La creencia de que un estado poderoso y legislador podía
garantizar las buenas costumbres de sus ciudadanos se ha hecho pedazos en la
realidad actual mundial. Todo lo contrario, mientras observamos que los
gobernantes se erigen en tiranos y comienzan a legislar y reglamentar los más
mínimos actos de las personas, la tendencia generalizada es la falta absoluta
de compromiso por un comportamiento solidario y con visión de comunidad. La
socialización es sustituida por imposiciones a obedecer normas que los
individuos se empeñan en violar, surgen más bien lo que vamos a dominar “las
comunidades del mal”. Grupos de personas que se unen para juntos ingeniarse en
romper todo pacto social sin importarle en lo más mínimo el daño que pueden causar,
se entregan, y con gran creatividad, a saquear todo lo posible para su propio, único
y absoluto provecho. Expresan en su forma de concebir la vida de forma
contundente el fracaso de la moralidad, de la pasión por los principios, de los
sentimientos éticos. Pervierten lo más fundamental del ser humano, su lenguaje
y con ellos el logos. No hay palabra con valor, no hay entendimientos
razonables entre grupos que solo se encuentran cohesionados por la maldad.
La ilusión de cierta comodidad y garantía que los Estados-nación
protectores despertaron en las comunidades de la Modernidad trajeron como
efecto, no esperado o si, la sustitución de la responsabilidad moral por la
obediencia. Para saber cómo hay que comportarse no hizo falta apelar a los
principios sino obedecer reglas normativas y sobre todo, claro está, cuando se
tiene a un agente del orden institucionalizado en el rango visible. Seres
humanos vigilados para garantizar el buen comportamiento y como la liebre
siempre saltó, nunca se pudo obtener una total y absoluta sumisión a los
preceptos, la creatividad del mal se las fue ingeniando para hacer cada vez más
férreo al Estado y de esta forma someter al “inmoral”. En realidad inmorales
sometiendo y acabando con toda posibilidad del surgimiento de una “comunidad estética”
es decir seres que decidan vivir unidos solo bajo leyes de la virtud, como ya
lo postulaba Kant. Transitando por este camino construimos estos fenómenos
bárbaros como son los regímenes comunistas y fascistas que, como sabemos en
carne propia, fomentan las “comunidades del mal” aquellos seres que se unen
para hacer todo tipo de fechorías. Lo único que da cierto fresquito interior es
que estas comunidades terminan suicidándose o matándose entre ellos. La maldad
en realidad no une, sino más bien cada integrante de estas orgías es un enemigo
peligroso potencial.
Este proyecto de la Modernidad basado en un gran orgullo por
la razón y descuidando la sensualidad, los sentimientos y los gustos
individuales sumergió a la humanidad en una melancolía, en un aburrimiento al
quedar tapizados bajo toneladas de códigos regidores y no tener los espacios
adecuados, ni la tranquilidad de espíritu para poder pasar parte de la
existencia compartiendo con los seres queridos el ocio necesario. Se destapó en
el mundo una ansiedad desmedida por correr y posesionarse en un buen lugar
político-mercantil, es en este terreno donde se puede vivir la verdadera pasión
y donde se libran los juegos de la supervivencia. Ruletas rusas en las que más
de uno pierde la vida. De qué nos extrañamos, entonces, al observar las
patologías psicopáticas tan generalizadas. Un mundo que se encaminó por
desconocer la moral lo que podíamos esperar es la proliferación de las
“comunidades del mal” y la total infelicidad del ser humano. Bauman nos lo pone
de manifiesto de esta forma:
“Los poderes coercitivos del Estado moderno, combinados con
la movilización espiritual centrada en el Estado, resultaba una mezcla
venenosa: el poder opresor y el potencial criminal que develaron en la práctica
los regímenes comunistas y fascistas. Más que cualquier otra forma del Estado
moderno, estos regímenes lograron hacer un cortocircuito entre estructura y
contraestructura, socialización y sociabilidad. El resultado fue una
subordinación prácticamente total de la moralidad a la política. La “conciencia
colectiva”, esa única fuente y garantía de sentimientos morales y conducta
guiada por la moralidad –según Durkheim- se condensó, institucionalizó y
fusionó con los poderes legales del Estado político. La capacidad moral quedó
casi expropiada y cualquier cosa que se opusiera a la estatización se perseguía
con todo el peso de la ley”.
No terminamos de dejar atrás los proyectos que centran al
Estado como regidores de nuestras conductas para dar cabida a la responsabilidad
individual, con la convicción de que vivir en comunidad es nuestro inexorable
destino y para ello la disposición convertida en necesidad de ser “para el
otro” es el único camino para el alcance de una verdadera libertad. Mientras no
se eduque a la ciudadanía en esta dirección, la moral se encontrará en un
estado agonizante y no resolveremos la constante amenaza del autoritarismo.
Vemos como por un lado los ciudadanos protestan por el malestar que causan las
camisas de fuerzas impuestas desde el poder y por otro lado, y de forma muy
contradictoria, se mantienen rogando por dádivas que engañosamente el tirano
lanza al esclavo para alardear de magnanimidad.
La contradicción radica en despreciar a la mano que limita pero al mismo
tiempo querer que sea esa mano que tire algo aunque sea fallo. Las imágenes
patéticas que observamos en los automercados, golpeando a los otros por un
pollo, es la misma imagen que ofrecemos lloriqueando por un “cupo”. Mientras
estemos conscientes o inconscientemente en manos de pillos y esperando migajas
de bienestar, somos presas fáciles de arbitrariedades. Ese del que se espera
que otorgue ese mismo quitará cuando las cuentas saqueadas fallen. De quien
esperamos que nos ofrezca la emoción por
la vida de ese mismo también debemos esperar nos la quite.
La tarea que se impone es muy difícil, pero no imposible. El
material con el que debemos contar se manifiesta todos los días cuando
observamos la bondad. Un niño que enternece o un anciano que es auxiliado,
personas que se ayudan de forma espontánea. Cuando el país se estremece
indignado por el homicidio de un ser inocente perpetrado por manos de los
integrantes de las comunidades del mal. Los sentimientos éticos están ahí, no
han desaparecido, solo tenemos que lograr que sean estas señales las que
predominen sobre la barbarie. Comunidades estéticas como las soñaba Kant que si
bien fueron catalogadas como utopías, no por ello son imposible de alcanzar, al
contrario una vez introducida como idea en la humanidad se posibilita su realización.
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ResponderEliminarOrtega y Gasset decía, al principio del siglo XX, que nuestra época tendría que empezar a explorar, ya no la razón que lo había ocupado y que lo habría llevado a donde estaba durante los dos mil quinientos años desde Sócrates, sino el sentimiento y la espontaneidad. Aprender como quien retoma sus recuerdos infantiles, sus emociones y afectos, sus deseos y sus pasiones, para trabajarlos y llevarlos al mismo nivel de madurez y discernimiento que alcanzó en su intelecto.
ResponderEliminarEs nuestro gran reto en este siglo XXI y para ello tu estas contribuyendo y eso me encanta. Y por lo que veo no fue el blog el que se tragó el primer comentario, sino su autor que lo eliminó.
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