28 de abril de 2015

El abuso

El abuso se ejerce de múltiples formas, pero lo que no tiene variación es que se trata de una relación entre el abusador y el abusado; entre los abusadores y los abusados. Es imprescindible el vínculo que se establece y lo que varía es la dinámica que explicaría que este fenómeno se entronice como una variante destacada en una relación. Hablamos de abuso cuando un integrante de la relación se encuentra disminuido en sus derechos elementales, cuando es vejado, maltratado física o moralmente, cuando su libertad se encuentra disminuida por la imposición de otros, cuando es forzado o violentado, cuando sus características físicas están en desventajas en relación al que se impone. También se ejerce el abuso contra uno mismo, porque con uno mismo también se tiene una relación, cuando se abusa del goce, como acertadamente llamó Lacan a esa predisposición de encontrar una satisfacción corporal y querer por esta vía sustituir una imposibilidad o insatisfacción de índole psíquica. Abusamos de esta forma de nuestro cuerpo y taponamos la búsqueda de lo que deseamos.


La película Whiplash del joven director Damien Chazelle nos muestra de una forma magistral una de las formas en que se presenta el abuso y nos ofrece una visión de cómo el abusado se somete porque con ello obtiene la satisfacción de su única y obsesiva meta. Andrew Neiman, interpretado por Miles Teiller, es un alumno que quiere ser el mejor baterista en el elitesco Conservatorio de Música (Shaffer) de la Costa Este de los Estados Unidos, en el que estudia. Proviene de una familia en la que se destacan dos incidentes que al él lo marcan, el fracaso del padre como literato y el divorcio y la ausencia de la madre. Es un joven tímido al que le cuesta relacionarse con jóvenes de su edad pero que no duda en maltratar a otros que se le presentan como rivales. Una voluntad férrea e inamovible de triunfar lo que tiene un gran significado de deuda con su padre al que considera un fracasado.
Fletcher interpretado por J.K. Simons es un exigente profesor que no escatima en sus métodos hirientes para someter a sus alumnos a lo que él denomina su “tempo” nada lo va a poner en duda en cuanto a su excelencia como director de una banda de jazz. Para ello y para mantener su autoridad y disciplina recurre a métodos de vejaciones, golpes, llegando incluso a utilizar datos personales del alumno para maltratarlo en lo más débil. Fletcher quiere también destacar como el director que llevó a uno de sus músicos a ser el mejor del mundo y precisamente es lo que quiere Neiman. De esta forma lo expresa Fletcher: “La verdad es que no creo que la gente haya entendido lo que yo estaba haciendo en Shaffer. No estaba ahí para dirigir. Cualquier idiota puede mover los brazos y mantener un tempo. Estaba ahí para empujar a la gente más allá de lo esperado. Pienso que es una necesidad absoluta. Si no, le estamos negando al mundo el siguiente Louis Armstrong, el siguiente Charlie Parker.”
Tenemos de esta forma la dupla perfecta. El profesor que no escatima ningún método para lograr lo que quiere y el alumno que se sirve de él sabiendo que es el escalón perfecto  para saldar las deudas con su padre. Ambos obsesivos con sus grandes componentes sado-masoquistas. Andrew incluso se maltrata a sí mismo en su intento de ser el mejor y complacer al maestro. Mientras más se ensaña Fletcher contra él más se siente el elegido.
En esta relación mortífera se sedimenta la relación basada en el abuso, se trata de acabar con todo aquello que impida el lograr a toda costa y sin ningún límite ético lo que se quiere. Dupla en la que se participa (cuando se calla) por igual y en la que se observa los componentes sadomasoquistas en cada uno de los participantes. En la película podemos observar la relación despectiva de Neiman con su padre y la posición sumisa y complaciente de un padre que se siente culpable y que no es capaz de poner límites al goce del hijo. La relación establecida entre profesor y alumno que roza con el límite, podríamos decir es una relación neurótica perfecta, ambos se necesitan. Podemos ver en este tipo de intercambio humano claramente una psicopatía, no se contempla en absoluto el daño que se le está causando al otro, no hay ni por asomo la virtud de “ponerse en los zapatos del otro”, no se escatima el conflicto, se guarda silencio hasta el final porque lo importante es el provecho que cada uno está sacando del otro. Pero callar ante las vejaciones y el maltrato aumenta el odio y se puede llegar a cualquier acto delictivo, que por una muy delgada línea, en el film, la situación se resuelve de otro modo.
Freud nos reveló las dos grandes fuerzas que mueven al ser humano, Thanatos que se manifiesta en la agresividad, la competitividad, la rivalidad, el abuso. Una guerra a muerte  que marca un “tempo” acelerado y angustioso vital, el cual  es representado por Neiman con gestos desesperados, provocando un sonido sostenido y agresivo con el cual termina lesionándose las manos, sangrando. La otra gran fuerza humana con igualdad de importancia y preponderancia pero que requiere decidirse por la cultura del bien es Eros, el sentido del amor, el deseo y la identificación con nuestros semejantes que nos conduciría a la colaboración. Esta última fuerza es la única posible en la subsistencia de la civilización. Son las pulsiones de muerte las que conducen a los seres humanos a relaciones destructoras.
Vivimos en este momento ese “tempo” de una batería acelerada y repetitiva en sus golpeteos que se parecen más a los golpes desaforados de una angustia sin límites, un ritmo vertiginoso que nos esta lesionando. Se estableció la dupla perfecta entre el abusador y los que supuestamente representan a los abusados, callamos el abuso y es el momento de hablar, quizás ya de gritar, porque el odio se sigue acumulando. En este terreno Linda Loaiza nos da lecciones, nada la detiene en su empeño de buscar justicia ante el abuso salvaje al que fue sometida. De igual forma toda una colectividad está siendo sometida a un abuso salvaje con la complicidad de los que tienen satisfacciones sustitutivas en juego.

