mundo.

Si se acaban los lectores, si se acaban las preguntas, desaparecen las respuestas por el simple hecho de que nadie las está pidiendo. Se termina la democracia tal como la entendimos, se termina la libertad, la investigación, el pensamiento. Tendremos solo material de utilidad, máquinas tragamonedas. Seres violentos, ignorantes, bárbaros que querrán apropiarse de “su alma, es decir de su personalidad”. Si el horror no nos conduce al saber, nada podrá contra el orgullo de la ignorancia.