Carol Weight |
La mirada es un potente comunicador. Con solo una mirada
podemos intuir o imaginar que quiere el otro de mí. La mirada del otro nos pone
en emergencia, nos puede descolocar como sujetos y desata fenómenos como la
vergüenza, el pudor, el prestigio o el miedo nos dice Sartre en el Ser y la
Nada. Podemos trasmitir odio, alegría, duda y pánico con la forma como miramos.
Si bien el lenguaje la puede acompañar o no ella por si sola habla. A veces nos
gusta que nos miren, a veces no, queremos pasar desapercibidos. Según los
juegos que establecemos si queremos atraer miradas hacemos señas, nos movemos,
nos exhibimos, hacemos bulla despertamos intrigas, comenzamos un juego de
seducción con el toma y encoje. Hablamos, suponemos que decimos cosas
interesantes o nos oponemos a todo, hacemos berrinches, pegamos gritos,
molestamos. El otro estará pendiente para regañarnos o para devolvernos una
mirada irritante. Basta ya, es suficiente, comiencen a comportarse.
Una mirada puede cambiar las perspectivas de mi mundo, puede
reordenarlo, si me gusta lo que el otro ve y yo quiero ser visto de esa manera,
mi conexión con ese ser se hace vínculo permanente, quiero siempre ser visto de
esa manera. Puedo perder a ese otro, puede ser que su presencia continúe en su
ausencia, puede ser que siempre quede en mi recuerdo esa mirada y la
fascinación causada. Es el escenario del amor que comienza con una mirada y un
rasgo físico que cautivó. Siempre estamos en la búsqueda de un objeto
privilegiado perdido, queremos reencontrarlo, nos acercamos y nos asustamos.
Nunca estamos realmente solos, una presencia imaginada que mira nos acompaña,
nos calma o nos persigue molestando, alegrando o entristeciendo. Escojamos ese
amigo imaginario con precaución porque será esencial en nuestra relación con los
otros, con nuestra mirada. Si ese fantasmita anda molestando, seremos ariscos y
desconfiados con nuestro entorno. Como nos miran, miramos.
Así como los espejos, la mirada no nos es indiferente, nos
sobresalta. Hay seres que tapizan sus casas de espejos, quieren ser vistos en
todo instante y quieren verse para rectificarse constantemente. No siempre los
espejos nos devuelven una mirada grata, no distorsionan nuestra imagen tal como
la idealizamos, o nos están constantemente recordando que el reloj anda apurado.
Podemos horrorizarnos, asustan los espejos y persiguen con la frialdad del
cristal. Podremos tener el deseo de querer al otro como espejo, querer que
constantemente este allí para que su mirada me devuelva esa figura que recreo
en mis sueños. Mi fascinación consiste en que me vea, solo allí reside el
encanto. Eso sí que me vea como yo quiero ser visto, el resto entrará en el
terreno del conflicto. Después de todo no es tan complicado el mundo reducido a
un juego de espejos.
Como andamos haciendo tanto ruido, pues el mundo nos ve y
habla. Que fastidio cuando hablan porque
se desatan los demonios y nos lanzamos a defendernos de inmediato. ¡Bueno y
qué, qué tiene de raro! O ese ¡ven, se los dije no somos lo que creemos, es
todo una farsa! Hacemos ruido pero no queremos ser observados como
espectáculos. Hacemos escándalos porque lo que vivimos es escandaloso, queremos
que esas miradas sean más sensibles, que capten el dolor, la tragedia, la
desgracia. No queremos la mirada fría de la ciencia queremos y hace falta la
mirada del poeta. Una mirada que nos reconozca, aunque solo sea eso, una
mirada. Manden postales, manden una foto que tenga el arte y la sabiduría del
“evento que no podrá repetirse” como expresó Rolan Barthes en su bello ensayo
sobre la fotografía. Tengamos un encuentro que nos devuelva una mirada de
reconocimiento. Solo eso, una mirada.
“Hoy, al cabo de tanto perplejos años de errar bajo la varia
luna, me pregunto qué azar de la fortuna hizo que yo temiera tanto a los
espejos…Nos acecha el cristal. Si entre las cuatro paredes de la alcoba hay un
espejo, ya no estoy solo. Hay otro. Hay el reflejo que arma en el alba un
sigiloso teatro”. Borges, con esa mirada que mira más allá de lo aparente y su
generosidad de dejarnos sus insuperables letras. El mundo necesita más miradas
como las de Borges y menos de encumbrados mirones fríos que diseccionan, que
nos reducen a muestras de laboratorios.
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