21 de abril de 2015

No puedo dejar de ser quien soy

Hay personas que nos impactan por su trayectoria de vida, personas que aunque no hayamos tratado nos causan admiración y respeto. A los que estamos agradecidos y con los que dialogamos en silencio. Personas que nos sirven de referente y con las cuales discutimos, adversamos fraternamente, no nos cansamos de seguirlos, no los perdernos de vista. Sus actos nos hacen interrogarnos y sus discursos parecen mantener una misma línea aunque cambien de ideales, aunque cambien sus circunstancias. Ellos parecen caminar seguros, y por supuesto, nos perdemos sus sinsabores y sus batallas cotidianas. Sus sufrimientos y sus riesgos nos pasan desapercibidos, solo apreciamos su coraje y rectitud. No son muchos, pero destacan y se distinguen de la multitud por su capacidad de juicio propio y por no andar distraídos ni perdidos en demandas ajenas. No complacen y nada los hace desistir de lo que vamos a denominar su deseo. De allí la frase dicha con propiedad “no puedo dejar de ser quien soy”. Diríamos son lo que son a pesar del juicio externo y a pesar de persecuciones y amenazas de las que suelen ser objeto por parte de los que viven sometidos a sus demandas obsesivas pero ostenta indebidamente de poder. Seres envilecidos por haberse negado a ser lo que tienen que ser.
 
