Debemos partir de la premisa que todo deseo, por definición,
es un deseo que no se sacia. El ser humano tiene su motor vital por excelencia
en que es un ser deseante y de allí que siempre estará en la búsqueda de nuevos
logros, nuevas metas y nuevas satisfacciones. El deseo es diferente de la
necesidad, ésta si es saciable. En nuestro mundo se ha entendido a cabalidad
estas características nuestras y se le ha sacado un excelente provecho, se ha
puesto al ser humano al servicio de ofertas de todo tipo, siendo la principal
las del sexo pero, por supuesto, no la
única. La comercialización del sexo, digamos, es la más obvia, siendo la más
cercana a la necesidad es el paradigma del deseo. El ser humano necesita
resolver sus necesidades físicas, sin duda, y también desea ser amado y amar y
el sexo es el puente sin sustituto para lograr ambas, necesidad y deseo, o
creer que las logra. El sexo está entonces en el borde entre la necesidad y el
deseo, pero insistimos que son dos cosas totalmente diferentes que las
dinámicas del mercado han mezclado de forma magistral.
Toda campaña destinada a un producto, de cualquier índole, es
una flecha al corazón del deseo y mercancías sobran porque todo hoy en día se
ha convertido en mercancía. Que es lo que más desea un ser humano, diríamos,
vivir lo más posible y en los mejores términos posibles. Pues bien ahí tenemos
el bombardeo: consuma vitamina E es bueno para todo, para la lozanía de la
piel, para que luzca en consecuencia más joven, para que no se oxide. Al cabo
de un tiempo, y debe ser porque ya se vendió suficientemente y no hay exceso de
producción, comenzamos a oír, cuidado, ojo, consumir vitamina E puede ser
perjudicial para su salud. Hágase exámenes periódicos y constantes, no descuide
su salud y más adelante surgen las voces de alerta de lo peligroso de las
mamografías, de los exámenes invasivos, del vicio de estarse introduciendo
tubos por cualquier agujero del cuerpo humano y nos advierten estamos
sobrediagnosticados. Pero sin detenernos seguimos sin cuestionar los mandatos
del mercado porque al mismo tiempo se juega con
el miedo a la muerte que acompaña a todo ser humano. El ser humano es
más maleable por sus inseguridades e ignorancia que por cualquier otro factor.
Toda promesa hecha en campaña publicitaria es engañosa, lo
que se busca es despertar el deseo y la necesidad. Mecanismo que debe ser un
motor en constante movimiento, no debe detenerse so pena que se caigan
estrepitosamente las verdaderas necesidades del consorcio involucrado. No se
puede permitir que se provoque una frustración, enseguida deben aparecer los
nuevos productos que remedien la iatrogenia causada por los anteriores, y deben
surgir las nuevas promesas de que ahora si se dio en el clavo con una nueva
fórmula. Queremos adquirir lo que está de moda, de forma inmediata porque la
moda transita de forma rápida. Queremos
tener acceso a una vida larga y alegre, queremos gozar de una juventud
prolongada y queremos creer que esos son bienes que se compran y se venden. Un
engaño que debe ser constante para que las esperanzas no mueran, el deseo se
mantenga y las necesidades se satisfagan.
Pero la verdad de lo que hemos conseguido recorriendo este camino es
mayor depresión y angustia, basta ver como los psicotrópicos se han convertido
en los los fármacos con mayor venta en el mundo entero.
Como observa Bauman, el placer por consumir no es nuevo, lo
que sí es nuevo y característico de nuestra época es como ha atravesado toda
nuestra vida psíquica y social y se ha convertido en un síndrome “Un cumulo de
actitudes y estrategias, disposiciones cognitivas, juicios y prejuicios de
valor, supuestos explícitos y tácitos sobre el funcionamiento del mundo y sobre
como desenvolverse en él, imágenes de la felicidad y maneras de alcanzarla,
preferencias de valor y (evocando el término de Alfred Schütz) ‘relevancias
temáticas’, todas ellas variopintas, pero estrechamente interrelacionadas”. Los
deseos y necesidades deben satisfacerse sin dilación es la consigna
privilegiada en la búsqueda de la felicidad, no importa las promesas hechas ni
los compromisos adquiridos, la novedad es lo atrayente y lo perdurable ha
perdido el valor que poseía antaño. Es así como el síndrome consumista “exalta
la rapidez, el exceso y el desperdicio”. No importa mucho cual es el oficio que
se desempeña ni con qué grado de responsabilidad y experticia, la clave para el
éxito es ser un buen vendedor, hay que venderse como producto lo que requiere
invertir gran parte del esfuerzo y energías en estar en programas de televisión
y radio con gran número de audiencia. Sinceramente agotador.
Los medios de comunicación que antes estaban al servicio de
la información ahora son un poder determinante en la manipulación y
determinación de la realidad. Son las herramientas por antonomasia a través de
las cuales se venden las ideas e imágenes que los ciudadanos consumidores
seguirán ciegamente, de allí que sean tan perseguidos por los regímenes que
solo permiten su propia propaganda, su propio engaño. La democracia se puso en peligro
desde que los valores que no se compran ni se venden quedaron relegados como
cosas de los abuelos y todo se volvió más práctico. Las preocupaciones,
dolores, sufrimientos quedaron plegados a la vida privada y no es de buen gusto
compartirlos para emprender acciones colectivas que mejoren la calidad de vida,
de todos, como comunidad. Los valores humanos pasaron a ser fantasmales y
definitivamente pasados de moda. ¿Cómo, entonces, nos puede extrañar que se luche
principalmente por mantener la “marca” propia (léase tarjeta partidista), por
posesionarla en el mercado, y no se escatime, lo suficiente, aquello de unidad frente a enemigos muy poderosos?
¿Por qué los políticos y sus estrategias tendrían que extrañarse de las
dinámicas del mercado?
Sin embargo, sí, es muy rico comprar y tener acceso a los
objetos que el dinero nos permite, tener la libertad de obtener cuatro tubos de
pasta de dientes sin que por ello seamos catalogados de delincuentes, sin que
un acto tan corriente se convierta en tendencia noticiosa. Pero también es
sumamente sabroso vivir apoyados en los pilares fundamentales de aquello que no
se compra ni se vende: la libertad y la dignidad.
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