Si queremos conocer la verdad de un proceso angustioso, sobre
todo en tiempos confusos, debemos estar atentos a los discursos. No hay nada más
allá o más acá que debamos escrudiñar como detectives ansiosos en búsqueda de
rastros. Actuemos con ese sigilo y las lupas sobre los discursos que se emiten,
en su sentido amplio, gestos, muecas, acciones y palabras nos darán la clave de
quienes están perdidos, de quienes se traicionaron a sí mismos, quienes caen en
contradicciones constantes, quienes mienten y se muestran incoherentes ya sin
ni siquiera percatarse. Las traiciones, las angustias, el extravío, los miedos
y lo que horroriza de uno mismo, está en el discurso, no hay que buscar en
profundidades, está allí en la superficie que no puede dejar de manifestarse.
Es la escena donde transcurre la tragedia, la épica, lo burlesco e incluso las
fuertes palpitaciones de un corazón.
Hay discursos que rodean a un deseo, pero aunque haya vueltas
para adelante y para atrás, aunque sufra de extravíos y ambivalencias, aunque
se interrumpa por tiempos indefinidos, aunque guarde silencios angustiosos,
podemos apreciar que no cesa de rodear un único y anhelado objeto. Son
discursos que constantemente están haciendo un llamado, un llamado a un escucha
atento que responda con su presencia. Son discursos que no engañan y no están diseñados
para hacernos perder en cualquier ardid ¿Cómo lo sabemos? Por su coherencia,
porque de una forma u otra está siempre apuntando al mismo blanco, porque
espera y no atropella al escucha que debe darse a la tarea de una buena y
acertada interpretación. No descalifica, ni ofende, ni pretende aceleradas
conclusiones. Pero y sobre todo no se engaña a si mismo tratando de engañar a
otros, solo pretende develar una verdad, la verdad que nos atañe a todos como
deseo colectivo.
Otros discursos, en cambio, muestran una pérdida de
orientación total. No parecen estar apuntando a nada que pueda ser develado con
claridad porque sería demasiado el descaro y quedarían desnudos como el rey. Su
objeto anhelado es inconfesable, egoísta y cargado de maldad lo cual se trata
de ocultar detrás de lo que se dice. Pero resulta todo un entramado que a un
buen escucha le sobra con suspirar para tirarlo abajo. Se hace obvio los
rodeos, las mentiras, la furia con que se pronuncian, los gestos diabólicos que
asoman, su intensión de conducir al infierno. Incoherentes y mentirosos hasta
caer en trampas que ellos mismos se tienden. Tales discursos son una señal
privilegiada de estar ya al borde de una implosión por la pérdida de su propio
ser, del ser vehiculante. El escucha puede quedar aturdido, extrañado,
desconcertado y hasta asustado pero con la certeza de una imposibilidad de
interpretación. Retira su presencia y queda sólo como testigo de un acto
bochornoso que provoca rechazo.
Somos seres sujetos a un discurso, que debemos mantener para
no perdernos en la locura. Antígona lo reveló con toda la fuerza como se
manifiesta un deseo decidido, sin el cual no se podría seguir viviendo “Puede
que me equivoque, pero sigo siendo yo”, como nos lo recuerda Steiner en una
entrevista a sus 88 años, frase que lo condujo a largas reflexiones. Todo
discurso parte de una ficción, de un engaño y de una renuncia primordial, pero
una vez asumido no podemos engañarnos nunca más. Desviaciones, que las tenemos,
no se soportan sino con mucho sufrimiento y esfuerzo para poder volver a
retomarnos. Pérdidas masivas de sujetos, que perdieron su cadena significante,
se comienzan a ver de forma descarnada y causarían conmiseración sino fuera por
el grado de poder que aun ostentan sus portadores y por la carga destructiva
que transportan. Enloquecidos quieren que la realidad se comporte a su
voluntad.
Pero ahí está la verdad contundente, hablando, a veces
gritando, nadie puede callarla y se devuelve tercamente contra una
intencionalidad malsana. No se trata de esperar que nuestra verdad se encargue
de hacer la tarea recolectora de basura;
hay que revelarla, decirla y actuarla y eso es precisamente lo que
estamos llevando a cabo. Oigamos los discursos atentamente para arribar a la
certeza que tocamos un momento final. Se están matando porque asesinaron su
razón de ser personal por una ideología que inventaron y por cierto muy mal
creada. Al contrario de Antígona se equivocaron y dejaron de ser quienes algún
día fueron. Desde los estoicos sabemos que de lo falso también puede deducirse
lo verdadero, solo requiere saber escuchar y ver como tanta falsedad nos revela
la verdad por la que no flejamos, la que nos confiere nuestro nombre
irrenunciable.
El discurso que portamos está desarrollándose y ya tenemos
varias cuartillas desplegadas, aprendimos como se nombran las cosas, aumentamos
nuestro vocabulario, somos quizás de pocas palabras como al fin y al cabo son
los poetas. Estamos por escribir nuestra frase final y no será como en las
malas telenovelas que terminan con la boda de la parejita feliz, cuando es allí
que comienzan los verdaderos enredos. No, contaremos la historia con toda su
verdad descarnada, después de la boda vendrán esos ajustes difíciles pero
necesarios e inevitables. Tengamos más amor para poder superarlos y narrar a
los hijos como la vida que es difícil no le podemos hacer trampas.
Estamos en el ágora
salimos de nuestras vidas privadas, estamos debatiendo públicamente y ya los
bandidos no nos gobiernan, tal como lo indicó Aristóteles y nos lo recuerda
Steiner. Ahora sí, estemos atentos a los discursos para escuchar con claridad
la verdad de nuestro tiempo.
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