Hay personas que nos impactan por su trayectoria de vida,
personas que aunque no hayamos tratado nos causan admiración y respeto. A los
que estamos agradecidos y con los que dialogamos en silencio. Personas que nos
sirven de referente y con las cuales discutimos, adversamos fraternamente, no
nos cansamos de seguirlos, no los perdernos de vista. Sus actos nos hacen
interrogarnos y sus discursos parecen mantener una misma línea aunque cambien
de ideales, aunque cambien sus circunstancias. Ellos parecen caminar seguros, y
por supuesto, nos perdemos sus sinsabores y sus batallas cotidianas. Sus
sufrimientos y sus riesgos nos pasan desapercibidos, solo apreciamos su coraje
y rectitud. No son muchos, pero destacan y se distinguen de la multitud por su
capacidad de juicio propio y por no andar distraídos ni perdidos en demandas
ajenas. No complacen y nada los hace desistir de lo que vamos a denominar su
deseo. De allí la frase dicha con propiedad “no puedo dejar de ser quien soy”.
Diríamos son lo que son a pesar del juicio externo y a pesar de persecuciones y
amenazas de las que suelen ser objeto por parte de los que viven sometidos a
sus demandas obsesivas pero ostenta indebidamente de poder. Seres envilecidos
por haberse negado a ser lo que tienen que ser.
El deseo humano es complejo y difícil de entender aunque cada
uno de nosotros tenga que arreglárselas para vivir con él si no decide matarlo,
-bien por no haber sido nunca deseado o porque no se tiene el coraje de
conocerlo y seguirlo-, por llenarse de terror al intuirlo porque podría conllevar
a no pocas renuncias y pérdidas que causan mucho sufrimiento. El deseo humano
no promete oropeles y satisfacciones por el contrario requiere coraje y riesgo,
ahora el que se atreve a no desperdiciar su vida tiene que verlo de frente y
una vez reconocido y aceptado no puede renunciar a él so pena de dejar de ser
quien es, doblegarse, entregar su dignidad. Lacan fue quizás quien mejor
describió este motor de la vida dado que toda persona en análisis busca
descubrir su verdad, la verdad de su deseo. Camino nada fácil de transitar
porque en ese recorrido se va descubriendo las propias trampas y desnudando
dramáticamente los disfraces que escogió para una vida camuflada. Y camuflada
de sí mismo. En primera instancia Lacan diferencia al deseo de la necesidad y
lo postula como “el deseo humano es el deseo del Otro”. Frase que encierra
muchos significados pero de entrada señala que no se desea en solitario, se
desea en relación a otros.
El deseo hace que la vida sea pasión y aventura. Seguir el
propio deseo nos hace tener pasos firmes y decididos, nos hace que no titubemos
a la hora de tomar decisiones aunque estas conlleven mucho dolor y esfuerzo. Es
el amor lo que ayuda a dejar atrás los apegos mortíferos y poder acceder a lo
que realmente somos y queremos seguir siendo. No la demanda y no los amores que
funcionan como refugio a las dolorosas neurosis. El amor libre y escogido
desechando todo engaño obturador, el más importante de todos es el amor por la
vida en todas sus expresiones. Por supuesto hay personas que tienen la gran
virtud de estar cercanas a sus deseos sin necesidad de haber transitado por un
psicoanálisis y solemos hablar de ellas como personas con una gran
personalidad, personas con una firme identidad. Son personas privilegiadas que
pueden pronunciar el “no puedo dejar de ser quien soy” y sacar de quicio al que
se empeñe en doblegarlas, no lo lograran. También solemos identificarlas como
personas con unas grandes pasiones por los principios morales y como
consecuencia poco dadas a la obediencia.
Toda acción humana se realiza dentro de una cultura, toda
identidad supone una identificación con patrones preestablecidos, pero dentro
de esos patrones hay diversidades y también hay diversidad dentro de todo
individuo. Por lo que no se trata de eliminar el diálogo, las peleas con otros
y con uno mismo; no se trata de eliminar el movimiento y los cambios que toda
vida conlleva. De lo que sí se trata es de saber qué “cultura” escogemos y como
vamos a conllevarnos con los otros. De esta bella manera lo expresó Ezra Hayman:
“No podemos admitir una moral independiente de la cultura. Lo que pasa es que
un movimiento cultural está destinado de antemano a convivir y a pelear con
otros; esto es parte de su cometido. La alteridad no le viene de afuera como
por accidente. Ella propone un estilo de convivencia con la alteridad; que
puede ser el de una cultura de la violencia, del amedrentamiento y del dominio,
del aislamiento defensivo o del dialogo y la lucha fraterna. La moral, es ella
misma, una propuesta cultural, lo que no está en contradicción con la
posibilidad de que sea la propuesta de búsqueda de un terreno común, de
intersección o encabalgamiento, aunque más que un modus vivendi de culturas
fijadas, gustaría hablar de movimientos culturales que no tienen por qué ser
ansiosos por su identidad”.
Una de esas personas admirables por no haber cedido ante su
deseo es Teodoro Petkoff, quien como sabemos le fue otorgado el premio Ortega y
Gasset por su trayectoria en favor de una prensa libre. Al observar la vida de
este gran venezolano vemos con total trasparencia un camino sin fatiga ni
dubitaciones al servicio de la libertad y la justicia. Cambió las trincheras
desde la cual actuó, se equivocó y lo reconoció; abandonó sus equívocos y los
denunció, sorteó todo tipo de
persecuciones y violencias que se ejercieron sobre él. Una vida plena de
riegos, de victorias y derrotas pero lo importante de destacar es que en ningún
momento desvió su norte como sí lo hicieron compañeros falsos de rutas. Nunca
Teodoro pasó desapercibido ni para unos ni para otros, provocando respeto y
hasta temor. De carácter fuerte y hasta malcriado no esconde su inmenso amor y
decisión por el bien colectivo de su patria. No puede hoy salir del país a
recibir su merecido premio y lo siente, claro que lo siente pero “no puedo
dejar de ser lo que soy”, nunca lo hizo y menos ahora, Teodoro no se doblega.
Es muy acertado se le haya reconocido con el nombre de ese
gran Otro que es Ortega y Gasset. Filósofo que advirtió sobre los peligros que
corren las sociedades ante el desborde de las “masas” informes, de personas que
se pierden en generalidades. Ya a principios del siglo XX hace un angustioso
llamado por seres conectados con su propio deseo, carácter y capacidades para
no perdernos en autoritarismos: “En
otras palabras, miles de impredecibles accidentes ocurren en un período
determinado; pero un período en sí mismo no es un accidente. Posee una
estructura fija e inconfundible. El caso es similar al destino individual:
nadie sabe que le va a suceder mañana; pero él sí debería saber su propio
carácter, sus propios deseos y capacidades, además la forma de cómo reaccionará
a cualquier accidente que le pueda ocurrir. Cada vida tiene una órbita
preestablecida, en el curso de la cual los accidentes, sin modificar
esencialmente tal órbita, marcan ciertas sinuosidades y mascaradas.” Vivir es
ejercitar libremente y con determinación lo que deseamos, es poder decir con firmeza
y conocimiento “no puedo dejar de ser quien soy”
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