Quizás no hay mucho por decir porque, es cierto, llegó la
hora de la acción, ya la reflexión debió estar hecha. Allí estaremos por un
tiempo hasta que volvamos a restituir el hilo constitucional como muy bien lo
declaró la MUD. Las cartas están echadas, no hay medias tintas en este momento
de definiciones se está con unos o se está con los otros. Se está con el opresor
o se está del lado de la rebeldía que es nuestra obligación moral cuando se
pretende conculcar los derechos humanos elementales. Se nos ha arrebatado el
derecho a la vida y para todo aquel que ame la vida y no haya hecho de la
muerte su bandera llegó el momento de actuar en una clara y justificada
determinación de desobediencia al dictador.
Lo intentamos, quisimos transitar el camino constitucional de
un cambio que se hace perentorio. Quisimos abrir la trocha civilizada que
contempla el gran acuerdo nacional que refrendamos; nos cerraron el paso con
triquiñuelas mal orquestadas, con zancadillas de bufones arrogantes, con
trampas de malabaristas mediocres. Abrieron, entonces, el camino incierto de la
confrontación porque deberían de saberlo, no nos vamos a dejar seguir
pisoteando, ya basta. De paso son tan poco estrategas y malos surfistas que
ellos también se cerraron las posibilidades de una salida un poco más dignas.
Pero, para que redundar sobre lo obvio, la dignidad no es una palabra que hayan
ni siquiera leído, se encuentra fuera de su léxico, de su imaginación, de sus
obscenas apariencias, de sus escandalosas actuaciones. Estaremos limpios de
tanta basura cuando ya ni su recuerdo tenga la posibilidad de enturbiar
nuestras mentes ávidas de ocuparnos de nuestra necesaria construcción.
La necesidad por lo bello y lo ético se hace de primera
prioridad. No nos quedan fuerzas para seguir evitando tropezarnos con lo
imposible de soportar, la constante violación de nuestros gustos y paisaje, de
nuestro espacio público, de nuestros hogares vulnerados, ha sido demasiado
tiempo de sortear vulgaridades e intromisiones inadmisibles. Demasiado tiempo
de un dolor que hiere ya de solo pensarlo por tanta vida perdida y tanto
inocente maltratado. Quien no haya pasado por esta experiencia, que no deseamos
a nadie, no puede estremecerse de igual forma ante la maldad pura y descarnada
que puede desplegar el ser humano contra otros seres humanos. Es que ya pegamos
brincos de angustia cuando menos lo esperamos. Cuando se está en el punto al que llegamos no
cabe el menor titubeo de que la desobediencia es nuestro deber con nosotros
mismos. Decir un NO rotundo que sale como jirones de un alma desgarrada.
No queremos que nos maten en vida, no vamos a permitir que la
coacción y la delincuencia nos dominen. No pudieron despertar en nosotros las
pasiones arcaicas del miedo y la codicia. No vamos a dejarnos vencer por el
odio, no nos vamos a esconder en una obediencia indebida. No vamos a hacer de
la maldad una banalidad, no vamos a entregar al país. No nos vamos a transformar en números de una
burocracia mortífera. No vamos a seguir postergando la rebeldía contra las
leyes que contradicen la dignidad humana. No nos vamos a igualar en la vulgaridad.
Y, sobre todo, no nos vamos a ir del país.
Hay una anécdota muy buena de Miguel de Unamuno en su última
disertación en la Universidad de Salamanca, de la que era rector cuando comenzó
la guerra civil española, que creo ilustra el abismo que nos separa de estos
bandidos. “la ocasión fue un discurso del General Millán Astray, cuya divisa
principal era “viva la muerte” y uno de sus secuaces la gritó desde el fondo de
la sala. Cuando el General hubo terminado su discurso, Unamuno se puso de pie y
dijo: Acabo de oír un grito necrófilo e insensato “viva la muerte” y yo, que me
he pasado la vida construyendo paradojas que provocaron la cólera incomprensiva
de otros, debo deciros, como autoridad experta, que esta ridícula paradoja me
resulta repelente. El General Millán Astray es un tullido. Eso sea dicho sin
intención peyorativa. Es un inválido de guerra. También lo era Cervantes.
Lamentablemente hay demasiado tullidos en España. Y pronto habrá aún más, si
Dios no viene en nuestra ayuda. Me apena pensar que el General Millán Astray
deba dictar la pauta de la psicología de las masas. Un tullido que carece de la
grandeza espiritual de un Cervantes suele encontrar un ominoso alivio en
provocar la mutilación en torno de si”
Bien, sobran las palabras, nuestro gran encuentro es con
nuestro NO a estos tullidos del alma sin grandeza espiritual que la
irresponsabilidad los nombró dirigentes de nuestro hermoso país. Desobedecer en
aras de un “viva la vida” para
contribuir a crear las condiciones para bien vivirla.