Es cierto que en tiempos difíciles surge en cada uno de
nosotros lo peor o lo mejor, todo depende hacia donde estén orientadas nuestras
inclinaciones. Podemos convertirnos en seres monstruosos o desplegar las
mejores expresiones de altruismo y generosidad. Podemos amargarnos y
lamentarnos, podemos buscar entre los escombros una sonrisa y una amabilidad.
Podemos compartir haciendo surgir la alegría que aun conservamos o encerrarnos
en nuestras cavilaciones. Podemos impostar
pertenecer a una clase iluminada por encima del promedio creyendo que poseemos
la llave de la comprensión y de la interpretación, podemos ser arrogantes o
podemos permanecer en el asombro y la interrogación. Pero nadie se salva de
poseer las emociones más a flor de piel. El equilibrio se rompe y se vive “en
carne viva”, de a toque, con un pesar a cuesta porque el dolor aun no es
recuerdo.
Hacer del ser humano un gabinete de comparticiones, solo es
adecuado para el estudio particular de cada fenómeno que nos define, pero para
la comprensión cabal de un proceso social es errado andar haciendo disecciones.
Toda acción humana está acompañada, impulsada y decidida por una emoción; la
razón nos sirve para calcular la acción, para saber si conviene o no y también
para saber si es permitida en el contexto en el que actuamos. No somos nunca
pura razón, y podemos ser pura emoción en momentos límites en los cuales es
aconsejable no actuar, no tomar decisiones si se pueden postergar. Pero pedir o
esperar un comportamiento racional puro de alguien que está sumergido en un
dolor desgarrador solo puede obedecer a una postura arrogante del que se sentó
en el trono de la “intelectualidad”. Si la mayoría se inclina por pedir
justicia y sanción a los que hicieron del crimen su oficio, dicha decisión revela
una actitud emocional y civilizatoriamente adecuada.
¿No fue eso lo que
acordamos cuando inventamos una vida en sociedad? Respeta a los otros y serás
respetado, no respetas entonces serás sancionado. Pero no, cuando los
resultados de una consulta no son los esperados por los “intelectuales” se hace
fácil y rápida la censura y la calificación “Es preferible el salto al vacío
que el aburrimiento de la sensatez” (Héctor Abad Faciolince)
Lo que pasa es que esos muertos aun no son olvidos, lo que
pasa es que son muchos años de vivir aterrados por los que les gusta
comunicarse con el horror. Los descuartizados, las exhibiciones de cadáveres
colgando de puentes, los decapitados, los niños torturados y muertos cruelmente
o por inasistencia, los ancianos abandonados y perdidos son la escritura, la vía
de comunicación del terrorista, del crimen organizado y de los narcotraficantes
que con ello imponen el miedo y la obediencia. Sometida queda una población que
se convierte en tierra de nadie, pero es a esa población a la que se le pide,
en nombre de la “razón” que sea sensata y perdone. A la que se le promete una
paz a costa de su sacrificio, de esconder su rabia y su dolor, el tramitarla
frente a un espejo ideológico de un mundo mejor en santidad. Sean razonables y otorguen a los asesinos los
altares que solicitan o exigen porque si no seguirán haciendo lo que saben
hacer, torturar y matar. Se ignora la patología en estos razonamientos, se
divide al ser sufriente, se les insulta
por ser humanos y por alzar su voz y
recordar que el dolor está allí vivito y coleando.
Muchos hombres se sienten orgullosos de su libertad de
pensamiento y elección sin darse cuenta que son movidos por fuerzas oscuras.
Racionalizan a fin de hacerse la ilusión de ser totalmente racionales, está bien
dejémoslos tranquilos, al fin y al cabo es una forma de habérselas con el drama
de la vida. Lo que se hace intolerante es el insulto a aquellos que han
decidido ser más mundanos y exigir justicia. No es la primera vez ni será la
última que los “intelectuales” se equivoquen y de manera imperdonable, siempre
quedará la memoria colectiva que de vez en cuando pasa factura. Eso del perdón
impuesto proviene de ideologías que prometen una pacificación interna o una
mejor vida en el más allá. No olvidemos que en nombre de las ideologías es que
se comenten las aberraciones más salvajes, entre ellas, desconocer lo humanos
que somos. Despojarnos de las emociones o degradarlas es quitarnos el motor de
la existencia. Quiéranlo o no el ser humano es emoción y razón, aunque tengamos
emociones racionales e irracionales, también tenemos razones muy irracionales y
a veces lo que se califica como sensato es totalmente insensible.
Sensato es no contagiarse con el delincuente y querer para el
salvaje un final salvaje, pero hay que ser firmes “sabiendo que lo que estamos
defendiendo no se puede sacrificar en el camino” (Savater). Reducir la
complejidad del ser humano no lleva sino a perdernos en la selva de las ideas,
tentación para aquel que no se ensucia los zapatos y no se mezcla con las
pasiones humanas; somos un mundo de contradicciones y de marañas afectivas,
aceptémoslo. Pero desconocer, en el momento preciso, al que tiene vivo su dolor
es un precio que hay que pagar y muchas veces es muy caro. Hay dolores que se
amortiguan con el tiempo, hay otros que no se amortiguan nunca y con ellos hay
que aprender a vivir. El olvido solo es en relación a la fuerza del dolor pero
no olvidamos el hecho que lo ocasionó a menos que suframos una demencia. El
dolor al igual que el amor son dos fuerzas que nos empujan a buscar y a evitar.
Cuando estas fuerzas emocionales no son recuerdos sino que están muy vivas no es
razonable la exigencia de mucha sensatez.
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