3 de septiembre de 2019

El desespero en el atasco



Venciendo la inercia a la que conduce unas vacaciones que se reducen a un cambio de miras y rutinas, soportando el calor agobiante de una ciudad sin agua y electricidad intermitente, me asomo con timidez y sigilo a la ventana que cerré cuidadosamente hace un mes. Recién me despierto para contemplar un tiempo en un atasco, nada se mueve ni para adelante ni para atrás. Aunque, pensándolo bien, para atrás si se ha movido pero tampoco mucho. En este atasco muchos enloquecen pero no lo suficiente como para provocar una alarma colectiva. Se va enloqueciendo gradualmente como se sigue teniendo hijos, como se sigue persiguiendo la alegría, el esparcimiento, el cambio definitivo. Gradualmente, tan lentamente que pasa desapercibido al que lo experimenta. Algunas voces se oyen disminuidas a lo lejos con planes de salidas que resultan, a estas alturas, fantasiosas. Son pocos los oídos que prestan atención. Un día de furia que muestre la rebeldía sin contención, un Michael Douglas reluciente en su actuación. Algo que despierte tanta conciencia dormida.

Sin perder el control, con cabeza fría realizando actos que en su vida imaginó. No, no es furia de esa que empuja a hacer o decir sin pensar, son actos fríos con una certeza enloquecedora, la que provoca tanta injusticia descarada, impune, destructora. Llegó la hora de las Universidades, la estocada final para destruirla porque no pudo la asfixia a la que fue sometida. Nada menos que los recintos que se niegan a permanecer en la oscuridad, el lugar que por excelencia mantiene viva la llama de la educación, del debate de ideas, de la inteligencia. El cierre de las Universidades autónomas significaría el quiebre definitivo y la derrota de la civilización. Sin pensamientos, sin conocimientos el ser humano es un bárbaro y nada más. De allí debe surgir nuestra respuesta firme como reserva invaluable de la inteligencia. Sin furia pero determinación, de esa que no admite corrección ni desvío.  Nuestra mejor actuación.

Cortázar nos narra con increíble destreza en sus descripciones lo aterrador que puede llegar a ser el comportamiento humano en situaciones límites. La Autopista del Sur es otra joya de la literatura que describe un grandioso embotellamiento en la autopista entre Fontainebleau y París. Toda paralización de los movimientos propios del ser humano es una situación límite, esa paralización que impide cambiar la vida, salir de las trampas y de los atascos, del sufrimiento infligido por las injusticias, de la destrucción de lo valioso de la existencia. Estamos en una situación límite y no se observan sino dolor en las miradas y en las posturas vencidas de tanto esfuerzo y deseos frustrados. Una película y un cuento que nos ilustran sobre los desbordes humanos en situaciones estancadas. Estamos retados o reaccionamos con energía en un proyecto político o terminaremos de enloquecer.

El mundo está presentando síntomas de atascos por lo que los ciudadanos comienzan a desplazarse desordenadamente en actos desesperados. Solo en el 2016 se movilizaron 60 millones de personas y se calcula que esta cifra ha venido aumentando. Se improvisan refugios, “basureros” humanos en palabras de Claude Romano. El mundo ya no tiene capacidad de respuesta, nos encontramos en un periodo de estancamiento de las estructuras e instituciones sociales como entendemos se produjo en el medioevo. En Venezuela se pretende regresar a esta etapa de la historia, es decir al medioevo, y quedar allí estancados viendo como nos llegan cuentos de otras latitudes que podrían explicar el extraño fenómeno de regresión en el tiempo que experimentamos. El conocimiento quedará reducido a actividades clandestinas y susurros culposos si no despertamos.

Los rectores están respondiendo con inteligencia a esta nueva arremetida y convocando a las comunidad universitaria a mantenerse unida e informada. Gremios profesionales y todas las fuerzas democráticas están obligados a pronunciarse. Un nuevo e inaplazable conflicto en momentos de estancamiento de las fuerzas que se deben oponer al proyecto totalitario.  La sociedad que reconocemos, en la que crecimos llegó a apreciar la educación como un valor y un derecho ciudadano. Todo vestigio de Modernidad se diluye como agua y se nos escapa un modo de pensar y de sentir, un modo de conducirnos y reconocernos, se nos escapa nuestro destino.

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