Lo que no
cesa de pensarse es como progresivamente fuimos perdiendo nuestras libertades individuales,
como se fueron metiendo los indeseables en casa, como nos tergiversaron nuestro
pasado y cambiaron nuestro lenguaje. Distorsionaron una manera de ser, hoy nos
comportamos y juzgamos a otros de una forma agria, injusta, llena de
resentimientos. No nos reconocemos ni somos generosos, lo que no era nuestra
marca distintiva. Cuando esto le pasa a una población podemos decir sin temor a
equivocarnos que penetraron hasta los más íntimos de nuestra existencia.
Dominan las ideas y por lo tanto nuestras acciones. Una subjetividad que fue
permeada y la verdad sesgada,
corrompida. Esa verdad que no es sino la íntima convicción de que este estado de
cosas es intolerable y debemos unirnos para hacerle frente y derrotarla.
Dudamos de nuestra capacidad y desconfiamos de cualquier esfuerzo que se haga. La
sospecha guía hoy nuestros pasos como resultado del bombardeo de falsedades y
trampas a las que hemos sido sometidos.
Si el
totalitarismo se define por la trasgresión de la línea divisoria entre la vida
pública y la vida privada, no hay duda que estamos pisoteados por tiranos. Si
bien esta línea ha venido cambiando de posición a través de las épocas, ha
habido siempre un reguardo por la intimidad y la vida personal. Celos por
mantener y cuidar lo propio, ese espacio grato resguardado de las miradas
extrañas y malintencionadas. El cuido personal de los seres queridos, la
educación de los hijos, la escogencia por las diversiones y los esparcimientos,
las conversaciones sinceras que nos exponen sin cortapisas porque hay confianza,
porque se supone que el otro que escucha no traiciona. Ese espacio íntimo donde
vamos formándonos y consolidando nuestras ideas y las acciones que consideramos
buenas, adecuadas. El espacio del compromiso y el amor. El lugar donde nos
afianzamos como Sujetos para poder verter nuestras verdades en el espacio público
a través del razonamiento, el debate y la acción. Todo está en nuestros días y
en nuestro país atravesado por la misma
opacidad asfixiante. Hay una confianza minada y hay un actuar destemplado.
Vivimos en
un solo escándalo político y como señala Jhon B. Thomson es síntoma de una
transformación profunda de las relaciones entre la vida pública y la privada.
El agente público es escrutado y atacado en su vida privada porque la política
es hoy en día teatral y escenográfica; por otro lado, el sujeto hace de su vida
privada vitrinas en ferias. Así los debates públicos pueden ser la ropa que
usan los actores y en las conversaciones íntimas se ha olvidado renovar el
verdadero encuentro afectivo entre las personas. Los escándalos y la banalidad
despiadada ha permeado y penetrado nuestros hogares. Hace ya medio siglo Hannah
Arendt nos recordaba cómo estos límites eran un rasgo fundamental del
pensamiento griego al considerar la organización política diferente y hasta
opuesta a la asociación natural centrada en la familia. De esta forma cada
ciudadano tenía dos órdenes de existencia, la vida propia y la vida del común.
Las personas tenían tiempo y posibilidad para el desarrollo de sus propios proyectos
y tenían otro espacio, el Ágora, propio como dice Habermas “para el uso público
de la razón” Ese equilibrio se
transformó en la Modernidad y nuestros espacios públicos fueron secuestrados
por el exhibicionismo de los nuevos dueños de la verdad colectiva. Como
especifica este importante filósofo la “refeudilizacion de la esfera pública”
la política como show del escándalo. La Edad media, allí estamos.
Cercenados
nuestros derechos básicos y libertades civiles quedamos desprotegidos y a la
orden del vendaval de turno que marcan el poder tiránico del Estado. Si nos les
gusta el nuevo escándalo que se hizo público de su accionar delictivo, pues
bien cierran los medios de comunicación y limitan el derecho a la libertad
básica de estar informados para hacernos de una opinión acertada y de nuestra
propia y asumida verdad. Y esto es meterse en nuestras vidas intimas y querer
controlar nuestro pensamiento. Control que les resulta fallido porque opinión ya
la tenemos. Como saben qué pensamos y qué queremos, entonces cercenan la
posibilidad de expresarlo en las urnas electorales. ¿No se metieron en nuestros
hogares? Allí están cómodamente sentados en el sofá de la casa, mientras el
foro público se encarga de debatir y cuestionar el derecho fundamental que
tiene una persona de reunirse con quien quiera y pueda para tratar de liberar a
su marido. ¿Esto no es ser tan autoritario y malvado como los que hoy ostentan
ilegalmente el poder? ¿Esto no es haber sido permeados, atravesados por la
misma mentalidad feudal? En esas mentes entró y se enquistó el tirano.
Hemos perdido el control de nuestras vidas que como enfatiza Thompson es
la manera como entenderemos lo que es la vida privada “La privacidad es la
capacidad de controlar las revelaciones sobre uno mismo, y de controlar cómo y
hasta qué punto éstas pueden comunicarse a los demás” y agrega Beate Rössler
“las violaciones a la privacidad pueden definirse en cada una de estas
dimensiones: como el acceso y uso ilícito de información sobre nosotros; como
una interferencia ilícita en nuestras decisiones y actos, y como una intrusión
ilícita en nuestros espacios, ya sea a través de la intrusión física o por
medio de vigilancia” Pues debemos estar atentos con este bombardeo de opiniones
e intromisiones que se están ejerciendo no solo desde las mentes tiranas que
adversamos. Tenemos derecho a expulsarlos de nuestras casas y a proteger
nuestra subjetividad de tan peligrosos contagios. Tenemos esa posibilidad la
del control de nuestras ideas y la de nuestros actos. Así que invito a todo
rasgo de totalitarismo a que salga de mi casa.
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