En tiempos sosegados los seres humanos podemos vivir con
emociones equilibradas e intereses y deseos diversos, es por ello que son
múltiples las expresiones creativas, múltiples las actividades y múltiples las
ideas. Nuestras mentes y cuerpos son
habitadas por multitudes de sensaciones tan particulares como particulares son
los rostros. La mayoría de las personas no nos causan irritación porque piensen
distinto y procedan dentro de la gama de posibilidades que su entorno le
permita y que libremente se decida. Hay cabida para el respeto, la tolerancia,
la comprensión. Sin embargo en esas condiciones ideales escogemos las
amistades, el amor no brota indiscriminadamente hacia cualquiera; los seres que
nos producen placer, irritación o hastío provocan un acercamiento o un
alejamiento. Nadie se extraña, censura o se explaya en discursos obligando al
otro a querer a quien no quiere porque de antemano sabe que es tiempo perdido.
En tiempos tranquilos no amamos indiscriminadamente, ni hostigamos al otro con
una música empalagosa de seducciones utilitarias. Al menos no deberíamos.
Pero qué pasa en tiempos en donde la incertidumbre se
encuentra en su máxima expresión, cuando el miedo penetró en cada uno de
nuestros hogares. Qué pasa cuando el dolor nos reúne en los cementerios
despidiendo muchachos que han sido asesinados por esbirros. Qué pasa cuando se
tiene a un enemigo identificado como causante de la tristeza y malestar que nos
invade. Qué nos pasa cuando estamos decididos a darle un vuelco a nuestro
destino colectivo arriesgando lo más sagrado y querido. Qué pasa cuando se nos
empujó a una situación límite. Sencillamente pasa que ya no podemos ser tan
flexibles y plásticos con nuestras inclinaciones emotivas. Nos pasa que no
damos cabida al indiferente, al apático o al arribista (según cada quien los
califique). Nos pasa también que las identificaciones surgen con una intensidad
y generalidad mayor de lo habitual por la necesidad muy humana de conseguir
alguna sensación de seguridad entre tanto desasosiego. Conformamos grupos
cohesionados para defendernos. Sentimos a los que luchan y se manifiestan por
la causa justa más hermanos que nunca y lloramos todos las mismas penas y
odiamos todos a los mismos asesinos. Utilizando una expresión de Marguerite
Yourcenar en las Memorias de Adriano, nos pasa que esto ya pasó “de la
periferia de nuestro universo a su centro, llegando a sernos más indispensable
que nuestro propio ser, entonces tiene lugar el asombroso prodigio en el que
veo, más que un simple juego de carne, una invasión de la carne por el espíritu”.
Sabemos que la solidez de nuestra unión es la que nos
confiere fortaleza. El poder que hoy tenemos radica fundamentalmente en este
prodigio del ser humano que solo lo despierta el miedo y la humillación
proporcionado por un régimen totalitario, abusador y cínico. Derrotarlos tomó
nuestro espíritu y no hay cabida para estar con eufemismos moralistas. De allí
lo grande pero también lo delicado de nuestra situación. Estamos determinados
porque atravesamos una guerra y la sentimos como definitiva, nuestras
actividades se encuentran limitadas pero momentáneamente porque estamos
luchando precisamente para no permitir la “tentativa de encuadrar la sociedad
entera; de fijar y determinar todas las actividades de la sociedad” que según
Claude Lefort es el principal objetivo de los regímenes totalitarios. Estamos
rechazando la dominación y por ello se tumban las estatuas, se pisan los
símbolos de los que se quisieron erigir en rígidas y despóticas
autoridades. Según Freud uno de nuestros
miedos ancestrales es la falta de un padre, una autoridad protectora; pero
también Freud nos instruyó sobre el deseo de muerte hacia el padre que niega la
libertad y el goce a sus hijos. Se necesita seguridad, pero lo ominoso nos acecha
en las garras del perverso. Pulsión de vida y pulsión de muerte en su eterno
combate. En tiempos donde las armas salieron sin pudor a matar a nuestros
muchachos no es el llamado a la bondad y el perdón lo que cabe. Ya no podemos
ser puros. No en estos tiempos.
La vida es inseguridad, Ortega decía que el hombre nada en el
mar sin fondo de la existencia y para encubrir la falta de rumbo, el
desconocimiento del rumbo, lo hace vigorosamente, intentando de ese modo
autoengañarse y convertir la radical y fundante inseguridad, en seguridad y
firmeza pero para mantenerse a flote es necesario crear algún valor, alguna
creencia, alguna ilusión (Benjamín Resnicoff). Estamos aferrados a nuestras
causas y no podemos hacer concesiones porque estamos experimentando una
inseguridad radical, o enloquecemos o nos abrazamos a las esperanzas de que sí
podemos. De allí que toda otra polémica la vemos como lejana y tomamos las
adhesiones de los trasnochados por la utilidad que nos reportan. Buenas
herramientas. Nietzsche se preguntaba
“¿Eres un esclavo? Entonces no puedes ser amigo; ¿Eres un tirano?
Entonces no puedes tener amigos”. Hacemos empatía, nos sentimos iguales,
sentimos amistad y amamos a los que asumieron la libertad como su causa y ponen
en juego su destino.
Nos decían Hannah Arendt que la promesa pretende dominar la
doble duda humana -la duda sobre sí mismo y la duda sobre el mundo- como opción
para adueñarse de uno mismo. Cuando el hombre pierde su sentido de seguridad,
la promesa se apodera de todo, incluso del futuro. Y estamos viviendo en este
momento solo por una promesa que nos hicimos, no en solitario sino compartida.
Tengan paciencia aquellos que nos ven radicalizados, vendrán otros tiempos,
seremos más permisivos y se agudizará nuestro pensamiento crítico, con nosotros
y con nuestro mundo. Por ahora solo somos una promesa compartida.
Excelente tu trabajo Marina. Siempre mostrando una prosa limpia e ideas claras. Muy buenas las referencias que haces.
ResponderEliminarNo sabes como te agradezco tus comentarios Alirio en medio de tanta aridez y dolor. Recibe un gran abrazo
Eliminar