El deseo humano es complejo y difícil de entender aunque cada uno de nosotros tenga que arreglárselas para vivir con él si no decide matarlo, -bien por no haber sido nunca deseado o porque no se tiene el coraje de conocerlo y seguirlo-, por llenarse de terror al intuirlo porque podría conllevar a no pocas renuncias y pérdidas que causan mucho sufrimiento. El deseo humano no promete oropeles y satisfacciones por el contrario requiere coraje y riesgo, ahora el que se atreve a no desperdiciar su vida tiene que verlo de frente y una vez reconocido y aceptado no puede renunciar a él so pena de dejar de ser quien es, doblegarse, entregar su dignidad. Lacan fue quizás quien mejor describió este motor de la vida dado que toda persona en análisis busca descubrir su verdad, la verdad de su deseo. Camino nada fácil de transitar porque en ese recorrido se va descubriendo las propias trampas y desnudando dramáticamente los disfraces que escogió para una vida camuflada. Y camuflada de sí mismo. En primera instancia Lacan diferencia al deseo de la necesidad y lo postula como “el deseo humano es el deseo del Otro”. Frase que encierra muchos significados pero de entrada señala que no se desea en solitario, se desea en relación a otros.
El deseo hace que la vida sea pasión y aventura. Seguir el propio deseo nos hace tener pasos firmes y decididos, nos hace que no titubemos a la hora de tomar decisiones aunque estas conlleven mucho dolor y esfuerzo. Es el amor lo que ayuda a dejar atrás los apegos mortíferos y poder acceder a lo que realmente somos y queremos seguir siendo. No la demanda y no los amores que funcionan como refugio a las dolorosas neurosis. El amor libre y escogido desechando todo engaño obturador, el más importante de todos es el amor por la vida  en todas sus expresiones.  Por supuesto hay personas que tienen la gran virtud de estar cercanas a sus deseos sin necesidad de haber transitado por un psicoanálisis y solemos hablar de ellas como personas con una gran personalidad, personas con una firme identidad. Son personas privilegiadas que pueden pronunciar el “no puedo dejar de ser quien soy” y sacar de quicio al que se empeñe en doblegarlas, no lo lograran. También solemos identificarlas como personas con unas grandes pasiones por los principios morales y como consecuencia poco dadas a la obediencia.
Toda acción humana se realiza dentro de una cultura, toda identidad supone una identificación con patrones preestablecidos, pero dentro de esos patrones hay diversidades y también hay diversidad dentro de todo individuo. Por lo que no se trata de eliminar el diálogo, las peleas con otros y con uno mismo; no se trata de eliminar el movimiento y los cambios que toda vida conlleva. De lo que sí se trata es de saber qué “cultura” escogemos y como vamos a conllevarnos con los otros. De esta bella manera lo expresó Ezra Hayman: “No podemos admitir una moral independiente de la cultura. Lo que pasa es que un movimiento cultural está destinado de antemano a convivir y a pelear con otros; esto es parte de su cometido. La alteridad no le viene de afuera como por accidente. Ella propone un estilo de convivencia con la alteridad; que puede ser el de una cultura de la violencia, del amedrentamiento y del dominio, del aislamiento defensivo o del dialogo y la lucha fraterna. La moral, es ella misma, una propuesta cultural, lo que no está en contradicción con la posibilidad de que sea la propuesta de búsqueda de un terreno común, de intersección o encabalgamiento, aunque más que un modus vivendi de culturas fijadas, gustaría hablar de movimientos culturales que no tienen por qué ser ansiosos por su identidad”.
Una de esas personas admirables por no haber cedido ante su deseo es Teodoro Petkoff, quien como sabemos le fue otorgado el premio Ortega y Gasset por su trayectoria en favor de una prensa libre. Al observar la vida de este gran venezolano vemos con total trasparencia un camino sin fatiga ni dubitaciones al servicio de la libertad y la justicia. Cambió las trincheras desde la cual actuó, se equivocó y lo reconoció; abandonó sus equívocos y los denunció,  sorteó todo tipo de persecuciones y violencias que se ejercieron sobre él. Una vida plena de riegos, de victorias y derrotas pero lo importante de destacar es que en ningún momento desvió su norte como sí lo hicieron compañeros falsos de rutas. Nunca Teodoro pasó desapercibido ni para unos ni para otros, provocando respeto y hasta temor. De carácter fuerte y hasta malcriado no esconde su inmenso amor y decisión por el bien colectivo de su patria. No puede hoy salir del país a recibir su merecido premio y lo siente, claro que lo siente pero “no puedo dejar de ser lo que soy”, nunca lo hizo y menos ahora, Teodoro no se doblega.
Es muy acertado se le haya reconocido con el nombre de ese gran Otro que es Ortega y Gasset. Filósofo que advirtió sobre los peligros que corren las sociedades ante el desborde de las “masas” informes, de personas que se pierden en generalidades. Ya a principios del siglo XX hace un angustioso llamado por seres conectados con su propio deseo, carácter y capacidades para no perdernos en autoritarismos: “En otras palabras, miles de impredecibles accidentes ocurren en un período determinado; pero un período en sí mismo no es un accidente. Posee una estructura fija e inconfundible. El caso es similar al destino individual: nadie sabe que le va a suceder mañana; pero él sí debería saber su propio carácter, sus propios deseos y capacidades, además la forma de cómo reaccionará a cualquier accidente que le pueda ocurrir. Cada vida tiene una órbita preestablecida, en el curso de la cual los accidentes, sin modificar esencialmente tal órbita, marcan ciertas sinuosidades y mascaradas.” Vivir es ejercitar libremente y con determinación lo que deseamos, es poder decir con firmeza y conocimiento “no puedo dejar de ser quien soy”

