Venciendo la inercia a la que conduce unas vacaciones que se
reducen a un cambio de miras y rutinas, soportando el calor agobiante de una
ciudad sin agua y electricidad intermitente, me asomo con timidez y sigilo a la
ventana que cerré cuidadosamente hace un mes. Recién me despierto para
contemplar un tiempo en un atasco, nada se mueve ni para adelante ni para
atrás. Aunque, pensándolo bien, para atrás si se ha movido pero tampoco mucho.
En este atasco muchos enloquecen pero no lo suficiente como para provocar una
alarma colectiva. Se va enloqueciendo gradualmente como se sigue teniendo
hijos, como se sigue persiguiendo la alegría, el esparcimiento, el cambio
definitivo. Gradualmente, tan lentamente que pasa desapercibido al que lo
experimenta. Algunas voces se oyen disminuidas a lo lejos con planes de salidas
que resultan, a estas alturas, fantasiosas. Son pocos los oídos que prestan
atención. Un día de furia que muestre la rebeldía sin contención, un Michael Douglas reluciente en su actuación. Algo que despierte tanta conciencia
dormida.
Sin perder el control, con cabeza fría realizando actos que
en su vida imaginó. No, no es furia de esa que empuja a hacer o decir sin
pensar, son actos fríos con una certeza enloquecedora, la que provoca tanta
injusticia descarada, impune, destructora. Llegó la hora de las Universidades,
la estocada final para destruirla porque no pudo la asfixia a la que fue
sometida. Nada menos que los recintos que se niegan a permanecer en la
oscuridad, el lugar que por excelencia mantiene viva la llama de la educación,
del debate de ideas, de la inteligencia. El cierre de las Universidades
autónomas significaría el quiebre definitivo y la derrota de la civilización.
Sin pensamientos, sin conocimientos el ser humano es un bárbaro y nada más. De
allí debe surgir nuestra respuesta firme como reserva invaluable de la
inteligencia. Sin furia pero determinación, de esa que no admite corrección ni
desvío. Nuestra mejor actuación.
Cortázar nos narra con increíble destreza en sus
descripciones lo aterrador que puede llegar a ser el comportamiento humano en
situaciones límites. La Autopista del Sur es otra joya de la literatura que
describe un grandioso embotellamiento en la autopista entre Fontainebleau y
París. Toda paralización de los movimientos propios del ser humano es una
situación límite, esa paralización que impide cambiar la vida, salir de las
trampas y de los atascos, del sufrimiento infligido por las injusticias, de la
destrucción de lo valioso de la existencia. Estamos en una situación límite y
no se observan sino dolor en las miradas y en las posturas vencidas de tanto
esfuerzo y deseos frustrados. Una película y un cuento que nos ilustran sobre
los desbordes humanos en situaciones estancadas. Estamos retados o reaccionamos
con energía en un proyecto político o terminaremos de enloquecer.
El mundo está presentando síntomas de atascos por lo que los
ciudadanos comienzan a desplazarse desordenadamente en actos desesperados. Solo
en el 2016 se movilizaron 60 millones de personas y se calcula que esta cifra
ha venido aumentando. Se improvisan refugios, “basureros” humanos en palabras
de Claude Romano. El mundo ya no tiene capacidad de respuesta, nos encontramos
en un periodo de estancamiento de las estructuras e instituciones sociales como
entendemos se produjo en el medioevo. En Venezuela se pretende regresar a esta
etapa de la historia, es decir al medioevo, y quedar allí estancados viendo
como nos llegan cuentos de otras latitudes que podrían explicar el extraño
fenómeno de regresión en el tiempo que experimentamos. El conocimiento quedará
reducido a actividades clandestinas y susurros culposos si no despertamos.
Los rectores están respondiendo con inteligencia a esta nueva
arremetida y convocando a las comunidad universitaria a mantenerse unida e
informada. Gremios profesionales y todas las fuerzas democráticas están
obligados a pronunciarse. Un nuevo e inaplazable conflicto en momentos de
estancamiento de las fuerzas que se deben oponer al proyecto totalitario. La sociedad que reconocemos, en la que
crecimos llegó a apreciar la educación como un valor y un derecho ciudadano.
Todo vestigio de Modernidad se diluye como agua y se nos escapa un modo de
pensar y de sentir, un modo de conducirnos y reconocernos, se nos escapa
nuestro destino.
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