7 de junio de 2016

Del cinismo a la canallada




“Cínico” una palabra que cada día se oye más en las opiniones y comentarios de la gente. Es que en realidad se percibe en el ambiente, de forma bastante generalizada, una tendencia al desparpajo, a la mentira desvergonzada, a la burla por el sufrimiento ajeno. La exhibición del sarcasmo y del desprecio por toda norma de convivencia, por toda consideración al malestar en una cultura de la opresión y el crimen. El cinismo es una manera de hablar y una forma de actuar, es una manera de vivir escandalosa, irreverente y retadora. Es uno de los signos de nuestra época porque el cínico surge cuando la cultura está en crisis y cuando el mundo se desordena en sus principios rectores. Estamos demasiado deslumbrados por la miseria, la tortura, el hambre, la exclusión. El abandono, el irrespeto y las mentiras pronunciadas con tanta desfachatez nos sumergen en un sentimiento de impotencia al que reaccionamos con cinismo. Al canalla le respondemos con cinismo mientras podamos asentarnos en la crítica conciencia de la subversión de la propia vida, para que este horror no tenga cabida.


Entre la impotencia y el cinismo trascurre la vida del instalado en la queja, el resentido por  haber perdido la identidad, como ha señalado Marina Garcés. Presos en la soledad que embarga al hombre de hoy, solos ante el atropello de su propio juicio por el éxito o fracaso en la compra-venta de prestigio y poder. Seres mendigando un lugar en la sociedad desde el cual poderse dar un nombre y así aminorar su malestar en la cultura. El cínico desde el poder lo que muestra es una gran  impotencia producida por  la tragedia de no ser nada sin el aparataje ficticio que lo sostiene y oxigena. Llenos de terror por la precariedad de una vida de mampostería se dedican a despreciar lo diferente. Adoptan al cinismo como forma de vida. Pero denominamos también cinismo a otra categoría totalmente opuesta a la descrita. Cínico también es el que impone su individualidad, el que se hace de las potencias singulares para oponerse a una tiranía, el que defiende su deseo sobre toda convención. Diógenes de Sinope, Antístenes de Atenas y Crates de Tebas fueron los grandes maestros del Cinismo y legaron a la humanidad un ejemplo de cómo se vive acorde con lo que se predica. La coherencia del deseo.

Filosóficamente de lo que se trata el cinismo es de retomar y pensar de un modo nuevo y diferente algunos temas antiguos que el paso del tiempo ha vuelto caducos. Es una práctica continua de pensamiento y vida que produce una ascesis de lo superfluo. Es la búsqueda de un estado de ánimo apropiado para lograr la autosuficiencia y para endurecerse ante los enemigos existenciales, como son el hambre, la pobreza, el clima y no depender de ello. Es una idea radical de libertad que los llevó a comportarse con una total desvergüenza en un constante desafío a la autoridad y a toda costumbre en la vida social. Fue una respuesta individual a la crisis que se vivía en un periodo de convulsiones culturales mostrando una subversión radical.

Por ello Lacan los considera al tratar el tema del final de la cura psicoanalítica en la que se produce “un saldo de cinismo”. Momento delicado en el que el sujeto se desliga de toda atadura del Otro para solo obedecer a su propio deseo. Una libertad que para no caer en el extremo de la canallada debe asumirse con responsabilidad. El canalla que tampoco está atado a ningún semblante del Otro no observa responsabilidad ni por sus palabras ni por sus actos, no hay vergüenza porque no está representado en su inconsciente, no puede medirse con la apreciación sobre sí mismo, de allí que no pueda ser psicoanalizado.  El cínico si posee representación que es la de su propio deseo. No cabe duda que es la gran lección que dejaron los padres del Cinismo a la humanidad, dejar la retórica y asumir los propios convencimientos. En su caso, el de Diógenes, Antístenes y Crates,  no depender de nada ni de nadie, la renuncia a cualquier necesidad. Siendo el hambre la invencible por lo que Diógenes se lamentaba “ojala pudiera quitármela sobándome el estómago”. El canalla destruye, ataca, no defiende ningún ideal aunque se sirva de las ideologías como coartadas, como expresión de su desprecio se vende como lo que no es porque no es nada. Es así como lo que observamos es más la expresión de las individualidades canallas,  las modalidades violentas que persiguen la mortificación del otro. Como Lacan los definió “la maldad astuta, la jugada tramposa”.

Así el cinismo actual es un síntoma del malestar en la cultura y expresión de un rechazo a una situación represora y engañosa, una manera no adecuada de enfrentar al canalla. No adecuada porque no despierta una conciencia crítica en la subversión de una postura propia, solo reacciona al otro y lo reconoce. Es el reconocimiento al canalla al que se enfrenta con un semblante de desparpajo que vela una impotencia para asumir la verdadera rebelión del desconocimiento. Es solo una balsa para evitar el naufragio personal. El cínico actual de tanto pelear con el canalla corre el grave peligro de olvidarse de sí mismo y pasar a engrosar las filas de una individualidad canalla. Un borde frágil definido por una responsabilidad existencial. Responsabilidad ante el propio deseo, dignidad del sujeto, y responsabilidad con sus semejantes.

Es así como aquel cinismo de la antigüedad no es el cinismo de nuestros días, el cual se caracteriza por discursos que permanentemente engañan, a los demás y a nosotros mismos, demagogias que sólo persiguen un fin utilitario personal y practicas insolentes. El valor de la palabra desaparece, el cinismo ordinario está presente en todos los sectores de nuestra vida ciudadana y del cinismo a la canallada hay solo un paso. Del cinismo vulgar al canalla que no es nada pero que, sin duda, destruye. Perdidos en tempestades pulsionales.

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