Gustav Klimt |
Es una lucha interna ardua y difícil salir del confort de
unas vacaciones y más de las que nos tomamos en diciembre. Alirio Pérez Lo
Presti nos recordaba, en reciente entrega, que sin sueños, sin proyectos no se
puede vivir, o la vida se nos hace muy árida y sin sentido. Es así como diciembre,
ese mes revestido de una magia particular, es el tiempo en donde los recuerdos,
de tiempos mucho más gratos, plenan nuestro imaginario y nos hacen sonreír aun
sin pensarlo. Voy caminando y recordando cuando un amigo me pregunta ¿y de que
te ríes? Es un despertar en el que cuesta verbalizar de inmediato el sueño. Es
allí que uno añora la soledad, que nadie ni nada te despierte. Pero es
inevitable despertar, se nos acabó diciembre y ya toca volver a este difícil
trajinar en un espacio donde tenemos que convivir con tanto indeseable, que
además rigen nuestro destino hacia un abismo cada vez más siniestro. La cruel
realidad que también atravesaremos con sueños y proyectos.
Unas vacaciones es un viaje en el cual puede no haber
desplazamientos, permanecemos en el mismo lugar, pero nos desplazamos en
nosotros mismos hacia lugares que hemos dejado reposar el resto del año. Quizás
tropezamos con nuestros infiernos o quizás tropezamos con nuestras hadas protectoras
que nos acompañaron en gran parte de nuestro trayecto y ya no están. Todo es
posible en ese viaje interno en el que no contamos con mapas ni brújulas. Es
desordenado y arriesgado pero nunca deja de ser una gran aventura. Quisiera
seguir divagando por esas calles pero no es posible, entre otras razones porque
perdería su magia, su encanto al hacerse constante. Es la diferencia lo que hace
al descanso, descansar. En vacaciones se trastocan horarios, se leen los libros
que estaban haciendo cola, se ven películas en la mañana, se come y toma sin
remordimientos, se agasaja a los amigos. Se observa el cielo con mayor
detenimiento porque no hay cielo como el de Caracas. Hasta las Guacamayas
parecían haber improvisado nuevas danzas.
Tengo que terminar mis vacaciones ha sido el martillazo de
esta semana. Comenzar el trabajo, los horarios, otra disciplina que una vez
asumida también me gusta. Me gusta mi trabajo. Lo que no me gusta es despedirme
de las vacaciones pero con resignación y lentamente le digo adiós. Le digo
adiós a la burbuja en la que me refugié libre de contaminación y abro las
ventanas y me asaltan los pensamientos que me llenan de tristeza por tanta
desgracia en esta sufrida tierra. No los quiero todavía verbalizar, será
también progresivo ese pensar inevitable que desvela. Tengo algunos días para
contactar esta realidad que se hizo castigo. No puedo si no me armo con
revestimientos preventivos que me ayuden a no quebrarme. Lentamente comienza el
pensamiento que postergué deliberadamente. Ahora preparo el tren de despegue
para un viaje fuera de mí con vientos huracanados. Buen viaje me desearé por
las rutas de la rebeldía para no dejarme hundir en tanto oprobio.
Vamos, sin prisa, al encuentro de esta promesa de un nuevo
año sin luces y sin señales claras. Caminaré con sigilo y ojos abiertos, sin
distraerme en cuentos de camino porque cuando se trata de entender la realidad,
que no entiendo, no me gusta enredar todo con fantasías de visionarios. Tratar
que el engaño haga menos fuerza en el desencanto, sé que en su totalidad será
imposible, pero es suficiente con intentarlo. Algunas durezas ya se anidaron en
nuestra alma, son demasiados años con una realidad que golpea cada vez con
mayor fuerza, hay que resguardarse. Reconforta que no vaya sola en esta
travesía, me acompañan personas maravillosas de quienes aprendo y por quienes me oriento. Hay entusiasmo y
hay cansancio; hay alegrías y hay tristezas; hay expectativas y hay un
mortífero descreimiento. Mescolanzas de emociones que mantienen el ánimo en un
constante vaivén de pies cansados.
Pero no nos adelantemos faltan unos días para seguir soñando,
por lo que hoy me propongo pensar que este año será, que de repente se
encenderán las luces de esa pista y aterrizaremos en tierras libres de
contaminación de villanos. Celebraremos por tantas fiestas que quedaron sin
celebrar y nos encontraremos en un Cruz Diez recibiendo a los hijos
extraviados. Soñando que llegamos a la meta, como los maratonistas, casi
desmayados, nos tiramos en la grama jadeando, buscando oxígeno y mirando el
cielo que al fin se abre. Alguien nos acerca una botellita de agua y la tomamos
sedientos de la vida que estaba ahí esperándonos. Llegaremos a esa meta me digo
cada vez más alto, ya casi gritando. Llegaremos, total el futuro es
impredecible y tiene la fortuna de sorprendernos. Ojalá este año seamos
gratamente sorprendidos con el cumplimiento de un deseo compartido.
Vamos a despertar todos juntos y a recobrar la sensatez que
no viene dictada sino por la difícil tarea de reconstruir lo que tiramos por la
borda el año pasado. Estrategias sólidas y claras que despierten el entusiasmo
y la credibilidad. Seguir soñando en estos tiempos es una irresponsabilidad,
así que no hay fechas cabalísticas, no hay héroes que nos rescaten, solo hay
trabajo, inteligencia y fuerza determinante. Solo falta el riesgo y la valentía
para enfrentar el escepticismo que nos abruma y la indignación que se desborda.
¿Podremos? Yo creo que sí, veremos.
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