Acabamos de perder, de forma prematura, a uno de los grandes
orientadores del mundo sin rumbo en el que vivimos, Tzvetan Todorov. Este gran
pensador y persona se interesó por diversos temas pero podemos rescatar como su
preocupación fundamental la relación de los seres humanos entre sí. Señaló,
casi de forma profética, como el principal problema del siglo XXI la intolerancia
y el desprecio, la indiferencia y el rechazo del ser humano hacia el otro
diferente. Al que no pertenece a la misma cultura, al que emigra con dolor en
búsqueda de una vida digna, al que huye de los regímenes que agobian y matan,
al que tiene gusto sexuales diferentes a los propios, al que sus rasgos físicos
difieren de la costumbre en el espejo. Al que piensa distinto y por supuesto al
que vive y disfruta a su manera. Es el mundo en el que han prosperados algunas
virtudes, pero no la bondad. Es la forma individual de vérsela en la existencia
propia y golpear a otras existencias la que da como resultado la desventura
tocando nuestras puertas.
Sabemos que el destino del ser humano, ineludible, es la vida
en sociedad. Sabemos que no es posible, ni deseable, una vida en completa
soledad. Sabemos la necesidad de ser queridos y querer. Sabemos que el progreso
de nuestra Nación y del mundo depende de cada uno de nosotros. Sabemos que es
nuestra responsabilidad el construir un bien común. Sin embargo remamos con
prisa por encontrar una isla donde refugiarnos lejos de todo; ver a través de
largavistas las tragedias que ocurren y poder permanecer impasibles ante el
dolor de otros pueblos y del nuestro. También deseamos, si aquello de ser
náufragos no es una fantasía predominante, poder arribar a lugares destacados
desde donde poder mirar a los otros “por encima del hombro” queriendo siempre
más y eliminando a toda posible competencia. Con este miedo al otro, al que se
considera un rival ¿no es como demasiado haber aspirado a una unidad para
defendernos de los que realmente nos pisotean? Tal vez era una utopía más, sueños
de aquellos Quijotes que aun desean rasgos de bondad en tierras donde no han
germinado esas semillas.
Pues bien, llamemos también a estos desplantes, agravios e
insultos dirigidos a los otros, signos de barbarie. Llamemos a la falta de
solidaridad y comprensión al prójimo que se sienta en la misma mesa
persiguiendo un mejor destino común, traición. Y con esas actitudes, que ya
vemos como normales, no podremos con esta dictadura que ya ganó mucho terreno.
Desconfiamos de la bondad del otro que tenemos al lado, no respondemos con
generosidad; pero corremos detrás del demagogo, del populista que nos vende
“amor verdadero”. No podemos quedar
reducidos a la sumisión, pero para poder romper esas cadenas que aprietan cada
vez más, debemos unirnos, debemos querernos, debemos cuidarnos, debemos ser
firmes para poder gritar un rotundo NO, por nosotros y por el hermano que sufre
igual o más que uno. Cuando entendamos que debemos anteponer al protagonismo la
libertad de todos, ese día comenzaremos a ser otro país. Pero ese día no llega
y ya son muchos y largos años.
La bondad requiere trabajo, introspección, debate consigo
mismo, trascendencia de los impulsos, pensamientos elaborados. El estar
consciente que somos una mezcla de maldad y bondad nos facilita el camino y nos
hace permanecer alerta. Tenemos un enemigo común plenamente identificado, solo
este factor debería ser suficiente para vernos como amigos aunque después
comencemos nuevamente las guerras intestinas. Pero quedar detenidos en esta
indignidad es imperdonable. La lucha más importante es con nosotros mismos y es
una lucha que debe darse día tras día. Ser buenos ciudadanos es la tarea si
queremos vivir en democracia. No queremos que nadie haga algo por “mi bien”
solo queremos que nos dejen hacerlo, solo aspiramos a que cada quien en sus
lugares haga un esfuerzo por sacar lo mejor de sí porque la situación apremia. Estamos
a un paso de quedar aislados y extrañados de un mundo civilizado. ¿No queremos
la barbarie? entonces no nos comportemos como bárbaros utilizando el mismo
lenguaje y jugando a zancadillas. Ya basta.
El dolor personal, las pérdidas terribles sufridas nos
conducen a encerrarnos sin consideración por el dolor de los demás. Necesitamos
una pequeña luz que alumbre nuestros rincones como pedía Todorov al referirse
al estancamiento del progreso moral. La bondad no se contagia, no basta estar
rodeados de seres buenos si no hay una reflexión sobre nuestro propio egoísmo,
es un trayecto personal que ahora requiere se haga viral porque somos muchos
los que navegamos a la deriva. La poca agua que nos queda debe alcanzar para
todos si queremos llegar con vida a un lugar amable. No queremos épicas, no queremos
héroes solo necesitamos pequeños actos bondadosos hacia el otro que está tan
debilitado como lo estamos nosotros. No son actos religiosos ni correr detrás
de las vírgenes en cada procesión lo que necesitamos. No es al Papa a quien
tenemos que obedecer en sus desacertadas intervenciones, no es beatería. Es
generosidad, es reconocimiento del otro, es ser bien mundanos para entendernos.
Son pequeños gestos los requeridos.
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