Remedios Varo |
Cada vez estamos con menos posibilidades de entendernos entre nosotros y de entender nuestra realidad. Es como el que se encuentra encerrado solo viendo una pared en blanco y repitiéndose las cuatro ideas dogmáticas que posee. Somos muy dados a desconfiar de lo nuevo que asoma y muy dados a conservar las ideas como verdades irrefutables e intocables. No nos une un discurso, tampoco poseemos las herramientas que nos ayuden a interpretar este mundo tan complejo y desconocido para nosotros. La falta de razonamientos e ideas se hace manifiesto en este quedarse dando volteretas en hechos intrascendentes y banales. Son esas sombras reflejadas en la cueva de Platón a la que le damos carácter de realidad. Esta incapacidad de utilizar un lenguaje para entendernos y entender el mundo es la manera más expedita de deshumanización.
El hecho que nos llamen humanos y habitemos un mundo que hemos construido y destruido, no es suficiente para humanizar nuestro espacio y nuestro tiempo. Es necesario entenderlo y comunicarlo, esa es la función de un lenguaje compartido. Hannah Arendt insistió en este aspecto al hablar del totalitarismo, “El mundo no es humano solo por estar hecho por seres humanos y no se vuelve humano solo porque la voz humana resuene en él sino cuando se ha convertido en objeto de discurso”. Por ello es tan importante el diálogo, la discusión, el intercambio de ideas, es decir entendernos, acordar o disentir. Ese ideal de Kant de una verdad absoluta en la acción no es posible en un mundo humano. No hay verdades irrefutables. Pero tenemos una verdad que no podemos eludir y que es la base de todo planteamiento ético y jurídico “no matarás”. No podemos voltear para otro lado y encerrarnos en nuestras “verdades irrefutables” cuando tenemos a toda una sociedad pidiendo ayuda.
La crueldad, el asesinato, y las masacres se han convertido en los actos humanos mas corrientes con una total impunidad. Matarse pasó ocupar el lugar de lo que anteriormente ocupaba el discurso, la negociación. Si se llega a un acuerdo y fue firmado, transgredirlo es una manera de matar al otro, de desconocerlo, de burlarse. Decía Nietzsche “nuestros valores carecen de coherencia, pero sin esta división interna, sin un contrapunteo en su propio seno un pueblo languidece y pierde el pulso de su pensamiento”. Si carecemos de una actitud crítica que nos permita la rectificación, iremos por un abismo inexorablemente. En palabras de Ezra Heyman “salvar la pluralidad de voces y asomar la posibilidad de volverse mutuamente comprensibles es simultáneamente tarea de la vida individual y de la comunitaria”.
No se trata de un yo, sino, y principalmente, del mundo que vivimos y que estamos en la obligación de construir. De oír y entender a aquellos que demandan desde su soledad y abandono, de esos terceros que no se les ha consultado. Eso es cultura, de eso se trata la estética, de lo bello del cuido, de la alegría del paisaje en el que se mueven los nuestros con sus deseos de ser tratados como seres humanos. Del respeto por la palabra dada y del silencio para poder hablar y pensar. Los gritos y la bulla que produce la mediocridad y el mal gusto, la palabra soez y la distracción barata son forma de mostrar la deshumanización que lograron los bárbaros que ocuparon el poder.