No hay un venezolano que no esté en estos momentos
fuertemente maltratado. Unos porque nos ha caído con una ferocidad descomunal
la maldad de los que se propusieron destruir. Los destructores de oficio porque
saben que tarde o temprano acabaran ellos mismos destruidos, ellos mismos se
maltratan. No hay sosiego en una sociedad donde la violencia se respira en
todas sus manifestaciones, impregna nuestras calles, ya intransitables. Se
siente en nuestro lenguaje, en el universo simbólico que nos es común. En la
aridez de nuestro trato, en las despedidas desgarradoras de nuestro seres
queridos. En la mendicidad por la sobrevivencia, en los debates políticos y en
los comentarios que suscitan. Violentos nos hemos puesto y mientras más se
siente la furia salvaje por supuesto más maltratados estaremos. Hay que
cuidarse, salir al encuentro con los otros con una coraza protectora porque ya
el malestar todo lo impregnó, porque lo tenemos clavado como una ponzoña
venenosa. Qué daño nos ha causado todo este desatino, no podíamos vivir tanto
horror sin ser afectados profundamente.
Nuestras ilusiones hechas pedazos estrelladas contra una
realidad que se hizo tan presente, tan contundente, que cualquier discurso
queda fallo en su cometido. Ya no se puede describir, transmitir, nuestras
heridas íntimas. Como los gaticos cuando están heridos, corremos a refugiarnos
en un rincón y lamer nuestros dolores. Sin embargo asombra como apaleados y casi
arrastrándonos por el dolor seguimos luchando por nuestras salidas. Una pequeña
chispa de esperanza se avizora y en seguida se observa, se siente, se palpa, se
huele en el ambiente las fuerzas, los ojos nuevamente brillantes, las muecas y
guiños de complicidad salvadora. !A validar! solo digan dónde y cuándo y allí
estará la población que no fleja, que no se da por vencida, que no se doblega.
Los verdaderos seres heroicos de nuestro tiempo, los firmemente convencidos de
que al usurpador hay que pedirle desalojo. Un fuerte y contundente ¡Fuera! gritaremos
al unísono porque mientras más grande es el dolor que nos embarga más bestial
la fuerza que desencadena. No, no es permitido que nos maltratemos nosotros
mismos.
La misma fuerza narcisista necesaria en la conformación de
cualquier grupo sabemos que se puede transformar en los odios aniquiladores más
intensos. Dejemos eso para los esbirros, entre nosotros alimentemos el cuido.
Cuidemos de nuestra novela nacional la ilusión por volver a construirnos, por
rescatar nuevamente el amor que nos debemos, el reconocimiento mutuo sin
desconocer la basura, el desecho, la nada que también somos para que no se nos
devuelva de forma tan nefasta. Tenemos que reconocer que esa violencia que hoy
es abarcadora también nos pertenece, simbolizarla y verterla en un imaginario
creador es la tarea a emprender cuando salgamos de los grandes impostores.
Mientras pasamos este tramo de nuestra historia tan traumático, cuidemos de no
verterla en nuestros interlocutores. Con nuestros errores y aciertos todos
estamos librando una batalla muy valiosa. Empecemos por reconocerlo.
Actualmente estamos más vinculados a nuestras angustias que a
los otros, al terrible deseo mortecino de ese Otro que intenta aplastarnos. Un
goce cínico que ha profanado todos nuestros valores, nuestros muertos, nuestros niños, nuestros ancianos y que ha
empujado a gran parte de la población a sus peores manifestaciones. Nos han
arrastrado a la violencia contra los más desprotegidos y contra nosotros
mismos, empujados a ser estragos de un cuerpo social maltratado. Ver el horror
de frente quizás nos pueda servir para atajarlo a tiempo en el futuro e impedir
su repetición. Quizás sea demasiado pedir pero mantener esta perspectiva aunque
sea como utopía es ya un símbolo que rondará en nuestro ambiente y es bastante.
De la violencia sistémica, la que proviene de las
instituciones corruptas no debemos pasar a la violencia subjetiva por la cual
nos convertimos nosotros mismos en eso que tanto aborrecemos, no olvidemos que
hoy los malhechores que nos torturan provienen de la misma sociedad que hoy los
repudia. La responsabilidad es con nosotros mismos. El filósofo esloveno Slavoj Zizek afirma que
es la “violencia sistémica” la que promueve y facilita la “violencia
subjetiva”. Atentos debemos estar con
nuestro maltrato, con nuestro dolor y nuestra rabia justificada. La frustración
y carencia terrible que sufrimos hay que canalizarla porque si no nos
destruiremos entre nosotros mismos. La cantidad de delincuentes que azotan a la
ciudadanía son síntomas de una descomposición social que no se cura con un
cambio de régimen, aunque por allí debe comenzar. Los estallidos locales y
descontrolados que ya comenzamos a observar fácilmente pueden generalizarse por
todo el país y dejar a su paso más destrucción, dolor y muerte. Así nos quieren
ver estos que deliran con pretender ser los dueños de nuestro destino.
Portadores de un goce obsceno.
Contra el maltrato debemos afirmar nuestra verdad como
sociedad democrática que una vez construimos y no hemos olvidado. Contra el
maltrato debemos reafirmar quienes somos y como hemos vivido. Contra el
maltrato no debemos esperar sino actuar con inteligencia y astucia. Suturar las
heridas que han abierto al sentido y la verdad. Contra el maltrato rebeldía y
no vandalismo. Contra el maltrato aquí estaremos.
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