Aspiramos en nuestras vidas a transitarla con libertad, a
sentirnos que cada uno de nuestros actos puedan ser escogencias intimas y
personales dentro de una gama de posibilidades. Nos guía en estas escogencias
solo una postura firme y decidida de nuestros compromisos con los otros a
quienes queremos y a quienes nos debemos. Pero al mismo tiempo nos guía una
convicción de lo que somos y de lo que deseamos como producto de haber ido
tanteando en nuestra historia los gustos e inclinaciones en las que quedamos atrapados.
Tenemos siempre una singularidad y una particularidad que nos conmina a
manifestarnos desde ese rincón de nuestra existencia, vertiendo al mundo
nuestros actos creativos, quizás como un homenaje a la existencia. Podríamos
esperar que del conjunto de actos humanos surgidos de la satisfacción por el
quehacer gratificante tuviéramos un entorno amable. Pero no ha sido así, los
terribles errores colectivos nos han llevado, más bien, a un mundo hostil y
esta constatación produce un devastador desasosiego.
Un estado de ánimo que hoy predomina en nuestro diario vivir.
Es la pérdida de un amor sin el cual no se puede vivir. Es la pérdida de la
tranquilidad, del descanso, de la seguridad, de la confianza. Es constatar que
prácticamente convivimos en una gelatina espesa que nos sumerge en una gran
oscuridad, por razones desconocidas, muy oscuras; y sin embargo nos empeñamos
en seguir apagando luces y caminar entre sombras y tanteándonos ya sin vernos.
El desasosiego que causa el no poder cuidar y adornar nuestro entorno con las
manifestaciones bellas que deseamos. Pérdida de libertad porque no somos los
que estamos escogiendo los actos que asegurarían una convivencia más armoniosa,
esa sensación de no tener la segura posibilidad de decidir qué es lo mejor. Cuando
la oportunidad se presenta, y solo de
vez en cuando, vivimos con la angustia de poder nuevamente ser burlados. Acto
en el que dependemos de los demás. No se puede en las decisiones colectivas
tomar la determinación que en su angustia manifestó Pessoa “reducir las
necesidades al mínimo, para no depender de los demás”.
Pessoa, el gran escritor portugués, escribió solo y encerrado
en una buhardilla de noche, con la íntima convicción que de la vida era mejor
no esperar nada. No creía ya en la humanidad y se aferró a los grandes
fracasos, a las pérdidas de mitos y a la certeza de un mundo vacío de
ilusiones. Un mundo que perdió su norte, que no piensa ni se interesa en un
futuro. Decidió vivir aislado y cuando inevitablemente se tenía que mezclar con
otros humanos, observaba detenidamente haciéndose cuentos que vertió en una
linda prosa y versos desolados. No tenía esperanzas porque nunca las vivió. Se
sabía perteneciente a un mundo de la incredulidad, un mundo sin mitos que
cohesione a sus habitantes en proyectos comunes. Y si acordamos con Yuval Noah Harari
“En la vida de hoy, el mundo sólo pertenece a los estúpidos, a los insensibles
y a los agitados. El derecho a vivir y a triunfar se conquista hoy con los
mismos procedimientos con que se conquista el internamiento en un manicomio: la
incapacidad de pensar, la amoralidad y la hiperexcitación”. Tendríamos que
consentir con Pessoa “que vivir es no encontrar”. Sin embargo Pessoa en su
corta vida (murió a los 47 años) dejó musicalidad y armonía en sus versos por
lo que se hizo inmortal. Supo tocar el corazón de la humanidad y como todo
genio se convirtió él mismo en el mito que no encontró para vivir.
Es inevitable respirar el desorden que nos rodea, el caos, la
muerte y el tener que consentir que nuestros hijos se arriesguen en ese mundo
incivilizado y cruel. Quedamos en casa, desolados y sin salida porque si se
logran escapar de la no oportunidad de vida que se les ofrece, igual quedamos
desolados y amputados. Perplejos ante una condición humana que no habíamos
conocido y que nos arrebató nuestra terca alegría de vivir. Esta realidad nos
reta, de allí que tenemos que apelar a los mejores esfuerzos por seguir
respetándonos, podernos reír de lo que nos hace llorar, poder quedarnos cuando
queremos huir, poder esperar de lo que algunas vez fuimos y quizás no podamos
volver a ser. Y como también invitó Pessoa “Ser creadores de mitos, que es el
más alto misterio que un ser humano puede realizar”. Nos sentimos extraños a tanto desacierto y
maldad, pero podemos soñar con un mundo a conquistar donde reine la armonía.
Solo un mito para mantener esa esperanza, que como dijo Octavio Paz “Quien ha
visto la esperanza, no la olvida…y sueña que un día va a encontrarla de nuevo,
no sabe dónde, acaso entre los suyos”.
Después de todo el desasosiego implica una falta de paz, no
falta de esperanzas, y por ello mismo también debe empujar a la acción. No
estamos muertos y por más hostil que se nos presente la vida debemos vivirla al
menos para contarla. Para contar como se puede destruir una cultura y para
contar como hay que preservarla, porque es solo a través de ese imaginario
social como podemos conseguir una comunidad de intereses, establecer lazos
afectivos, llevar a cabo las acciones creativas y desplazar las agresiones que
hoy reinan en nuestra comunidad. No permitamos la derrota de creer que nada
puede ser cambiado, el mundo y su gente son un abanico de posibilidades,
echémosle mano y atenuemos la tragedia. Sublevarnos es lo racional, someternos
es la locura.