21 de febrero de 2017

En mi casa no entran




Lo que no cesa de pensarse es como progresivamente fuimos perdiendo nuestras libertades individuales, como se fueron metiendo los indeseables en casa, como nos tergiversaron nuestro pasado y cambiaron nuestro lenguaje. Distorsionaron una manera de ser, hoy nos comportamos y juzgamos a otros de una forma agria, injusta, llena de resentimientos. No nos reconocemos ni somos generosos, lo que no era nuestra marca distintiva. Cuando esto le pasa a una población podemos decir sin temor a equivocarnos que penetraron hasta los más íntimos de nuestra existencia. Dominan las ideas y por lo tanto nuestras acciones. Una subjetividad que fue permeada y  la verdad sesgada, corrompida. Esa verdad que no es sino la íntima convicción de que este estado de cosas es intolerable y debemos unirnos para hacerle frente y derrotarla. Dudamos de nuestra capacidad y desconfiamos de cualquier esfuerzo que se haga. La sospecha guía hoy nuestros pasos como resultado del bombardeo de falsedades y trampas a las que hemos sido sometidos.
Si el totalitarismo se define por la trasgresión de la línea divisoria entre la vida pública y la vida privada, no hay duda que estamos pisoteados por tiranos. Si bien esta línea ha venido cambiando de posición a través de las épocas, ha habido siempre un reguardo por la intimidad y la vida personal. Celos por mantener y cuidar lo propio, ese espacio grato resguardado de las miradas extrañas y malintencionadas. El cuido personal de los seres queridos, la educación de los hijos, la escogencia por las diversiones y los esparcimientos, las conversaciones sinceras que nos exponen sin cortapisas porque hay confianza, porque se supone que el otro que escucha no traiciona. Ese espacio íntimo donde vamos formándonos y consolidando nuestras ideas y las acciones que consideramos buenas, adecuadas. El espacio del compromiso y el amor. El lugar donde nos afianzamos como Sujetos para poder verter nuestras verdades en el espacio público a través del razonamiento, el debate y la acción. Todo está en nuestros días y en nuestro país atravesado por  la misma opacidad asfixiante. Hay una confianza minada y hay un actuar destemplado.
Vivimos en un solo escándalo político y como señala Jhon B. Thomson es síntoma de una transformación profunda de las relaciones entre la vida pública y la privada. El agente público es escrutado y atacado en su vida privada porque la política es hoy en día teatral y escenográfica; por otro lado, el sujeto hace de su vida privada vitrinas en ferias. Así los debates públicos pueden ser la ropa que usan los actores y en las conversaciones íntimas se ha olvidado renovar el verdadero encuentro afectivo entre las personas. Los escándalos y la banalidad despiadada ha permeado y penetrado nuestros hogares. Hace ya medio siglo Hannah Arendt nos recordaba cómo estos límites eran un rasgo fundamental del pensamiento griego al considerar la organización política diferente y hasta opuesta a la asociación natural centrada en la familia. De esta forma cada ciudadano tenía dos órdenes de existencia, la vida propia y la vida del común. Las personas tenían tiempo y posibilidad para el desarrollo de sus propios proyectos y tenían otro espacio, el Ágora, propio como dice Habermas “para el uso público de la razón”  Ese equilibrio se transformó en la Modernidad y nuestros espacios públicos fueron secuestrados por el exhibicionismo de los nuevos dueños de la verdad colectiva. Como especifica este importante filósofo la “refeudilizacion de la esfera pública” la política como show del escándalo. La Edad media, allí estamos.
Cercenados nuestros derechos básicos y libertades civiles quedamos desprotegidos y a la orden del vendaval de turno que marcan el poder tiránico del Estado. Si nos les gusta el nuevo escándalo que se hizo público de su accionar delictivo, pues bien cierran los medios de comunicación y limitan el derecho a la libertad básica de estar informados para hacernos de una opinión acertada y de nuestra propia y asumida verdad. Y esto es meterse en nuestras vidas intimas y querer controlar nuestro pensamiento. Control que les resulta fallido porque opinión ya la tenemos. Como saben qué pensamos y qué queremos, entonces cercenan la posibilidad de expresarlo en las urnas electorales. ¿No se metieron en nuestros hogares? Allí están cómodamente sentados en el sofá de la casa, mientras el foro público se encarga de debatir y cuestionar el derecho fundamental que tiene una persona de reunirse con quien quiera y pueda para tratar de liberar a su marido. ¿Esto no es ser tan autoritario y malvado como los que hoy ostentan ilegalmente el poder? ¿Esto no es haber sido permeados, atravesados por la misma mentalidad feudal? En esas mentes entró y se enquistó el tirano.
Hemos perdido el control de nuestras vidas que como enfatiza Thompson es la manera como entenderemos lo que es la vida privada “La privacidad es la capacidad de controlar las revelaciones sobre uno mismo, y de controlar cómo y hasta qué punto éstas pueden comunicarse a los demás” y agrega Beate Rössler “las violaciones a la privacidad pueden definirse en cada una de estas dimensiones: como el acceso y uso ilícito de información sobre nosotros; como una interferencia ilícita en nuestras decisiones y actos, y como una intrusión ilícita en nuestros espacios, ya sea a través de la intrusión física o por medio de vigilancia” Pues debemos estar atentos con este bombardeo de opiniones e intromisiones que se están ejerciendo no solo desde las mentes tiranas que adversamos. Tenemos derecho a expulsarlos de nuestras casas y a proteger nuestra subjetividad de tan peligrosos contagios. Tenemos esa posibilidad la del control de nuestras ideas y la de nuestros actos. Así que invito a todo rasgo de totalitarismo a que salga de mi casa.

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