14 de abril de 2015

Las comunidades del mal

La creencia de que un estado poderoso y legislador podía garantizar las buenas costumbres de sus ciudadanos se ha hecho pedazos en la realidad actual mundial. Todo lo contrario, mientras observamos que los gobernantes se erigen en tiranos y comienzan a legislar y reglamentar los más mínimos actos de las personas, la tendencia generalizada es la falta absoluta de compromiso por un comportamiento solidario y con visión de comunidad. La socialización es sustituida por imposiciones a obedecer normas que los individuos se empeñan en violar, surgen más bien lo que vamos a dominar “las comunidades del mal”. Grupos de personas que se unen para juntos ingeniarse en romper todo pacto social sin importarle en lo más mínimo el daño que pueden causar, se entregan, y con gran creatividad, a saquear todo lo posible para su propio, único y absoluto provecho. Expresan en su forma de concebir la vida de forma contundente el fracaso de la moralidad, de la pasión por los principios, de los sentimientos éticos. Pervierten lo más fundamental del ser humano, su lenguaje y con ellos el logos. No hay palabra con valor, no hay entendimientos razonables entre grupos que solo se encuentran cohesionados por la maldad.
La ilusión de cierta comodidad y garantía que los Estados-nación protectores despertaron en las comunidades de la Modernidad trajeron como efecto, no esperado o si, la sustitución de la responsabilidad moral por la obediencia. Para saber cómo hay que comportarse no hizo falta apelar a los principios sino obedecer reglas normativas y sobre todo, claro está, cuando se tiene a un agente del orden institucionalizado en el rango visible. Seres humanos vigilados para garantizar el buen comportamiento y como la liebre siempre saltó, nunca se pudo obtener una total y absoluta sumisión a los preceptos, la creatividad del mal se las fue ingeniando para hacer cada vez más férreo al Estado y de esta forma someter al “inmoral”. En realidad inmorales sometiendo y acabando con toda posibilidad del surgimiento de una “comunidad estética” es decir seres que decidan vivir unidos solo bajo leyes de la virtud, como ya lo postulaba Kant. Transitando por este camino construimos estos fenómenos bárbaros como son los regímenes comunistas y fascistas que, como sabemos en carne propia, fomentan las “comunidades del mal” aquellos seres que se unen para hacer todo tipo de fechorías. Lo único que da cierto fresquito interior es que estas comunidades terminan suicidándose o matándose entre ellos. La maldad en realidad no une, sino más bien cada integrante de estas orgías es un enemigo peligroso potencial.
Este proyecto de la Modernidad basado en un gran orgullo por la razón y descuidando la sensualidad, los sentimientos y los gustos individuales sumergió a la humanidad en una melancolía, en un aburrimiento al quedar tapizados bajo toneladas de códigos regidores y no tener los espacios adecuados, ni la tranquilidad de espíritu para poder pasar parte de la existencia compartiendo con los seres queridos el ocio necesario. Se destapó en el mundo una ansiedad desmedida por correr y posesionarse en un buen lugar político-mercantil, es en este terreno donde se puede vivir la verdadera pasión y donde se libran los juegos de la supervivencia. Ruletas rusas en las que más de uno pierde la vida. De qué nos extrañamos, entonces, al observar las patologías psicopáticas tan generalizadas. Un mundo que se encaminó por desconocer la moral lo que podíamos esperar es la proliferación de las “comunidades del mal” y la total infelicidad del ser humano. Bauman nos lo pone de manifiesto de esta forma:
“Los poderes coercitivos del Estado moderno, combinados con la movilización espiritual centrada en el Estado, resultaba una mezcla venenosa: el poder opresor y el potencial criminal que develaron en la práctica los regímenes comunistas y fascistas. Más que cualquier otra forma del Estado moderno, estos regímenes lograron hacer un cortocircuito entre estructura y contraestructura, socialización y sociabilidad. El resultado fue una subordinación prácticamente total de la moralidad a la política. La “conciencia colectiva”, esa única fuente y garantía de sentimientos morales y conducta guiada por la moralidad –según Durkheim- se condensó, institucionalizó y fusionó con los poderes legales del Estado político. La capacidad moral quedó casi expropiada y cualquier cosa que se opusiera a la estatización se perseguía con todo el peso de la ley”.
No terminamos de dejar atrás los proyectos que centran al Estado como regidores de nuestras conductas para dar cabida a la responsabilidad individual, con la convicción de que vivir en comunidad es nuestro inexorable destino y para ello la disposición convertida en necesidad de ser “para el otro” es el único camino para el alcance de una verdadera libertad. Mientras no se eduque a la ciudadanía en esta dirección, la moral se encontrará en un estado agonizante y no resolveremos la constante amenaza del autoritarismo. Vemos como por un lado los ciudadanos protestan por el malestar que causan las camisas de fuerzas impuestas desde el poder y por otro lado, y de forma muy contradictoria, se mantienen rogando por dádivas que engañosamente el tirano lanza al esclavo para alardear de magnanimidad.  La contradicción radica en despreciar a la mano que limita pero al mismo tiempo querer que sea esa mano que tire algo aunque sea fallo. Las imágenes patéticas que observamos en los automercados, golpeando a los otros por un pollo, es la misma imagen que ofrecemos lloriqueando por un “cupo”. Mientras estemos conscientes o inconscientemente en manos de pillos y esperando migajas de bienestar, somos presas fáciles de arbitrariedades. Ese del que se espera que otorgue ese mismo quitará cuando las cuentas saqueadas fallen. De quien esperamos que nos ofrezca  la emoción por la vida de ese mismo también debemos esperar nos la quite.
La tarea que se impone es muy difícil, pero no imposible. El material con el que debemos contar se manifiesta todos los días cuando observamos la bondad. Un niño que enternece o un anciano que es auxiliado, personas que se ayudan de forma espontánea. Cuando el país se estremece indignado por el homicidio de un ser inocente perpetrado por manos de los integrantes de las comunidades del mal. Los sentimientos éticos están ahí, no han desaparecido, solo tenemos que lograr que sean estas señales las que predominen sobre la barbarie. Comunidades estéticas como las soñaba Kant que si bien fueron catalogadas como utopías, no por ello son imposible de alcanzar, al contrario una vez introducida como idea en la humanidad se posibilita su realización.

