Eduardo Arroyo |
¿Cuándo hay silencio de qué habla la gente? Bueno, por lo que
veo, de lo que más le agobia en el momento con un desconocimiento absoluto del
oído en el cual depositan sus palabras como metralletas. Así que en estos días en
los que no pasa nada importante, la gente repite, hasta agobiar, el precio de
los alimentos y las ofertas que terminan siendo engaños para incautos
desesperados. Todos los canales de comunicación se encuentran abarrotados de
fotos de apetitosos platos y precios de los diferentes productos en los
automercados. Atrás las respuestas exclamativas que expresan el asombro.
Asombro que no es tal, en ese aspecto ya nada asombra. Es como un extracto de
una película que se repite sin cesar. Pero en estos días estuve a punto de
terminar de romper la frágil línea de la sensatez y definitivamente enloquecer
con la invasión sin control del precio del dólar.
¿A quien le puede interesar saber, cada media hora, en cuanto
se cotiza el dólar? Supongo a las personas que trabajan en el comercio o en
Bolsas de valores, y ellos tendrán sus informaciones constantes organizadas, no
estarán esperando que el tío se lo esté mandando por WhatsApp. Pero díganme con
sinceridad ¿en un chat de condominio este método enloquecedor es necesario? No
creen que sea suficiente con una realidad agobiante, con ir al automercado que
no podemos evitar y llegar aterrados. No, no nos cuidamos, no tenemos en cuenta
los límites del otro, sus propias inquietudes, sus tristezas, sus agobios, se
invade con arrogancia los espacios que deben ser respetados. Es como negar la
presencia del otro, de ese ser que conozco y por lo tanto individualizo y ante
el que me detengo a contemplar su particularidad. No, es justo tratar a todos
por igual y en realidad no tratar a nadie sino a una masa informe
irreconocible. A esta falta de tacto ha contribuido el lenguaje que utilizamos:
“pueblo”, “vecinos”, desconociendo los nombres del que pasa todos los días por enfrente
de la puerta.
Vivir significa vivir con otros nos dice Zygmunt Bauman y
resalta la importancia de los amigos porque ellos nos conocen y nos comprenden.
Su ayuda silente y sin interrogatorios innecesarios son esenciales en esta
precariedad es la que es tan fácil caer o tropezar. El conocer a otro implica
saber de sus gustos, sus intereses, sus límites y cuidarlos. No esto que
presencio, todos tratados por igual y a los porrazos. Así mismo despreciados,
como no se conocen se desprecian también en conjunto. “Todos son unos
vendidos”, “nadie hace nada” expresiones que cuando las oigo me provocan un
hueco en el estómago por lo injusto que resultan. La cantidad de redes
solidarias que se han organizado en nuestra sociedad son importantes y están
ayudando diariamente a miles de personas y mascotas. Son fundamentales y
debemos a esas personas reconocimiento y gratitud.
El espacio social que habitamos no nos es dado de forma
natural, es conquistado. Es producto de una construcción intelectual en el que
circula un conocimiento del entorno, experiencias comunes de intereses, gusto,
sensibilidad y responsabilidad por el otro según nos ilustra E. Levinas. Propio
de la adquisición del lenguaje y el de haber trascendido el estado natural
salvaje. Convencida estoy, por las muestras que recojo en mi limitado espacio,
que estamos transitando una situación que oscila entre estos dos mundos
posibles y con mucha facilidad nos deslizamos y nos manifestamos como salvajes,
haciendo más daño aun a quien ya está dañado. Todorov enfatizó que el ser
civilizado no significa haber cursado estudios superiores o haber leído muchos
libros, sino “ser capaz de reconocer plenamente la humanidad de los otros,
aunque tenga rostros y hábitos distintos”.
Comienza a producirse un fenómeno un tanto extraño, que es el
sentirse no identificado con tanta precariedad emocional y estética. Eso
también ha producido aislamiento porque para andar molesto con los tractores de
jardines es mejor una buena serie en Netflix. Quizás sean también estos los
resultados de una sociedad que se disuelve y comienzan a aparecer los rasgos de
la nueva. Y esa que se asoma, tremendamente individualista, despreciativa, y
sin arraigos culturales identitarios, no me calza bien en la piel. No cambio
este concepto de libertad por seguridad. No cambio el desapego y la distancia
con el otro por una caja CLAP. Me gusta la ópera pero también vibro con los
tambores en la costa. Me gusta leer pero
disfruto al máximo una buena conversación y una copa de vino. Así que disfruto
con los otros muy distintos gustos y sensibilidades, espacios donde somos
reconocidos.
Que bien dicho: "Vivir significa vivir con otros". Gracias Marina
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