Ryan Hewett |
El gran vacío en el que se convirtió nuestro país tiene que repercutir,
de alguna manera, en un daño estructural del piso que nos sostiene. Uno camina
con una sensación de que se abren los abismos en cada paso que damos y ante
nuestra mirada atónita se van derrumbando los paisajes familiares. No va
quedando nada sino vacíos que alguna vez fueron contenidos de espacios
estéticamente concebidos para los encuentros humanos. Vamos sorteando huecos con
cierta destreza desarrollada pero de repente nos podemos tropezar con una merma
importante en nuestras fuerzas. Invade la terrible certeza de no poder más. Ese
peligro lo tenemos en la puerta de la casa y hay que prestarle atención.
Las circunstancias nos obligan a detenernos una vez más y dar
una mirada rasante para constatar que se esfumaron los contornos falsos, que se
disolvieron los espejismos, que se desdibujaron los personajes y que nuevamente
nos dejaron con un vacío al que debemos dar forma humanamente grata. Para
convertir esta nada en un símbolo necesariamente debemos intentar interpretar a
cual vacío nos enfrentamos. Sin saber quiénes somos y qué queremos es muy
difícil desplegar un discurso que nos represente y nos permita avanzar en
terrenos no minados, sin trampas ni zancadillas, ni falsas coartadas.
No es necesario que esa mirada en retroceso perdure mucho
tiempo, que demos demasiadas explicaciones. No es necesario quedarse lamentando
por tanto esfuerzo perdido, con tanto corazón desgarrado. Algo
irremediablemente quedó perdido y las pocas fuerzas vitales que restan deben
ser invertidas para evitar a toda costa quedar atrapados en un vacío
existencial. Hemos caminado con dificultad por pasillos oscuros y estrechos,
mientras nos iban arrebatando, a fuerza de corrupción y clientelismo político,
todas las ilusiones de adornar cada existencia con las creaciones que el
trabajo, pensamiento y sensibilidad nos permitieran. Dificultaron todo esfuerzo
personal, arrebataron las pertenencias y devolvieron vacíos, destrozos y
ruinas. Cada día se hace más evidente la inhospitalidad en nuestra propia casa.
Estamos percibiendo con toda la capacidad que permite el sufrimiento lo que
Martin Heidegger denominó “anonadamiento” esa posibilidad de sentir la nada y
de percibir lo inhóspito en que se puede tornar el mundo.
Una frustración continua, un desengaño constante, una caída
de los esfuerzos invertidos en pro de un logro, la imposibilidad de la
creatividad, del estudio y de la reflexión irremediablemente conducen a un vacío
existencial difícil de llenar de contenidos edificantes. Se llena, generalmente
con odio, resentimiento y rabia. Deseos de muerte y venganza más que de
justicia. Ya debemos pasar la página de nuestro último fracaso, si no queremos
terminar mayoritariamente vencidos en nuestros propios abismos. No tenemos
política, no tenemos gobierno, no tenemos instituciones ni líderes, no hay
conducción, no hay cuidado y preocupación por la ciudadanía. Eso es el vacío
exterior que se afinca en horadar nuestra alma que es lo que no debemos dejar
tocar.
Es precisamente lo que quieren, mantenernos vencidos porque
todo lo demás es más simple de arrebatar. Quieren apoderarse de las ganas de
vivir que aún nos quedan pero que se desgasta. Temo que este bien por
excelencia desaparezca del rostro de mi gente, de la sonrisa de nuestros niños.
Son las únicas armas con las que contamos, el entusiasmo, sagacidad y sabiduría
que encaminen nuestros pasos para sustituirlos en el poder que nunca debimos
otorgarles. Hasta ahora no se observan reflexiones o esbozos de estrategias
adecuadas para quitarnos de encima este tormento incapacitante. Ese vacío de
preguntas pertinentes desespera. Este nivel también es político, el estado de
las personas en una sociedad determinada, su comprensión y conocimiento
profundo debe ser guía del discurso que se despliega a nivel empírico. El
político no le debe hablar a una nada sino a las personas que esperan una buena
conducción de sus intereses comunes. Todo eso que no tenemos ya en nuestro país,
donde nadie se ocupa; los políticos le están hablando al vacío, ya son
ignorados u objetos de burla e insultos. Mientras los abismos se profundizan.
Pasar esa página pesada, inmensa, dolorosa y comenzar de
nuevo es la tarea que nos espera cuando dejemos de poner toda nuestra atención
en no enfermar. No queremos morir pero tampoco vivir de cualquier manera. No
nos da la gana de que sigan jugando con nuestros sueños y necesidades. Por cada
persona que se da por vencida se abre una herida incurable en la ya moribunda
sociedad que tenemos. Enloquecemos lentamente mientras contemplamos una
sociedad mortalmente herida.
Me quedo con esto:
ResponderEliminar"Sin saber quiénes somos y qué queremos es muy difícil desplegar un discurso que nos represente y nos permita avanzar en terrenos no minados, sin trampas ni zancadillas, ni falsas coartadas."
Es tan difícil responder a la pregunta de quienes somos y qué queremos, en cualquier momento que nos asalte, en estos tiempos todavía es más inquietante porque como explica la autora, el proceso reflexivo está reducido a la nada. Particularmente en estas últimas semanas se ha hecho complejo colocarme frente a un libro o simplemente frente a mi misma, en el primer caso como elemento de liberación y en el segundo porque a veces no termino de entender qué refleja mi imagen ante lo que experimenta mi ser dentro de este entorno anárquico y desesperanzador.
"No queremos morir, pero tampoco morir de cualquier manera"
Gracias Solange por tu interesante comentario.
Eliminar