En un interesantísimo programa de Oppenheimer tuvimos la
oportunidad de oír a Yuval Noah Harari, autor del libro “De animales a dioses.
Breve historia de la humanidad”. Harari es profesor de historia en la
Universidad Hebrea de Israel y doctorado en la Universidad de Oxford. En este
libro nos presenta una muy interesante tesis la cual podemos resumir en la
siguiente premisa “lo que diferencia al hombre del mono es que el hombre cree
en mitos colectivos”. El ser humano tiene el privilegio de poder cooperar en
funciones comunes en las que siempre lo que cohesiona es un mito, una ficción, creencias que ayudan a evitar las guerras y a
sentirnos partícipes de una colectividad. Entendamos entonces por “mito” todo
constructo mental que no es natural de nuestra biología. De esta forma nuestras
maneras de vivir y organizarnos como sociedad están basadas en mitos que han
logrado la aceptación de un grupo humano concreto. Estos mitos compartidos nos permiten
reconocernos y poseer claves de comprensión mutua en gran parte de nuestras conductas.
Sin embargo, podríamos
argumentar, las guerras que se libran actualmente en el Medio Oriente son provocadas
por mitos religiosos fundamentalistas, así que también se tratan de mitos lo
que nos lleva a guerras muy cruentas entre pueblos con creencias distintas. Harari sostiene que dichas guerras son
reacciones a cambios mundiales que se han dado en los campos económicos,
sociales y tecnológicos y como consecuencia estos pueblos se han visto
amenazados en sus vidas y costumbres arcaicas y reaccionan apegándose a sus
religiones con un gran temor a lo desconocido. Como principales factores
amenazantes señala a la tecnología y a la liberación femenina. No son sus
creencias en sí las que los llevan a hacer la guerra, es el no querer
precisamente que los mitos y ficciones con los que han vivido se encuentren
cuestionados y de esta forma encontrarse como grupos escindidos. Perder el
factor cohesionador que los identifica como pueblo es lo que los empuja a cometer
todo tipo de atrocidades y por ello se acude a las creencias religiosas
tradicionales. De esta forma los pocos focos en guerra que observamos en el
mundo obedecen a un atraso en la tendencia general del avance histórico. Pequeños
grupos con sus delirios que hacen mucho daño.
La cultura Occidental no presenta el peligro de una guerra
porque en estas sociedades se comparte los mismos mitos en cuanto a cómo
funciona la economía, en cuanto a cómo debe vivirse e interrelacionarse la
gente. Vemos natural la forma que hemos inventado para relacionarnos hombres y
mujeres, padres e hijos; sabemos que la mayor riqueza, que en el mundo actual
podemos compartir, es la basada en las creaciones y adelantos científicos y
tecnológicos producto de la inteligencia. Ya no nos peleamos por los
territorios, ni por las minas o el petróleo como sucedía en las sociedades
preindustriales. Así evoluciona la humanidad, los mitos van dando lugar a
nuevos mitos y las sociedades que se resisten a cambiar según los avances
científicos y tecnológicos y las nuevas visiones que sobre la realidad estos
nos van arrojando, van quedando rezagadas a pelear sus mitos caducos en una
guerra que de antemano está perdida. Decimos una guerra inútil porque la
globalidad nos mantiene informados sobre el confort que nuestro momento
histórico nos ofrece y en todas partes se permea la posibilidad de vivir con
los mitos propios de un mundo basado en la tecnología, la ciencia y la igualdad
entre los seres humanos. De allí que no nos extraña que sean las mujeres y su
reciente alcanzada liberación las que comiencen a oírse de una manera estruendosa
en los países que en estos momentos luchan por liberarse del yugo que imponen
grupúsculos en el mundo musulmán. Las personas que escribieron la Biblia o el
Corán no conocían internet, como bien señala Harari.
Lo interesante de este análisis que nos ofrece Harari es que
rompe muchas de las creencias generalizadas con un profundo conocimiento de la
historia de la Humanidad. Nos invita a observar que estamos viviendo el momento
más pacífico de todas las eras. En el mundo actual mueren más personas producto
del suicidio y del homicidio que producto de guerras lo cual nos llevaría a
preguntarnos si somos, entonces, más felices, pero ya esto es tema de otro
análisis importante que trataremos de indagar en próximas entregas. Ahora,
todos los que actualmente vivimos en Venezuela podemos, y con toda razón,
arrugar la nariz cuando escuchamos este tipo de argumento porque esta no es
nuestra realidad. Argumentamos, y sin equivocarnos, que estamos viviendo el
momento más sangriento, violento de nuestra historia reciente. Pero si seguimos
la línea argumentativa podemos darnos cuenta que nuestro momento violento es
consecuencia de la imposición de mitos ya obsoletos por un grupo de seres
primitivos que se hicieron del poder y pretenden imponerlos por la fuerza.
Convirtieron a nuestro país en un país minero y ellos solitos, bajo la
perplejidad del mundo civilizado que nos rodea, libran una guerra por obviar
las condiciones inexorables de un mundo en el que se vive en cooperación por
mantener los mitos propios de occidente. Ahora que está de moda lo de la
invasión, podemos afirmar con propiedad que sí fuimos invadidos por un grupo de
personas extraídas de economías antiguas, de mitos medievales y nos mantienen
secuestrados.
Batalla que muy bien podría ser propia de países del Medio
Oriente pero que nosotros sufrimos anclados en el corazón de un mundo que está
por decidir su futuro que en realidad ya está decidido, somos lo queramos o no,
para bien o para mal, seres que compartimos los mitos del mundo occidental. No
es posible mantenerse ajeno a la
historia de la humanidad, avanzamos, sin poder detenernos, hacia la innovación
del ser humano hasta en sus rasgos biológicos. Este camino puede ser regulado
en algunas de sus manifestaciones pero no detenido. Duele ver como se pierde el
tiempo y como se destruye lo conseguido. Duele ver como se violenta a toda una
población para imponer mitos que ya no cohesionan a nuestros grupos sociales,
sino que más bien los atomiza. Se combate la libertad, la investigación
científica, las Universidades, los libros, en fin la inteligencia y todo
aquello que puede hacernos competitivos en un mundo integrado por la
inteligencia y competitivo económicamente. Se pretende vivir de la minería en
el siglo XXI, el petróleo, destruyendo toda iniciativa creativa de producción
nacional. Batalla que está perdida porque no es posible bajarse del mundo, pero
que obliga a una sociedad a pasar por momentos muy amargos. De la ignorancia y
de la maldad se es culpable porque sus mitos provocan sufrimientos que son
reales y en ese terreno no es posible eludir el compromiso ético.
maravilloso lo comparto totalmente ,elreto es hacer el cambio.U n abrazo fraterno¡
ResponderEliminarUn abrazo a ti Elvira
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