7 de abril de 2015

Los Mitos




En un interesantísimo programa de Oppenheimer tuvimos la oportunidad de oír a Yuval Noah Harari, autor del libro “De animales a dioses. Breve historia de la humanidad”. Harari es profesor de historia en la Universidad Hebrea de Israel y doctorado en la Universidad de Oxford. En este libro nos presenta una muy interesante tesis la cual podemos resumir en la siguiente premisa “lo que diferencia al hombre del mono es que el hombre cree en mitos colectivos”. El ser humano tiene el privilegio de poder cooperar en funciones comunes en las que siempre lo que cohesiona es un mito, una ficción,  creencias que ayudan a evitar las guerras y a sentirnos partícipes de una colectividad. Entendamos entonces por “mito” todo constructo mental que no es natural de nuestra biología. De esta forma nuestras maneras de vivir y organizarnos como sociedad están basadas en mitos que han logrado la aceptación de un grupo humano concreto. Estos mitos compartidos nos permiten reconocernos y poseer claves de comprensión mutua en gran parte de nuestras conductas.

 Sin embargo, podríamos argumentar, las guerras que se libran actualmente en el Medio Oriente son provocadas por mitos religiosos fundamentalistas, así que también se tratan de mitos lo que nos lleva a guerras muy cruentas entre pueblos con creencias distintas.  Harari sostiene que dichas guerras son reacciones a cambios mundiales que se han dado en los campos económicos, sociales y tecnológicos y como consecuencia estos pueblos se han visto amenazados en sus vidas y costumbres arcaicas y reaccionan apegándose a sus religiones con un gran temor a lo desconocido. Como principales factores amenazantes señala a la tecnología y a la liberación femenina. No son sus creencias en sí las que los llevan a hacer la guerra, es el no querer precisamente que los mitos y ficciones con los que han vivido se encuentren cuestionados y de esta forma encontrarse como grupos escindidos. Perder el factor cohesionador que los identifica como pueblo es lo que los empuja a cometer todo tipo de atrocidades y por ello se acude a las creencias religiosas tradicionales. De esta forma los pocos focos en guerra que observamos en el mundo obedecen a un atraso en la tendencia general del avance histórico. Pequeños grupos con sus delirios que hacen mucho daño.

