El tiempo parece detenido, los acontecimientos de nuestro
diario transitar suceden monótonamente, no se agrega nada a nuestro cavilar
cotidiano, nada sorprende, todo sigue en un desorden que ya es previsible sin
mucho esfuerzo de razonamiento. Las conversaciones se han vuelto repetitivas al
igual que los encuentros, no es posible innovar porque la realidad nos mantiene
prisioneros y asustados. Las noticias son las mismas muy duras, durísimas, pero
repetitivas. No nos toca ya una fuerte emoción que nos despierte. Vivimos en
una suerte de neblina espesa provocada por un humo que huele a esperanzas y a
futuro chamuscado. Esperar se ha vuelto la consigna, mientras que en ese tiempo
de espera no hay sino inmovilidad, encierro, fastidio. La espera se hace
insoportable porque en esa sala no hay nada que nos mantenga despiertos, nada
que nos asombre. Día tras día esperando un solo acontecimiento que sería el
único por el cual podríamos hasta llorar de la emoción. Ya es mucho tiempo,
demasiado y la emoción se adormeció de tanto no usarla.
Ya Steiner lo describía a la perfección “La adormecida
prodigalidad de nuestra convivencia con el horror es una radical derrota
humana”. Mucho tiempo, demasiado, hemos permanecidos sumergidos en un horror,
que lejos de ir siendo derrotado, pareciera que cada día se profundiza más sin
que nada le ponga límites. Las mismas explicaciones, los mismos discursos, la
misma modorra, la misma impotencia para desarticular la aplanadora inmoral y
destructora que avanza sin obstáculo alguno. Estamos deprimidos (una de las
formas como se presenta el aburrimiento) planos, opacos, y este estado de cosas
no solo es provocado por el demonio que nos atormenta, sino también por la
incapacidad que tienen los animadores del circo de despertar una emoción en su
público. Profesores aburridos de una clase que no podemos abandonar pero que
nos produce un sueño mortal. Podríamos y con justicia también decir que, a lo
mejor, el público es imposible de despertar, de interesar. Un público que ya
esta tan descreído que no se hace posible presentarle ninguna pirueta, ningún
acertijo, ningún nuevo e interesante mito. Pero un grito desgarrador se
atraviesa en las gargantas y está contenido, un puro y opaco dolor.
No debemos esperar un salvador, no se trata de eso, se trata
de personas que se colocan en los
lugares de trasmisión porque ese es su deseo, que tienen de esta forma la tarea
de demostrar destreza en el manejo de su campo de conocimientos y saberlo
expresar, pero también deben de trasmitir seguridad, convicción, emoción.
Despertar la inquietud en el público al que se dirigen, dejar pensando e intranquilos
a los escuchas y tener la disposición de oír las nuevas ideas y conclusiones a
las que se ha llegado con el movimiento del asombro. Pero no, es que no hay
ideas porque se dejó de oír y porque ya nada asombra. Es un fastidio, la
inmovilidad del inerte que solo espera. Se nos produjo una merma de nuestras
fuerzas impulsoras, del ímpetu transformador, de la búsqueda apasionado de otra
cosa. Caímos en un aburrimiento, no reconocerlo y no nombrarlo, sino seguir
viviendo como si cargáramos un peso insostenible en nuestras espaldas, es
simplemente dejar de reconocernos, perder el contacto con nosotros mismos y
como consecuencia terminar de aniquilar la emoción que debe despertar el estar
vivos. La repetición de un chiste mal contado.
Ahora bien, como la emoción no surge del colectivo, la fe
esta mermada, la tarea de no dejarnos aplastar ante tano insulto, atropello y escasez, pareciera que es una
tarea individual, una tarea a emprender cada quien en solitario. Es dejar salir
ese grito atragantado, buscar nuestro
lugar creativo e inventarnos nuestro nicho desde el cual poder extender
nuevamente las conexiones libidinales a los objetos de nuestros deseos. Esos
objetos no se adquieren en el mercado, no hay que hacer colas, no son costosos
y están a la mano del que quiera identificarlos. Esos objetos están en las
palabras, en las simbolizaciones, en nuestros giros idiomáticos, en nuestros
mitos a los que no renunciamos, en los cuentos que nos contamos. Vía inevitable
para acceder a las actividades de nuestro interés. Hay que luchar, y es una
lucha individual, contra la repetición de la queja, del reclamo y de la
expresión de la rabia sin límite que vaciamos en el otro más cercano. Es
hacernos responsables de lo más elemental, de nosotros mismos. En este campo
son los extraordinarios humoristas, con los que afortunadamente contamos, los
que nos están guiando. Nos hacen reír pensando, porque saben, poseen el genio
de conectar con nuestras amarguras y logran la magia de mostrarnos que la
emoción puede ser cambiada del dolor a la esperanza. Es el arte de conmover.
El aburrimiento es vivir desapasionados, lo que produce un
padecimiento grave porque nos aparta de cualquier mundo posible, es un vacío de
sentido, un desgaste del lenguaje, un desapego a nuestra propia ley, a los límites
que no debemos perder, a la vergüenza que nos debe causar renunciar a las
responsabilidades. Es mortal, no hay entusiasmo ni una causa por la cual luchar.
Es el arma más eficaz con la que cuenta el que nos quiere mal e inertes, el que
nos quiere muertos, el que nos quiere desaparecer, el que nos quiere esclavos y
a su servicio. Simplemente nuestro deber es saberlo y contestar con un firme y
decidido “conmigo no vas a poder”. El deseo no debe ceder so pena de morir. Por
lo momentos no hay otra manera que inventarnos nuestros días con pequeños
encantos. Pierre Loti en “Las desencantadas” tiene una insuperable descripción
de lo que es el aburrimiento y que podríamos en nuestros días describir y
comprender cabalmente “…sabemos siempre y por anticipado lo que nos traerá el día
siguiente –nada- y que todas las mañanas hasta nuestra muerte, se deslizaran
con la misma dulcedumbre insípida, en la misma tonalidad borrosa. Vivimos días
gris-perla, en un acolchamiento que nos hace sentir nostalgia de las piedras y
de las espinas…”
Pues bien es una responsabilidad moral en la vida vivir
apasionados y sin duda la principal tarea que nos exige la vida. Recuperar la
poesía y buscar la sorpresa nos alejará del aburrimiento. Por el contrario lo
demás será entregarnos a los fantasmas y darnos por vencidos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario