“Cínico” una palabra que cada día se oye más en las opiniones
y comentarios de la gente. Es que en realidad se percibe en el ambiente, de
forma bastante generalizada, una tendencia al desparpajo, a la mentira
desvergonzada, a la burla por el sufrimiento ajeno. La exhibición del sarcasmo
y del desprecio por toda norma de convivencia, por toda consideración al
malestar en una cultura de la opresión y el crimen. El cinismo es una manera de
hablar y una forma de actuar, es una manera de vivir escandalosa, irreverente y
retadora. Es uno de los signos de nuestra época porque el cínico surge cuando
la cultura está en crisis y cuando el mundo se desordena en sus principios
rectores. Estamos demasiado deslumbrados por la miseria, la tortura, el hambre,
la exclusión. El abandono, el irrespeto y las mentiras pronunciadas con tanta
desfachatez nos sumergen en un sentimiento de impotencia al que reaccionamos
con cinismo. Al canalla le respondemos con cinismo mientras podamos asentarnos
en la crítica conciencia de la subversión de la propia vida, para que este
horror no tenga cabida.
Entre la impotencia y el cinismo trascurre la vida del
instalado en la queja, el resentido por
haber perdido la identidad, como ha señalado Marina Garcés. Presos en la
soledad que embarga al hombre de hoy, solos ante el atropello de su propio
juicio por el éxito o fracaso en la compra-venta de prestigio y poder. Seres
mendigando un lugar en la sociedad desde el cual poderse dar un nombre y así
aminorar su malestar en la cultura. El cínico desde el poder lo que muestra es
una gran impotencia producida por la tragedia de no ser nada sin el aparataje
ficticio que lo sostiene y oxigena. Llenos de terror por la precariedad de una
vida de mampostería se dedican a despreciar lo diferente. Adoptan al cinismo
como forma de vida. Pero denominamos también cinismo a otra categoría
totalmente opuesta a la descrita. Cínico también es el que impone su
individualidad, el que se hace de las potencias singulares para oponerse a una
tiranía, el que defiende su deseo sobre toda convención. Diógenes de Sinope,
Antístenes de Atenas y Crates de Tebas fueron los grandes maestros del Cinismo
y legaron a la humanidad un ejemplo de cómo se vive acorde con lo que se
predica. La coherencia del deseo.
Filosóficamente de lo que se trata el cinismo es de retomar y
pensar de un modo nuevo y diferente algunos temas antiguos que el paso del
tiempo ha vuelto caducos. Es una práctica continua de pensamiento y vida que produce
una ascesis de lo superfluo. Es la búsqueda de un estado de ánimo apropiado
para lograr la autosuficiencia y para endurecerse ante los enemigos
existenciales, como son el hambre, la pobreza, el clima y no depender de ello.
Es una idea radical de libertad que los llevó a comportarse con una total
desvergüenza en un constante desafío a la autoridad y a toda costumbre en la
vida social. Fue una respuesta individual a la crisis que se vivía en un
periodo de convulsiones culturales mostrando una subversión radical.
Por ello Lacan los considera al tratar el tema del final de
la cura psicoanalítica en la que se produce “un saldo de cinismo”. Momento
delicado en el que el sujeto se desliga de toda atadura del Otro para solo
obedecer a su propio deseo. Una libertad que para no caer en el extremo de la
canallada debe asumirse con responsabilidad. El canalla que tampoco está atado
a ningún semblante del Otro no observa responsabilidad ni por sus palabras ni
por sus actos, no hay vergüenza porque no está representado en su inconsciente,
no puede medirse con la apreciación sobre sí mismo, de allí que no pueda ser
psicoanalizado. El cínico si posee
representación que es la de su propio deseo. No cabe duda que es la gran
lección que dejaron los padres del Cinismo a la humanidad, dejar la retórica y
asumir los propios convencimientos. En su caso, el de Diógenes, Antístenes y
Crates, no depender de nada ni de nadie,
la renuncia a cualquier necesidad. Siendo el hambre la invencible por lo que Diógenes
se lamentaba “ojala pudiera quitármela sobándome el estómago”. El canalla
destruye, ataca, no defiende ningún ideal aunque se sirva de las ideologías
como coartadas, como expresión de su desprecio se vende como lo que no es
porque no es nada. Es así como lo que observamos es más la expresión de las individualidades
canallas, las modalidades violentas que
persiguen la mortificación del otro. Como Lacan los definió “la maldad astuta,
la jugada tramposa”.
Así el cinismo actual es un síntoma del malestar en la
cultura y expresión de un rechazo a una situación represora y engañosa, una
manera no adecuada de enfrentar al canalla. No adecuada porque no despierta una
conciencia crítica en la subversión de una postura propia, solo reacciona al
otro y lo reconoce. Es el reconocimiento al canalla al que se enfrenta con un
semblante de desparpajo que vela una impotencia para asumir la verdadera
rebelión del desconocimiento. Es solo una balsa para evitar el naufragio
personal. El cínico actual de tanto pelear con el canalla corre el grave
peligro de olvidarse de sí mismo y pasar a engrosar las filas de una
individualidad canalla. Un borde frágil definido por una responsabilidad
existencial. Responsabilidad ante el propio deseo, dignidad del sujeto, y
responsabilidad con sus semejantes.
Es así como aquel cinismo de la antigüedad no es el cinismo
de nuestros días, el cual se caracteriza por discursos que permanentemente
engañan, a los demás y a nosotros mismos, demagogias que sólo persiguen un fin
utilitario personal y practicas insolentes. El valor de la palabra desaparece,
el cinismo ordinario está presente en todos los sectores de nuestra vida
ciudadana y del cinismo a la canallada hay solo un paso. Del cinismo vulgar al
canalla que no es nada pero que, sin duda, destruye. Perdidos en tempestades
pulsionales.
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