La cultura Occidental no presenta el peligro de una guerra porque en estas sociedades se comparte los mismos mitos en cuanto a cómo funciona la economía, en cuanto a cómo debe vivirse e interrelacionarse la gente. Vemos natural la forma que hemos inventado para relacionarnos hombres y mujeres, padres e hijos; sabemos que la mayor riqueza, que en el mundo actual podemos compartir, es la basada en las creaciones y adelantos científicos y tecnológicos producto de la inteligencia. Ya no nos peleamos por los territorios, ni por las minas o el petróleo como sucedía en las sociedades preindustriales. Así evoluciona la humanidad, los mitos van dando lugar a nuevos mitos y las sociedades que se resisten a cambiar según los avances científicos y tecnológicos y las nuevas visiones que sobre la realidad estos nos van arrojando, van quedando rezagadas a pelear sus mitos caducos en una guerra que de antemano está perdida. Decimos una guerra inútil porque la globalidad nos mantiene informados sobre el confort que nuestro momento histórico nos ofrece y en todas partes se permea la posibilidad de vivir con los mitos propios de un mundo basado en la tecnología, la ciencia y la igualdad entre los seres humanos. De allí que no nos extraña que sean las mujeres y su reciente alcanzada liberación las que comiencen a oírse de una manera estruendosa en los países que en estos momentos luchan por liberarse del yugo que imponen grupúsculos en el mundo musulmán. Las personas que escribieron la Biblia o el Corán no conocían internet, como bien señala Harari.

Lo interesante de este análisis que nos ofrece Harari es que rompe muchas de las creencias generalizadas con un profundo conocimiento de la historia de la Humanidad. Nos invita a observar que estamos viviendo el momento más pacífico de todas las eras. En el mundo actual mueren más personas producto del suicidio y del homicidio que producto de guerras lo cual nos llevaría a preguntarnos si somos, entonces, más felices, pero ya esto es tema de otro análisis importante que trataremos de indagar en próximas entregas. Ahora, todos los que actualmente vivimos en Venezuela podemos, y con toda razón, arrugar la nariz cuando escuchamos este tipo de argumento porque esta no es nuestra realidad. Argumentamos, y sin equivocarnos, que estamos viviendo el momento más sangriento, violento de nuestra historia reciente. Pero si seguimos la línea argumentativa podemos darnos cuenta que nuestro momento violento es consecuencia de la imposición de mitos ya obsoletos por un grupo de seres primitivos que se hicieron del poder y pretenden imponerlos por la fuerza. Convirtieron a nuestro país en un país minero y ellos solitos, bajo la perplejidad del mundo civilizado que nos rodea, libran una guerra por obviar las condiciones inexorables de un mundo en el que se vive en cooperación por mantener los mitos propios de occidente. Ahora que está de moda lo de la invasión, podemos afirmar con propiedad que sí fuimos invadidos por un grupo de personas extraídas de economías antiguas, de mitos medievales y nos mantienen secuestrados.

Batalla que muy bien podría ser propia de países del Medio Oriente pero que nosotros sufrimos anclados en el corazón de un mundo que está por decidir su futuro que en realidad ya está decidido, somos lo queramos o no, para bien o para mal, seres que compartimos los mitos del mundo occidental. No es posible mantenerse ajeno a  la historia de la humanidad, avanzamos, sin poder detenernos, hacia la innovación del ser humano hasta en sus rasgos biológicos. Este camino puede ser regulado en algunas de sus manifestaciones pero no detenido. Duele ver como se pierde el tiempo y como se destruye lo conseguido. Duele ver como se violenta a toda una población para imponer mitos que ya no cohesionan a nuestros grupos sociales, sino que más bien los atomiza. Se combate la libertad, la investigación científica, las Universidades, los libros, en fin la inteligencia y todo aquello que puede hacernos competitivos en un mundo integrado por la inteligencia y competitivo económicamente. Se pretende vivir de la minería en el siglo XXI, el petróleo, destruyendo toda iniciativa creativa de producción nacional. Batalla que está perdida porque no es posible bajarse del mundo, pero que obliga a una sociedad a pasar por momentos muy amargos. De la ignorancia y de la maldad se es culpable porque sus mitos provocan sufrimientos que son reales y en ese terreno no es posible eludir el compromiso ético.